“Mira, hoy pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal…elige la vida y vivirás tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:15,19)

Cada día descubrimos, que los problemas que hacen difícil la vida en nuestras comunidades son demasiados, hasta el punto de saturarnos de impotencia y frustración. Hay coincidencias, en admitir que vivimos bajo un sectarismos abominable que sustentan los partidos políticos y las religiones, un nivel de desempleo que nos ahoga, un ejército de pobres e indigentes que ya no registran las estadísticas oficiales, una transculturación y una pérdida de identidad que sólo nos ha dejado a Duarte para los 27 de febrero y la fecha de su  natalicio. Vemos además, una juventud desorientada y entregada al hedonismo feroz,  un consumo y tráfico de drogas, que nos hace dudar de la seriedad y la apariencia de tanta bonanza de los buenos negocios.

No todo el mundo comprende que los problemas se entrecruzan como una red para formar una estructura bien organizada, que pone en aprieto a nuestro pueblo, casi a punto de aniquilarlo. Esa estructura tiene sus defensores y sus sustentadores, sus publicistas y mercadólogos,  sus maquinadores, en fin sus ideólogos.

El apóstol San Pablo, en el libro de los Romanos, capítulo 8, nos señala la frontera de las dos formas de vivir en la sociedad, cuando dice: “En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual”. Sin embargo, nos parecerá un poco teórico este enfoque. Y como a los religiosos nos encantan las teorías para no llegar a la profundidad de las cosas y menos a la práctica, donde quedan derrotadas muchas de nuestras fascinaciones, le aplatano la propuesta refiriéndoles que los estilos de vida según la carne y según el espíritu son contradictorios y excluyentes, nadie puede servir a dos señores. Son maneras de ver, pensar, sentir, vivir y de actuar respecto a los demás, y por supuesto respecto al Dios que nos trasciende.

El estilo de vida según la carne está representado por “la creciente riqueza de unos pocos que sigue paralela a la creciente miseria de las masas” (Juan Pablo 11), la idolatrización del placer y las riquezas conseguidos a cualquier costo, privilegios ilegítimos, prestigios, lujos y extrema pobreza, corrupción de la vida pública y profesional, consumismo, negación de la solidaridad. Vivir acorde con la carne es cuando seguimos los dictámenes y los modos de ver, sentir, pensar, actuar y convivir de las sociedades como esta en que vivimos, en donde “La justicia es igual a las serpientes, sólo muerden a los que están descalzos”. (Monseñor Romero). Y subyace a  la orden del poder, el tener y el placer, diseminados por doquier, para tomar por asalto todas las encrucijadas del hombre, y lo cualquierizan como estropajo, desecho de sobre uso o agua residual vertida al alcantarillado, hasta que quedamos convencidos de “…el ateísmo del capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios". – Monseñor Romero. Homilía Septiembre 15 de 1978.

El estilo de vida según el espíritu, no tiene nada que ver con un aislamiento e indiferentismo para buscar una vida más pura, apartada de las tentaciones del camino y de los hombres. No y no, no tiene que ver con un espiritualismo pendejo y recalcitrante, “caminar según el espíritu es ir hacia la vida” (Gustavo Gutiérrez): vivir anclado en la solidaridad, la justicia, el servicio, la honestidad, la paz, la defensa de la vida, la equidad, la libertad, tolerancia, los derechos humanos en todas sus formas, amar y defender la naturaleza como casa común, el bien común, vivir los postulados y los principios que no encajan con las expectativas de esta sociedad, “desertar para Dios” como diría San Clemente de Alejandría.

Vivir según el espíritu es negarse a todos los convites de esta sociedad. Vivir según el espíritu tiene sus sacrificios: es vivir, andar, pensar, amar, sentir en contra de la corriente. Y la corriente, son los postulados y principios de esta sociedad, según la carne. No hay puntos medios.