Los grupos y las instituciones sociales juegan un papel fundamental en el desenvolvimiento y la vida de las sociedades, con independencia de su orientación política. Organizan nuestras vidas y le proporcionan determinados sentidos. Nuestro comportamiento está determinado por las creencias y actitudes que tenemos de las personas, los grupos y las instituciones. Se pudiera afirmar la existencia de ciertos procesos intersubjetivos que median y explican el “orden y la confianza social”, como garantía de la vida social. Depositamos nuestro dinero en una entidad bancaria bajo la confianza de que ahí estará bien resguardado, e incluso, que en determinada circunstancia podrán aumentar con el tiempo y, sobre todo, cuando lo requiera, solo tenemos que acudir al banco. Dejamos a nuestros hijos en una institución educativa con la confianza de que en la misma aprenderán y tendrán buenas oportunidades para crecer como personas de bien. De igual manera, llevamos a nuestros hijos a un “campamento de verano” con la confianza de que la pasará bien y podrá desarrollar nuevas habilidades. No tenemos duda de acudir a un centro de salud cuando lo requerimos, con la esperanza de que ahí harán todo lo necesario para que recupere la salud. Contratamos los servicios de una persona para que limpie la casa, cocine y lave la ropa, y en muchas ocasiones, duerma en ella, con la expectativa que las “cosas vayan bien” mientras estamos en el trabajo. Acudimos a un restaurante a almorzar o cenar con la familia o un grupo de amigos, con la creencia de que dichos alimentos están bien manejados y no tendremos problemas con la salud. Nos atrevemos a tomar carretera y conducir a velocidades relativamente altas bajo la convicción de que, en caso de necesidad, podremos maniobrar bien y salir airoso ante la imprudencia de otro conductor o, incluso, ante algún desperfecto inesperado del vehículo.
Es decir, organizamos nuestra vida y la vivimos partiendo de supuestos sobre cómo funcionan o funcionarán las cosas y, sobre todo, que incluso nuestra seguridad y nuestra vida no está en juego. Esta estructura de comportamientos y relaciones funciona sobre la base de cierta confianza y subjetividades compartidas; pudiera decirse, de “de ciertas relaciones intersubjetivas” y expectativas recíprocas. Porque creo en ti y lo que me dices y propones, hago tal o cual cosa. Más concreto todavía: porque me dices que “mi inversión contigo está asegurada”, deposito mis recursos financieros en tu institución con la expectativa que estos se incrementarán como me aseguras y propones. Todo el sistema financiero mundial, como las aseguradoras, se basan en estas intersubjetividades compartidas.
Es posible asumir entonces que el orden social se relaciona íntimamente con la confianza social. Porque confiamos en las instituciones educativas, en las instituciones de salud, en las instituciones legales, en las instituciones religiosas, en las instituciones de seguridad y protección, en las instituciones de transporte, en las instituciones financieras, etc., organizamos nuestra vida contando con ellas. Se llega a hablar de que la confianza social es un juicio moral acerca de la dignidad de la institución o persona. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias sociales si de pronto todos empezáramos a dudar de la idoneidad de las personas y las instituciones? ¿Qué pasaría si de pronto dejáramos de confiar en los bancos, en las escuelas, los centros de salud, las iglesias, los restaurantes o en la propia familia? Ninguna de estas cosas es descabellada. Es posible que a mí o a usted que me está leyendo en estos momentos le haya ocurrido o vivido una situación en que ha perdido la confianza de una institución como de una persona en particular. En ese momento la vida nos da “media vuelta”.
Cuando a los jóvenes de octavo grado de primaria se le preguntó sobre su nivel de confianza en las instituciones o grupos en el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana que se realizó en el año 2016, estas fueron algunas de sus respuestas respecto a un conjunto de instituciones y grupos:
Mientras hay instituciones sociales o grupos en las cuales los jóvenes encuestados dijeron mostrar alta confianza (la escuela-88.7%; los medios de comunicación-76.3%; el gobierno-74%), en otros casos esta confianza disminuye por debajo del setenta por ciento (gobiernos municipales-69.9%; Fuerzas Armadas-69.6%; Naciones Unidas-67.7%; Congreso Nacional-67.1%; justicia-63.6%; la gente en general-61.2%), y, en un tercer grupo la confianza se manifiesta baja o muy baja (Policía-56.8%; Partidos Políticos-51.8%). El gráfico que sigue muestra las valoraciones de estos estudiantes:
Es muy notable la alta confianza que estos jóvenes muestran respecto a la escuela (88.7%). Ese mismo comportamiento apareció en el mismo estudio, pero del año 2009. Siempre he pensado y planteado que estos datos deberían generar un mayor compromiso en todo el personal docente y administrativo, pero, sobre todo dirigencial del Ministerio de Educación, por asegurar un mejor sistema educativo y una mejor escuela. De igual manera, mueve a preocupación el bajo nivel de confianza mostrado por estos mismos jóvenes en instituciones como la policía y los partidos políticos; en el primer caso, la institución que debe velar por la seguridad ciudadana y la otra, por el afianzamiento de la vocación democrática de esa misma ciudadanía. Esos jóvenes que en el 2016 tenían 12, 13, 14 o hasta 15 años, y que hoy tendrán de 18 a 21 años, ya son jóvenes adultos con todos los derechos y deberes que la constitución les otorga, son ciudadanos en el ejercicio pleno de su responsabilidad social.
Puede haber muchas lecturas de estos datos. Los invito a la reflexión y a la posibilidad de compartirla, todo ello en el ánimo de fortalecer nuestras instituciones y, al mismo tiempo, el futuro como país con vocación democrática. El país que soñaron nuestros Padres de la Patria, por el cual miles de personas han ofrendado su vida desde entonces.