Para Kant, pensador plenamente moderno, el arte es una finalidad sin fin, una intencionalidad sin intención. El artista es una inteligencia que actúa como la naturaleza, con la sola diferencia de que ella no se propone crear en tanto que él sí; como la naturaleza, al crear, el artista no tiene ningún propósito utilitario, ni persigue otro fin que el de la creación misma. La obra de arte es considerada un producto del artista ligado a la realidad, pero dueño de ella. Las nociones kantianas de autonomía del arte y de “juicio de gusto” desinteresado (lo bello y lo sublime) influyen poderosamente en el movimiento romántico.

René Magritte

A partir de la rebelión romántica se consuma una ruptura con el pasado. En la estética romántica el arte es expresión de los sentimientos y las emociones del ser humano. Nietzsche señala con fortuna que la obra de arte ya no es el reflejo del mundo exterior, objetivo, sino la expresión más acabada de la personalidad del autor. Las obras de vanguardia en los museos y las galerías de arte revelan ahora más los rasgos de carácter del autor que la representación objetiva de un mundo común. Pensemos en los cuadros convulsos y fascinantes del pintor anglo-irlandés Francis Bacon. Sus obras expresan estados de ánimo cambiantes de una personalidad desgarrada y atormentada.

El artista antiguo era más un intermediario entre los dioses y los hombres que un verdadero demiurgo. El artista moderno, de vanguardia, es un creador ex nihilo –como Dios- capaz de encontrar en sí mismo y no fuera de sí- las fuentes de su inspiración. De ser mero rapsoda, intermediario entre lo divino y lo humano en la Antigüedad, el autor se transforma en verdadero demiurgo, genio creador, en la modernidad. Se podría afirmar que, si la antigüedad consistía en la primacía del mundo sobre el autor, la modernidad, en cambio, consistirá en la primacía del autor sobre el mundo. Esto se conoce como “revolución del autor”, fenómeno característico de las sociedades democráticas y seculares.

Así surge la moderna noción de autor, a la que se atribuye una exigencia de novedad y originalidad radicales. Al artista se le impone la tarea de ser un innovador original, tarea propia de la ideología de vanguardia, que pretende hacer tabula rasa de la tradición artística. Ahora, como en Picasso, lo bello no es algo que debe ser descubierto sino inventado. Lo cierto es que la creación artística tiene algo –o poco más que algo- de ruptura y de novedad radicales.

Pintura abstracta

El momento posmoderno

La crítica filosófica del arte adquiere plena conciencia de esos fenómenos llamados modernidad y posmodernidad estéticas. Esto quiere decir que ella asume los cambios, las rupturas y las innovaciones formales que se han producido en el ámbito del arte y la cultura, y que cuestionan radicalmente los antiguos cánones estéticos.   

Un aporte valioso de la crítica filosófica posmoderna radica en haber incorporado a la teoría estética la reflexión sobre las nuevas modalidades artísticas. Muchos fenómenos estéticos ocurren bajo el signo de la síntesis creadora. Los procesos de fusión e hibridación son propios de la sensibilidad posmoderna. Desde las últimas décadas del siglo XX se registra una integración cada vez mayor de medios, géneros y disciplinas.

Bajo este nuevo enfoque, el concepto tradicional de obra de arte entra en crisis hasta casi caer en desuso. En estética se habla hoy en sentido amplio de texto para referirse a las obras de arte, literarias y visuales. Se habla de leer un cuadro como si fuera un texto, es decir, un tejido de relaciones. Toda obra pictórica, toda imagen visual debe ser considerada como un texto. Toda imagen es una forma compositiva. El cuadro se lee de modo integral como un conjunto de forma y sentido.

Pero también a partir de ahora todo se problematiza. Cada vez gana más terreno un supuesto que cuestiona nuestras aparentes certezas: que lo bello y lo feo en la estética y la moda, o lo bueno y lo malo en arte y literatura, se vuelve hoy imposible de decidir. Se rompen así los viejos cánones o patrones estéticos que nos permitían valorar la creación artística. El anything goes (“todo vale”) posmoderno penetra todo el ámbito de la actividad humana: la economía, la política, la moral, la comunicación, la vida cotidiana, pero de modo particular el arte y la estética. ¿El relativismo estético es aquí principio fundador o corolario? ¿Es el arte contemporáneo producto del pensamiento y la visión personal de su creador? ¿O más bien es el resultado del uso intenso y extenso de nuevas técnicas y tecnologías?

El espectador y el museo