La sociedad dominicana celebra mañana 174 años de la creación de la Constitución de la República Dominicana. Desde su proclamación el 6 de noviembre de 1844, este documento ha concitado la atención de muchos ciudadanos, por el carácter que tiene y por constituir un caudal de valores y de directrices orientados a la organización y a la dirección orgánica de la vida de los ciudadanos y de la nación en general. No hay una constitución perfecta; pero todas, incluyendo la nuestra, tienen como eje central el desarrollo humano y político de las personas de una sociedad determinada. Asimismo, tienen como horizonte, también, la instauración de un sistema social y político que salvaguarde la libertad, la justicia y la igualdad. Las personas que crecen y se desarrollan en un entorno familiar, social o cultural en el que la constitución se vive como parte constitutiva de su ser, alcanzan madurez humana y política. Estos rasgos las convierten en agentes transformadores de contextos y de colectividades que están marcados por la alienación o por la exclusión social, económica y política.
Las personas que tienen esta oportunidad son cada vez más escasas. Por esta escasez estamos frente a un fenómeno altamente preocupante en la República Dominicana. La preocupación está presente en amplios sectores y actores sociales. Unida a esta preocupación está la existencia de otros tipos de personas que adoptan una postura de agresión sistemática a la Constitución. Los indicadores de agresión son diversos; pero resaltan los que van dirigidos a las adaptaciones exprés para la reelección; los que asumen como lógica natural la reinterpretación parcializada de lo que expresa la Constitución. Y la perfidia llega al último nivel cuando se crean nuevas fórmulas y nomenclaturas para obviar, para negar sus planteamientos. Es cierto que no estamos frente a un problema exclusivo de este momento histórico; es una situación con sus raíces en otras épocas. Pero se ha convertido en una costumbre para legisladores, gobernantes, dirigentes de partidos políticos, de grupos religiosos y del ciudadano común. De igual modo, es una rutina para organizaciones y movimientos con una educación deficiente.
La Constitución ha sido convertida en una cosa más que se negocia, que se mercantiliza en tiempo pre-electoral. Se busca acumular poder, aferrarse a sus propios intereses con el estilo de la tenia, hasta saciarse y dejar exhaustos a los demás humanos con los que se convive. Por esto la educación preuniversitaria y la educación superior han de agilizar el ritmo y trabajar para afinar en los niños y en los jóvenes la capacidad de toma de decisiones para contribuir efectivamente en la construcción de procesos que revierten esta problemática. Nuestra Constitución demanda más estima, más respeto, más aplicación práctica de ésta por todos los ciudadanos. ¡Podemos reempezar!