Más que una figura jurídica, la Constituyente es un recurso político que generalmente surge en un momento de excepción, de ruptura del ordenamiento político social en que se basa un régimen para instalar otro régimen. Surge de momentos de profunda crisis de gobernabilidad que desemboca en una crisis política, de la cual un grupo político termina imponiendo su hegemonía sobre otro, luego de un periodo de lucha no necesariamente largo, pero sí intenso y sostenido. En nuestro país desde hace mucho tiempo, muchos grupos y singulares personas de la vida política se plantean como objetivo el establecimiento de un poder constituyente; han sido tan sistemáticos en la búsqueda de ese objetivo, al margen de tiempo o coyuntura, que de esa figura han hecho un estribillo político.
Algunos dicen que para superar el actual régimen, justamente caracterizado de vocación absolutista y continuista, es necesario ensayar formas de contrapoder en las calles y en todos los espacios o escenarios de lucha política. La figura de contrapoder o poder paralelo al régimen imperante surgió en el contexto de efervescencia revolucionaria en que se desarrolló la Revolución Bolchevique en Rusia y fuera de allí en los primeros años del siglo pasado. Una de las tareas que se impuso el bolchevismo con la toma del poder fue llamar a una Constituyente para crear las bases institucionales del nuevo poder, la cual se llevó a efecto el 25 de noviembre de 1917. De los 520 diputados constituyentes, el bolchevismo obtuvo 161, los llamados socialistas revolucionarios, de base campesina, obtuvieron 267 y el resto se repartió entre diversos grupos políticos.
Esos resultados demostraron que aun en el poder, fruto de una ruptura revolucionaria, las fuerzas del cambio en un proceso eleccionario para constituir una Constituyente no tienen segura la victoria. En enero de 1918 los constituyentes se reunieron, y luego de una discusión interminable que se prolongó hasta altas horas de la noche la Asamblea fue disuelta, los bolcheviques que sí eran mayoría el Soviet instalado en noviembre desdeñaron esa tradicional formalidad de la llamada democracia burguesa. Desde entonces ese hecho ha sido motivo de interminables discusiones sobre las consecuencias que esto tuvo para el futuro de la Revolución. Lo traigo a cuento, porque una constituyente no es sinónimo de revolución o de garantía para que un proceso de cambio o revolucionario o que sea democrático por definición, como piensan algunos.
Aquí, en sus luchas, a veces al margen de tiempo y contextos, el uso de las figuras contrapoder y/o constituyente se han constituido en bandera política de varios movimientos revolucionarios y/o contestarios sin una rigurosa reflexión sobre el significado que esto tiene para la gente, sin ser explícitos en la explicación sobre cuándo y cómo se establecería una Constituyente. Van del discurso de la constatación del estado de fragmentación no solo de las fuerzas anti sistémica, sino todo el tejido social del país, al discurso/estribillo de la Constituyente, soslayando el hecho de que para llegar a este punto debe producirse una ruptura del orden político imperante, o como resultado del surgimiento de una nueva mayoría a través del voto popular que se constituya en Constituyente. Todo indica que de esa circunstancia aún estamos lejos.
El sector mayoritario de la oposición al presente gobierno hace una tibia oposición básicamente parlamentaria, muchos de sus efectivos participan de la Marcha Verde, pero en la estrategia de ese sector está muy lejos el planteamiento de una ruptura del orden vigente. Otro sector opositor, a pesar de su casi simbólica presencia en el parlamento tampoco plantea tajantemente esa ruptura, los otros sectores dispersos y extremadamente minoritarios sí lo plantean, pero sin la más mínima posibilidad de producir la referida ruptura, dada a su extrema debilidad organizativa y su ausencia del país real. En tan sentido, demandar una Constituyente en esa circunstancia no pasa de ser un huero estribillo político, sin sentido práctico para movilizar a la gente.
Estos tienen razón al decir que son las calles el principal escenario de lucha para combatir un grupo político en el poder que de la corrupción ha hecho el modo operandi de varios de sus miembros que han entronizado un sistema de corrupción que no solamente saquea lo público, sino que llega hasta el asesinato a quienes ponen en peligro esa estructura creada hacer sus fechorías; pero esa estructura no se rompe estribillos políticos convertidos en un tótem que no convoca a nadie, como es esa descontextualizada demanda por una Constituyente. Este grupo se saca del poder con propuestas políticas no sólo creíbles, sino viables. Creíbles y viables no por el exquisito diseño que estas podrían tener, sino porque las impulsa un bloque de fuerzas con capacidad de hacer que una pluralidad de agentes sociales, productivos y políticos las asuma.
Lo demás, como dice la canción, es simplemente una ilusión