Hace 35 años que el Partido Reformista se fusionó con el Partido Revolucionario Social Cristiano adoptando por consecuencia la Democracia Cristiana como su doctrina política. Pero, ¿hasta qué punto se transformó en socialcristiano el Partido reformista? ¿Acaso no es esta una asignatura pendiente?
Pareciera que el “bautizo” que le dio nuevas siglas no significó necesariamente una “conversión” que se testimonia con la aceptación y la práctica permanente de los principios de la doctrina socialcristiana.
Y si la que tuvo cuando sólo era “Partido Reformista” pudiera parecer hoy débil y poco atractiva, vigorizarla con la práctica real del socialcristianismo pudiera resultar prometedor, amén de necesario.
Siendo que los partidos se desmiembran, entre otras cosas, cuanto pierden su ideología, revivirla y actualizarla, en este caso, bien puede resultar una fórmula para que los grupos del PRSC, actualmente en conflicto, puedan asumir mancomunadamente el “estado de agonía” que padece su mismo partido, y servir también de “savia nueva” para evitar su decrecimiento e impulsar su posible relanzamiento.
Todo indica que los reformistas deben comenzar por hacerse más socialcristianos. Por saberse más socialcristianos. Por decirse más socialcristianos. Por hacer política como socialcristianos.
No es extraño que prefieran llamarse a sí mismos “reformistas”, “balagueristas” o compatriotas. Pareciera que deben aprender a llamarse por su nombre completo: “partido reformista social cristiano”. Y una vez incorporado el nombre, hacer de la doctrina socialcristiana su carta náutica.
La identidad socialcristiana puede imprimirle al PR (SC) un nuevo rumbo y una nueva dinámica política y social. Puede llevarlo a convertirse en una “marca partido” ética y políticamente más robusta y con mayor vocación democrática.
Pero deberán admitir que este cambio de visión creará a su vez la necesidad de “alfabetizarse” y formarse en los principios de la democracia cristiana para alfabetizar a otros. Conocer y aplicar estos principios es lo que los hace atractivos y convincentes.
Cabe destacar que en este nuevo camino del “reformismo” no todo es nuevo. De lo que se trata es de que el PRSC asuma los desafíos del futuro desde un “humanismo reformista”, apelando a una vuelta a las raíces para recobrar las expectativas políticas desvanecidas.
La doctrina socialcristiana tiene como base un humanismo que obliga a respetar la dignidad plena del hombre. Este principio es la suma de todo aquello que caracteriza la dignidad del ser humano, que incluye todo lo relativo a la libertad, y al derecho de vivir en una sociedad democrática, que respete todos los Derechos Humanos, llegando a considerar el bien común como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
Ser socialcristiano en política hoy exige, en consecuencia, revalidar la opción democristiana. Que la opción democristiana es, de nuevo, como en los más representativos episodios de su historia fecunda, la respuesta a la terrible crisis social, económica, política y moral que aqueja a las grandes sociedades democráticas.
Que la opción democristiana puede y debe, también, como en los mejores episodios de su historia, proceder a una más audaz y más nítida presentación de su identidad, de sus principios, y de sus propuestas.
Ser socialcristiano equivale a tomar plena conciencia de los desafíos y de las oportunidades que, de acuerdo con la historia, plantea el futuro. Un pensador cristiano como Paul Ricoeur decía que la memoria era un deber. Iba más lejos: convertía en sinónimos el “deber de memoria” y el “deber de justicia”.
Ojalá que el PR(SC) se proponga una “verdadera conversión” al socialcristianismo, aquí y ahora. Que asuma el deber de su memoria “reformista” conjuntamente con el deber de justicia desde los fundamentos socialcristianos.
El posible “relanzamiento unificado del reformismo” con un rostro socialcristiano, que le es legítimo, le permitiría sintonizar su agenda con el sentir, las necesidades, demandas y expectativas de miles de comunidades eclesiales de base, de grupos basados en la fe y de otros muchos ciudadanos y cristianos concientizados que trabajan por la defensa de la verdad y la justicia. Y que piden a gritos una práctica política que no esté en conflicto con la ética.
Y si los grupos del PRSC en conflicto decidieran caminar separados, estarían renunciando al “deber su memoria” y al deber de asumir su compromiso con la democracia cristiana, que adecenta y redimensiona la política, que une voluntades libertarias y que invita a la transformación social desde la “proximidad”.
Ojalá que no tenga que decirse de unos y otros la frase lapidaria de Kafka, refiriéndose a los pusilánimes: “Los despreciaban, porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco”.