El proceso de colonización en América y en la isla de Santo Domingo por parte de los españoles, fue de completo sometimiento a la población original, basado en un modelo socio-económico de explotación de mano de obra esclava, apropiándose al mismo tiempo de indígenas y de tierras que no le pertenecían.

Juan Ponce de León

Contrario a una historia distorsionada, falseada, contada por historiadores colonizados, los cuales difundieron la versión de que esta población indígena era inferior, sumisa, incapaz de rebelarse, de protestar, cuando en realidad fue todo lo contrario.  En la medida en que los abusos aumentaban, la población indígena mostró su rebeldía, su acción de lucha. Esto se demostró desde un principio, con la destrucción del Fuerte de la Navidad, las luchas de Caonabo, Guarionex y de todos los caciques con excepción de Guacanagarix, así como la rebelión de Enriquillo, el primer cacique de América en desafiar el poder del imperio, el cual no pudo ser vencido militarmente.

Por eso, era prioridad de los colonizadores la sumisión de los indígenas existentes. Los gobernadores españoles, tenían esta misión, olvidándose de la misericordia cristiana y el respeto por la vida humana. Todos arremetieron contra los indígenas hasta su exterminio.  El genocidio de Anacaona y su pueblo, son testimonio de esto.

Cuando Nicolás de Ovando, fue nombrado Gobernador por la Corona española, decidió como prioridad, la búsqueda de la paz y la pacificación en todos los lugares de la isla. Al  enterarse de que en el reinado de Higüey, el único cacicazgo que quedaba libre en la isla,  su jefe Cotubanamá, “el hijo del sol”,  indignado por la cruel muerte en la isla Saona  de uno de sus allegados, se había sublevado, envió de inmediato a Juan Ponce de León y a Juan de Esquivel, con numerosos hombres (el historiador Manuel de Jesús Arredondeo dice que 400), a someterlos a la obediencia y a pacificar la región.

Ellos cumplieron su misión a cabalidad,  gracias a la realización de otro genocidio impune, sobre todo Esquivel, que antes de llegar a su destino, montado en su caballo, iba asesinando a todos los indígenas que encontraba en el camino, sin distinguir sexo ni edad y sin tener misericordia con nadie. (A pesar de eso, como ironía histórica, una calle de Higüey hoy lleva su nombre!

Aunque estaba comprobado que no había oro en la región, Boca de Yuma, era un embarcadero estratégico para la colonización española.  Por eso, de acuerdo con el historiador Manuel Mañón de Jesús Arredondo, “muy pronto Nicolás de Ovando envió grupos de vecinos de Castilla casados, con aperos de labranzas y herramientas, con suficiente ganado vacuno y caballar, formándose una población que llegaba casi a los mil habitantes, muy significativa para la época y el lugar”.

Parte lateral frontal de la casa-fortaleza.

“Los laboriosos vecinos españoles, -sigue diciendo Mañón Arredondo- muy pronto comenzaron a explorar aquellas  tierras de Higüey, multiplicándose asombrosamente el ganado.  Los hombres solteros se casaron con mujeres indias y rápidamente la villa se transformó en una prospera comarca, a tal punto que para los años de 1508-1509 el capitán Juan Ponce de León enviaba bastimentos y carnes, bateas, hamacas, yeguas, aves de corral y tocinos salados a las isla de San Juan de Puerto Rico.  Entre 1512 y 1517 el puerto de San Rafael del Yuma se contaba como uno de los de mayor actividad en el tráfico de carga y pasajeros desde la  Española y los pobladores de la isla de Borinquén”.

En el embarcadero de Boca de Yuma, las naves que iban para España, se guarnecían de cazabe y otros alimentos para la travesía.  Cuando funcionaba el ingenio azucarero de Sanate, por este embarcadero de San Rafael del Yuma, se enviaba azúcar y caoba para la ciudad de Santo Domingo, y  se exportaba esta madera preciosa para la ciudad colonial de San Juan de Puerto Rico.

Juan Ponce de León, desde que llegó, se enamoró del lugar y en las cercanías del poblado actual de San Rafael del Yuma estableció una hacienda para la cría de ganado, de cerdos y de caballos, que bautizó con el nombre de “Cibayagua”, nombre original del lugar y donde existía un poblado indígena.

