La vida me ha premiado con gente maravillosa a quienes puedo acudir siempre y encontrar en ellos, sin condiciones, todo el apoyo y la sabiduría que mi alma necesita. Gente que está cerca, otros que no, pero de los que uno guarda la certeza hasta con cierto orgullo de que están a la distancia de un llamado.
A Bolívar Rondón lo cuento entre esos amigos del alma, que tienen el carácter necesario para indicarnos el camino correcto y al mismo tiempo la dosis perfecta de cariño, risas y ternura cuando hace falta. Mi admiración por él no es de ahora. Lo recuerdo leyendo noticias desde toda la vida. Además, su voz es imperdible y costumbre en cada comercial de radio y televisión.
Años después la vida me regaló la dicha de compartir con él una emisión estelar todos los días durante unos cuantos años en mi eterna casa, Supercanal. Aquello se convirtió para mí, en una experiencia maravillosa en la que si sacamos cuenta, resulta que le debo a Bolivar tantas enseñanzas que agradecerle aquí no resulta suficiente.
Sin embargo, apartado de las noticias, Bolívar es una cajita de sorpresas impresionante. Además de locutor y presentador de noticias, es médico, formado a puro sacrificio desde jovencito y un hombre de muchos valores que ha forjado una familia preciosa dentro de un matrimonio estable. Sin mencionar la capacidad de Bolívar para sacar el lado jocoso de toda situación que lo convierten en un ser muy especial.
A la lista de cualidades de Bolívar, súmele las dotes de escritor de lo que ha resultado ahora una obra literaria que nos regala y que inmortaliza su legado de tantas vivencias en su natal Pimentel. La Botija en la casa misteriosa, es una novela corta, escrita de manera impecable y en un lenguaje llano al que resulta imposible no ponerle la voz y los gestos del propio Bolívar a medida que la trama nos arropa.
Debo decir, como simple lectora, que la capacidad descriptiva de Bolívar me resultó impresionante y logró que fuera capaz de imaginarme en las calles de Pimentel, oler el polvo que se levanta camino al cementerio o hasta casi sentir la brisa fría en el patio de Don Eustaquio. En La Botija se conjuga todo, el misterio, las tradiciones, el suspenso, la risa y lo más importante, una hermosa lección que se hace más que necesaria en estos tiempos, que habla de ese afán de hacer dinero a toda costa sin medir consecuencias. Una manera muy sutil, encantadora y mágica de mostrar la miseria humana de los tiempos de ahora, en los que se pretende medir la felicidad por los bienes materiales.
Mi columna hoy es para compartir con ustedes, mis queridos lectores, la felicidad de este logro de Bolívar que lo siento mío y lo celebro como una victoria personal. Y de paso, invitarlos gentilmente a leer La Botija, de Bolívar Rondón, quizás a modo de reflexión para valorar las riquezas que tenemos y muchas veces ni sabemos.