¡Conspirar luce mala palabra! Aquí, es grito. Agitar conciencias.  Antagonizar el poder. Es hacer que las contradicciones estallen. Es llamado a los intelectuales a liberarse del miedo para que asuman su responsabilidad de ser protagonistas de una auténtica historia intelectual pública en democracia.

Urge su participación activa en momentos en que el país está siendo azotado por grandes conspiraciones y “misterios” políticos, económicos, sociales, ecológicos, mediáticos, educativos, culturales y morales.

Resulta urgente porque muchos sectores, desde dentro y fuera del Estado, urden tramas perversas contra la democracia, contra la Constitución, la justicia, la transparencia, la ética pública, la verdad, el patrimonio público y la economía del país. ¡La crudeza de las crisis provocadas por estos sectores echa por tierra el maniqueísmo de las teorías conspirativas oficialistas y de los conspiranoicos tradicionales!

Estamos ante el hecho político de la conspiración. Estamos ante la conspiración del poder, en donde nada es dejado al azar, sino que es ejecutado a traición, tras máscaras o entre sombras, y que más que una conversación entre cómplices adquiere una dimensión de seria y preocupante amenaza para el país.

Pero no podemos “sentarnos a llorar sobre una piedra” o darnos por vencidos frente a “las élites y al capital conspiradores” o de los que conspiran por encargo  o por degeneración moral.

El disfraz encubridor de los conspiradores puede ser puesto al desnudo y derrotado mediante una “conspiración pública” y aséptica que adopte la identidad provocadora de antítesis de la “conspiración oculta”, ya que el provocador tiene la capacidad de descubrir hechos soñados por el enemigo, pero que este último es incapaz de ejecutar a riesgo de quedar al descubierto.

¿Acaso no fue una “conspiración pública” la resistencia de los intelectuales dominicanos contra la intervención militar norteamericana del 1916-1924? Que mediante “el uso del discurso, la denuncia y las armas del derecho” movilizaron a la opinión pública, nacional e internacional, condenando aquella conspiración violenta y humillante.

Como aquellos, los intelectuales de hoy habrán de “conspirar” de nuevo contra los nefastos conspiradores nacionales e internacionales que traman el despojo y usurpación de los recursos y bienes públicos y la negación de los derechos y libertades de los dominicanos. Y habrán de hacerlo como una amplia comunidad local que comparte su lucha con los sectores democráticos del país y con la comunidad intelectual mundial.

Deberá ser una conspiración de los “intelectuales públicos” como respuesta enfurecida a algo que no se puede aceptar como son los comportamientos y políticas públicas  decepcionantes de un Estado incapaz de tomar decisiones honestas en el plano económico y la consiguiente incapacidad para procurar servicios públicos adecuados, así  como de combatir su propia  corrupción y la de otros.

Los intelectuales públicos agitan conciencias. Existen para incomodar. Desafían y derrotan el silencio impuesto y la calma simulada del poder que no se ve. Son los pensadores, profesores, escritores, periodistas, poetas y artistas que sacan el debate a la calle mediante intervenciones públicas colectivas a través de todos los medios, incluyendo las redes sociales, como un nuevo modo de ejercer su antagonismo contra el poder.

Precisamente ahora cuando el país está viviendo una desesperanza colectiva, cuando  su camino al futuro parece estar conducido  por “mapas y guías embrutecidos”; cuando los que “hacen y vigilan las leyes” conspiran contra su cumplimiento y justa aplicación, se hace más que indispensable la conspiración pública de los intelectuales.

No hay opción para la noconspiración de los intelectuales. Bobbio alienta la “vocación conspirativa” de los intelectuales cuando sostiene que “el deber del intelectual, que no quiera permanecer indiferente al drama de su tiempo, es el de hacer que las contradicciones estallen, el desvelar las paradojas que nos imponen sus problemas aparentemente sin solución, el de indicar los caminos sin salida”.

Chomsky también excita esta vocación conspirativa cuando afirma que “la responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y denunciar la mentira. Se hallan en situación de denunciar las mentiras de los gobiernos, de analizar las acciones según las causas y los motivos y, a menudo, según sus intenciones ocultas”.

Más que los eternos “conciliadores” y misericordiosos, que quieren caridad, pactos  y negociaciones allí donde lo que hace falta es transparencia y justicia, lo que el país requiere en estos momentos es de la “conspiración” de los “intelectuales públicos” para despertar una esperanza y una valentía cívica colectiva capaz de desvelar las intenciones ocultas de los conspiradores que hoy detentan el poder acanalladamente. No se trata de entender el país, sino de cambiarlo. ¡Conspiremos contra las conspiraciones y los conspiradores!