Allí construyó su vivienda de madera, la cual por instrucciones de Ovando, fue sustituida por una casa-fortaleza de mampostería de dos plantas, la cual servía de protección y refugio en la planta inferior para la población que estaba en su cercanía, donde estaba ubicado el poblado original de Higüey, el cual posteriormente fue trasladado por Juan de Esquivel en su actual lugar.

En esa casa-fortaleza, residía Ponce de León con su esposa Leonor y sus tres hijas: Juana, Isabel y María, reservando sus espacios de descanso, dormida y comidas para la segunda planta, desde donde contemplaban hermosos paisajes y mágicos amaneceres, en un lugar lleno manantiales, lagunas, mariposas, árboles y flores.

Para el ingeniero, escritor y arqueólogo Emile de Boyrie de Moya, esta casa-fortaleza “es una reliquia arquitectónica de la época de la conquista y de los años medios (1505-1506) de la gobernación de Nicolás de Ovando.

Esta es la única puerta de la casa-fortaleza

Más que una residencia como morada –sigue diciendo Boyrie de Moya- fue una verdadera fortaleza de gruesos muros con medievales ventanas en aspilleras, portal único y secreto túnel de escape, la que se construyó en aquel remoto lugar, fresco y feroz, en la margen derecha del Duey.

La residencia está diseñada en dos plantas de 3.60 metros de altura cada una, con muros de 1.35 metros de espesor en la planta baja y 0.70 metros de espesor en la segunda.  Tiene una puerta, un portal de frontón adovelado, enmarcado en el exterior con piedra de cantera, la presencia sistemática de piedra de sillería y estrechas aspilleras caracterizaban al fortín”.

En esta casa-fortaleza, Ponce de León, escuchó de varios indígenas las historias-leyendas sobre la cantidad de oro que existía en Puerto Rico.  Durante mucho tiempo, en estas paredes se forjaron y se discutieron las ideas sobre la conquista de Puerto Rico, el descubrimiento de la Florida, hazañas que  realizó  Ponce de León, con la esperanza siempre de poder encontrar la ilusoria fuente de la juventud.

Después de salir para para la conquista de Puerto Rico, del que llegó a ser su primer gobernador,  marcharse Juan de Esquivel y  trasladarse el poblado original para la actual ciudad de Higüey, la casa-fortaleza de Ponce de León quedó sola y abandonada, sufriendo las inclemencias rigurosas del tiempo y el saqueo de sus piedras y tejas, quedando en el olvido.

En el año 1970, a pesar de que el Gobierno de Puerto Rico, reconstruyó esta casa-fortaleza, siguió abandonada por más de 30 años, en las cercanías del municipio de San Rafael del Yuma, hasta que hace poco tiempo, el Ministerio de Estado de Cultura y la Dirección General de Patrimonio Monumental unieron esfuerzos para convertirla en un museo, en una lucha contra el olvido. 

Este museo, contiene, además de fotografías e informaciones sobre la casa-museo y sobre Ponce de León, mostrando objetos encontrados en las excavaciones del lugar, como monedas españolas de la época, clavos, pedazos de cerámica Talavera, herraduras, puntas de lanza, una plana de albañilería, anillos, etc., así como mobiliarios originales y recreados de la época, con una máquina de hilar y un baraguero hermoso, decorado con oro, así como un atril del siglo XV.

Una joya como esta, un patrimonio nacional e internacional, de un valor histórico y sentimental extraordinario, de dimensiones arquitectónicas, artísticas, culturales trascendentes, de un monumento único, con expresiones de primacía, de un valor turístico, pedagógico educativo incalculable, está semi-abandonado, recibiendo visitantes muy esporádicamente, por falta de promoción y de interés, ausente en los paquetes turísticos de una de las regiones turísticamente más desarrollas del país. 

¡Este monumento no existe para los responsables del turismo de Higüey y de la región, incluso para los maestros de las escuelas a nivel nacional!

¡Realmente, el que no llora ante  esta negligencia, falta de conciencia y de respeto, no le importa la patria y mucho menos la cultura y la historia!  ¡Que pena!