Don Manuel Estrella ha glorificado su apellido con una carrera empresarial alucinante. Aquel muchacho frágil, jovial y de voz quebradiza que en la mitad de los ochenta empujó una modesta firma de ingeniería, hoy, con apenas 53 años, le presta su imagen a Forbes como uno de los hombres más ricos de la República Dominicana con inversiones en Haití, Panamá, Costa Rica, Guyana y Jamaica. Y no hablamos de un dreamer de Silicon Valley ni de un emprendedor de alta tecnología, industria que ha probado crear las fortunas más colosales de la historia: Bill Gates, Larry Ellison, Larry Page, Sergey Brin, Jeff Bezos o Mark Zuckeberg. No. Estrella ha sido una estrella en otros negocios.
El mejor socio del empresario ha sido su inefable gracia para hacer relaciones de poder. Desde joven comprendió que los negocios empiezan y terminan con conexiones influyentes. Invirtió en construirlas, consolidarlas y hacerlas productivas. Su historia es un recuento dilatado de grandes cobijos; repleta de tutores a quienes ha tratado con exquisita decencia.
Pero en la antología de sus grandes mentores, descuella uno que ha sido el astro más luminoso: Agripino Núnez Collado, quien le abrió oportunidades inesperadas para convertirlo en lo que hoy es. La lista de lazos derivados de esa fecunda alianza es interminable. Manuel Estrella creó en torno a Núñez Collado un círculo impenetrable de lealtad a través de contados empresarios. Bajo su égida emprendió las obras privadas emblemáticas de la ciudad de Santiago, como el Hospital Metropolitano y el Aeropuerto Cibao, apalancadas por el Estado dominicano en condiciones poco usuales en una alianza pública-privada.
Las relaciones de ese grupo con Leonel Fernández fueron robustas e inmejorables, pero sin réditos electorales a favor del PLD (partido que no ganaba la plaza municipal desde el 1994). La razón era obvia: “el grupo Agripino” (como le llaman peyorativamente algunos empresarios de Santo Domingo) no tiene ni ha tenido conexión con la base social. Su acrisolado elitismo le ha generado callados desafectos en la sociedad santiaguera.
Manuel Estrella empieza así una etapa prometedora en su vida empresarial. De la mano de Víctor Díaz Rúa como ministro de Obras Públicas se le abrieron horizontes anchurosos. Las jugosas contrataciones no se hicieron esperar, la lista es larga; solo con Odebrecht tuvo a su cargo grandes proyectos viales como Ecovías de Santiago, Corredor Duarte I, Corredor Duarte II y, en los gobiernos de Medina, la central termoeléctrica Punta Catalina. Estrella entra así en el esquema operativo de la firma brasileña que implicaba, como trama estándar, el pago de sobornos a cambio de sobrevaluaciones.
Saber si el empresario estaba vinculado o no es un acertijo. Algunos dudan de que conociendo el juego de intereses aparejado al sistema de contrataciones públicas, sus hondas influencias en los centros de poder y sus relaciones con los gobiernos, se mantuviera a la orilla de esos tratos. Tal sospecha creció cuando, en ocasión de la designación de la famosa comisión de notables de Punta Catalina, Medina nombra a Agripino Núnez Collado como presidente y se revela su condición de miembro del consejo de directores de la principal empresa del consorcio Estrella. Una vez más se revalida aquella regla de vida del visionario empresario de invertir en la gente.
El ingeniero Estrella, como es natural, nunca se ha referido a Punta Catalina ni mucho menos a su historia de relaciones con Odebrecht. Es más, en la página web de su grupo, en la sección de alianzas se omite a Odebrecht y las obras conjuntas. Lo que si se sabe es que a pesar de las monstruosas sobrevaluaciones, hoy Odebrecht demanda al Estado dominicano en un arbitraje internacional por unos 708 millones de dólares en presuntos sobrecostos, monto que incluye una partida importante en trabajos de suelo e ingeniería que cobra la firma Estrella.
Si hay una persona que conoce a fondo los tratos de Manuel Estrella ha sido el senador Félix Bautista, quien como su competidor en el país y en Haití puede dar cuenta del origen de sus desamores. Con la desventaja, para el senador, de que por más ciertas que puedan ser las presuntas deslealtades de Estrella, la razón se inclina hacia este último; no por ser necesariamente más creíble sino por ser Bautista lo que es.
Consciente de la vulnerabilidad de sus negocios con el Estado y del poder que acumulaba, el empresario entendió que tenía que proteger sus inversiones y capitales; la mejor manera era invertir en un grupo de medios. Con otro socio santiaguero adquirió una plataforma de medios que controlaba el Grupo Financiero Popular, entidad que por regulación monetaria y financiera tuvo que deshacerse de empresas de medios. La inversión no fue financiera sino estratégica. Para él era una trinchera; para su socio, un señal enviada al corazón de un empresario rival de Santo Domingo dueño de medios. Multimedios del Caribe (El Caribe, CDN (radio y televisión) Central de Datos) era un grupo de empresas con serios problemas financieros; eso facilitó una negociación muy ventajosa para los adquirientes. Hasta el día de hoy sigue siendo deficitario. Su valor es intangible.
La idea de Estrella era llevar a su lado a una parte del periodismo con mayor credibilidad con el objeto de desactivar cualquier crítica y de paso fregar asépticamente sus negocios con el Estado. Además, era una estrategia de contrapoder frente a las posibles presiones públicas. Nada distinto a la de otros grupos económicos. Lo consiguió con Nuria Piera en CDN, un proyecto que desde su anuncio prometió corta vida. Cuando el valor del medio lo dan sus productores asociados, la ventaja la llevan estos y aún más si han tenido, como es el caso, un ejercicio creíble e independiente en la comunicación social. Nuria salió, como era previsible. En esa misma línea, la alta dirección del canal contrató para su programa estelar de la mañana a un colectivo de periodistas que era la cara de un movimiento de contestación nacional al estatus quo de impunidad pública: Altagracia Salazar, Edith Febles y Ricardo Nieves. No tengo elementos, medios ni razones para juzgar la decisión profesional de ellos ni de nadie de trabajar en el medio que mejor le retribuya; lo que sí importa es el criterio ético de su ejercicio, condición sobradamente exhibida por todos. Lo que queda claro es que ellos hicieron críticas urticantes al gobierno sin mayores censuras, hasta que súbitamente un hecho de opaca relevancia en nuestra cotidianidad noticiosa activó extrañamente las alarmas: la periodista Febles denunció las omisiones e irregularidades en el proceso de selección del Ministerio Público dirigido por el Procurador. ¿Qué gravedad comportaba un comentario de este tipo frente a otras tantas y sensitivas denuncias políticas hechas a diario por esos mismos periodistas?
La respuesta de la dirección del canal fue modificar el formato del programa con la inclusión de otra agenda y actores para forzar la dimisión de los periodistas, hecho que, como era obvio, no se hizo esperar. ¿Qué fuerza tan grande provocó ese efecto? Juzgue usted. Quizás subyace en las mismas verdades que se disimulan pero que de alguna manera sospechamos. Imaginarlas supone llegar a un mismo cauce: Odebrecht; único motivo para cuidar las palabras frente a una procuraduría politizada y a un gobierno perturbado. ¿Fue una decisión del Gobierno? No. La respuesta tiene un nombre: Manuel Estrella, dueño del medio y de las razones. Total, es su empresa y son sus intereses.