El anunció del ex presidente Hipólito Mejía de que competirá por la candidatura presidencial del recién creado Partido Revolucionario Moderno (PRM) no ha sorprendido a nadie. El anuncio ha sido una crónica anunciada con mucha anticipación. Lo único novedoso ha sido la fecha, que parece indicar una cierta premura, ante el crecimiento de su contrincante en el PRM, Luis Abinader, pues en la población y en las propias filas del PRM la precandidatura de este último ha estado creciendo sistemáticamente, como indican las encuestas.

En esas condiciones al ex presidente no le quedó otra alternativa que adelantar el anuncio de su decisión. De todos modos, el anuncio de Hipólito Mejía debe saludarse por muchas razones. En primer lugar, ayuda a definir el marco de la competencia interna al eliminar de golpe su principal incertidumbre: si Mejía iba o no iba. En segundo lugar, ahora que está clara la voluntad de Mejía, se abre un camino menos empedrado para alcanzar compromisos estables, institucionalmente fundados, que le permitan al nuevo PRM organizarse sin mayores traumas y conflictos.

Pero esto último, la adopción de compromisos, implica de parte de los principales líderes del PRM, vale decir, de Abinader y Mejía, una actitud responsable que defina el alcance de los mismos y las condiciones que lo hagan sostenibles. Me refiero a varios asuntos: el marco de reglas que debe organizar al PRM, los términos que deben definir la competencia interna, los ejes básicos de la propuesta del partido, no sólo ante el reto de las elecciones del 2016, sino ante los problemas centrales que vive el país, las nuevas condiciones de América Latina y el mundo y los compromisos democráticos que permitan enfrentar el deteriorado marco institucional del Estado dominicano, sobre todo en materia de derechos humanos, seguridad ciudadana y equidad social como condición del desarrollo. Sin eso, de nada serviría el esfuerzo político empeñado.

La escueta y prudente declaración de Abinader, una vez se dio la noticia de la intención de Mejía es, a su vez, una buena noticia. El joven líder saludó el anuncio de Mejía, insistió en que ello fortalecía la democracia en el PRM y que tenía la firme convicción de que como candidato él ganaría la competencia interna en el partido frente a Mejía, pero que lo central era el fortalecimiento de la institución y la transparencia y sentido democrático del procedimiento. Declaraciones maduras que pueden ayudar a crear el clima que necesita el PRM para que cualquier decisión que tomen sus bases y simpatizantes no produzca conflictos y desgarraduras. Mejía por su parte en su declaración no ha mostrado rivalismo. Todo esto puede ayudar a producir un clima de competencia democrática genuina que tanta falta hace en el país. El PRM tiene en ese sentido una gran oportunidad de comenzar a mostrar que, a diferencia del viejo PRD, en el nuevo partido la competencia interna puede asumir un cauce institucional transparente y el faccionalismo no empañar  el ejercicio democrático.

Hay, sin embargo, varios asuntos que ambos precandidatos deben tomar muy seriamente. Me refiero, en primer lugar, a las consecuencias de la política de facción que ha oscurecido toda la política nacional de partidos y la urgente necesidad de generar confianza en el electorado.

La experiencia del pasado ha producido una desconfianza instintiva del electorado en la figura de Mejía, que es quizás su principal obstáculo a  vencer en la batalla interna. El caso de Abinader es distinto, aunque salió muy bien parado en la campaña del 2012 y su figura ha crecido, aún no tiene larga experiencia de Estado. Por conductos y razones distintos, sin embargo, ambos precandidatos están obligados al acuerdo institucional que asegure que cualquiera que salga victorioso podrá confiar en la responsabilidad del otro en respaldarlo como candidato. Para ello se requiere claramente no sólo de buena voluntad, sino también de transparencia, claridad de propósito y responsabilidad en el respeto de los acuerdos.

Si a los miembros del séquito político de ambos líderes se les ocurriese desconocer esos acuerdos y más aún irrespetarlos, si los resultados del certamen interno fueran desconocidos por los colaboradores cercanos y lleven a los precandidatos a la confrontación, el PRM en ese caso no tendría nada que buscar en la política dominicana moderna que se abre paso, pues este emergente proyecto sería algo así como la misma medicina faccionalista, clientelar y populista de la política dominicana. Pero si ambos líderes logran asegurar una experiencia genuinamente democrática podrían estar avanzando en la construcción de una organización política democrática nueva y moderna, como requiere el país. Y esa sería la primera condición para poder vencer la maquinaria del  partido gobernante.

La experiencia del 2012 demuestra que es imposible ganar unas elecciones con un partido dividido, por pequeña que sea la facción que se oponga al candidato. Imagino que en torno a este simple hecho los líderes del PRM habrán reflexionado bastante, sobre todo Mejía quien fuera candidato del PRD en el 2012. Hoy la realidad es ciertamente otra. Por un lado, nos permite establecer con certidumbre que Mejía, de salir victorioso en las primarias, no podrá triunfar en las elecciones del 2016 si no cuenta con el apoyo de Abinader. Este último tiene amplias posibilidades de ganar la candidatura del PRM como indican las encuestas nacionales que lo señalan como el favorito a vencer, pero tampoco lograría el triunfo en el 2016 si no cuenta con el apoyo de Mejía. Ambos precandidatos, pues, se necesitan. Esto deben entenderlo los cabezas calientes que apoyan a ambos precandidatos.

Hay otro asunto que los dos precandidatos y todo el liderazgo del PRM, deben asumir: la urgente necesidad de construcción de un espacio arbitral creíble, respetado por todos y cuyas decisiones sean asumidas unánimemente. El PRM tiene figuras dirigentes de gran respeto que podrían asumir con sobrado éxito esa tarea.

Gran parte de los problemas del viejo PRD estuvieron concentrados en que en vida de Peña Gómez erróneamente todo el mundo descargó en el gran líder la función de arbitrio del conflicto y tras su ausencia dicho partido no tuvo, finalmente, la capacidad de producir un espacio de acuerdo y compromiso seguro. De alguna manera el nacimiento del PRM es producto de ese vacío. Hoy, ante la necesidad de definir los términos de la competencia interna que la ordene, el PRM tiene su primer y mayor reto institucional no sólo en la producción de un mecanismo competitivo seguro y transparente entre precandidatos, sino también de un mecanismo arbitral que genere confianza institucional en los resultados de las competencias y que sea capaz de dirimir conflictos.