El 5 de abril de 2020, se celebró en Santo Domingo la tertulia digital Fogaraté, Filosofía en Estado de Emergencia, auspiciada por el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó, la Fundación Silvano Lora y Acento Digital, dedicada a la Pandemia del Coronavirus, que tuvo como tema las reflexiones filosóficas escritas por siete de los más renombrados filósofos contemporáneos: Giorgio Agamben, Jean-Luc Nancy, Roberto Espósito, Slavoj Žižek, Judith Butler, Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari. El énfasis de estos filósofos estuvo radicado en la biopolítica, es decir, en la relación entre la biología humana y la política en el sistema capitalista. Asimismo, los participantes debatieron en torno a este tema y propusieron “aplatanar” sus reflexiones para adaptarla a la realidad social dominicana. El miedo es el único afecto mencionado por cuatro de los filósofos, incidentalmente, en diferentes contextos. Ninguno de ellos reflexionó sobre la importancia que juegan los afectos durante la pandemia. En dicha tertulia, propuse que, además de la biopolítica, había que centrar las reflexiones sobre los afectos, en general, y durante la cuarentena, en particular, en lo que denomino bioafectividad.

El propósito de esta reseña no consiste en un estudio exhaustivo de los afectos y/o las enfermedades mentales, sino proponer la bioafectividad como la reflexión acerca de los afectos y su expresión en los cuerpos. La bioafectividad pertenece al campo de los estudios de afectos, que cobraron mayor auge a partir de la publicación What is philosophy? de Gilles Deleuze y Félix Guattari, pero que se remonta a la Ética de Benito Spinoza, quien distinguía entre affectus, aquello que afecta el cuerpo y affectio, la reacción de nuestro cuerpo con relación a otro. La teoría del afecto es un conjunto multidisciplinario que abarca antropología, sicología, filosofía, estudios culturales, sociología, posestructuralismo y estudios queer. En 2012, se publicó la antología El Lenguaje de las Emociones: Afecto y Cultura en América Latina, editado por Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado. Más recientemente, Judith Sierra-Rivera publicó Affective Intellectuals and the Space of Catastrophe in the Americas [Intelectuales afectivos y el espacio de catástrofe en las Américas] (2018). El libro se origina en la matriz discursiva de “cuerpo” y “afecto” de Giles Deleuze y Benito Spinoza, que a la vez informan los trabajos de Brian Massumi y Sara Ahmad. Otros conceptos/emociones utilizados en el libro, para articular el espacio político de los discursos analizados son los siguientes: promesa de felicidad, optimismo cruel, cuerpos desdichados, cuerpos intelectuales, afectos colectivos, políticas afectivas, amor rabioso, LGBTQ negro, feminismo negro y amor revolucionario.

El concepto de afecto es subjetivo y complejo; constituye un concepto sombrilla que cubre sentimientos, emociones, pasiones y estados de ánimo. Hay tantas definiciones de afecto como autores que hayan escrito sobre el tema. Sentimientos como el amor y el odio se caracterizan no sólo por una mayor duración que las emociones, sino también por la conciencia de ese tipo de afecto. Las emociones como la tristeza, la alegría, la rabia pueden ser pasajeras y en español están regidos por verbos “ponerse” y “volverse”, como en “ponerse contento” y “volverse loco”, lo cual implica un estado súbito y/o pasajero. El estado de ánimo, persistencia de una emoción (Brian L. Ott 5), implica una mayor duración de la emoción y está regido por el verbo “estar”, como en “estar triste”. Las emociones están vinculadas a una acción (en inglés: motion/emotion), física/mental que afecta el cuerpo, como se verá más adelante.

El foco de atención, además de la biopolítica, debería ponerse en los discursos alternos que problematizan eventos que han tenido lugar en lo que Henri Lefevre denomina “espacios catastróficos”. Los afectos emergen con más fuerza durante eventos catastróficos, como en el caso de la pandemia del Covid 19. Si bien es cierto, que los afectos brotan en todas las clases y grupos sociales, es en los cuerpos subalternos del negro, el indígena, el pobre y el LGBTQ, entre los más vulnerables, donde adquiere una mayor ampliación. La incertidumbre, creada no sólo por el miedo a la enfermedad y, en consecuencia, a la muerte, sino también el hambre y la búsqueda del sustento diario, que los expone mucho más que otros sectores de la población, han creado zonas de conmoción.

La pandemia ha reactivado afectos que acaso estaban atenuados. Tanto el espacio privado como el público se encuentran emocionalizados. El cuerpo enclaustrado ha reaccionado a la amenaza de enfermedad/muerte. El cuerpo adopta las posturas de sus afectos o. por el contrario, los afectos hacen “actuar” el cuerpo: la tristeza arroja el cuerpo en una cama o en un sofá, la opresión en el pecho y la falta de aire prefiguran la neumonía producida por el virus y el ceño fruncido del rostro es una pantomima del miedo o la angustia. Las emociones, afectos e ideas, producidos en momentos claves en la historia latinoamericana, que han movilizado y organizado el pueblo, a partir de las emociones y la espontaneidad, ofrecen una nueva perspectiva para los estudios culturales. Los afectos son también políticos, en tanto mueven a los sujetos a una práctica política comunitaria, aunque no tengan objetivos muy organizados o precisos. Tal es el caso, de las manifestaciones políticas en determinadas comunidades. El enclaustramiento y la privación de la libertad (que para muchos dominicanos remite a la dictadura de Trujillo) han producido rebeldía, indignación, rabia, lo que lleva a los individuos a desafiar los toques de queda y a desacatar los mandatos de distanciamiento social y uso de mascarillas.

En artículos periodísticos, en conversaciones con familiares y amigos, así como también en los noticiarios, y publicaciones en los espacios sociales, los afectos más sobresalientes se presentan, a veces, en dicotomías: miedo/coraje, resignación/desesperación, esperanza/desesperanza, sosiego/rabia, alegría/tristeza (y su equivalente clínico, la depresión), o melancolía como duelo no resuelto, nostalgia (del griego nostos, regreso; algia dolor, de no poder regresar al pasado) del entonces y el deseo a volver a los momentos felices; y soledad (aunque no necesariamente física). En la soledad física, destaca la separación del ser querido, por tanto, en algunos casos, la abstinencia sexual. El miedo, mencionado anteriormente, es una emoción como reacción a la muerte -no a la muerte de los demás, que son frías estadísticas-, sino a la propia muerte, tu muerte; a la incertidumbre de no saber si sobrevivirás a la peste; es también, la incertidumbre de no saber si se podrá conseguir dinero ese día para comprar comida. El miedo y la incertidumbre adquieren posiblemente su máxima expresión en el pánico (’miedo grande', 'terror causado por Pan', divinidad silvestre a quien se atribuían los ruidos de causa ignota oídos por montes y valles). El miedo es manipulado políticamente por los gobernantes -y aquí entramos en el terreno de una biopolítica afectiva-. ¿Será la mala política de los gobernantes el verdadero virus?

El aburrimiento es otro de los estados de ánimo de aquéllos que no tienen que preocuparse por salir a conseguir dinero para comer durante la cuarentena. Acostumbrados a la interacción social, en el lugar de trabajo o bares y restaurantes, muchos individuos aborrecen el enclaustramiento, porque no encuentran como lidiar con el espacio/tiempo que sólo les ofrece la televisión, la internet y los espacios sociales digitales. El encierro, en vez de ser percibido como un tiempo cualitativo para lectura, la reflexión y la creación, es entendido como privación de libertad, privación de la interacción social real, como aburrimiento/soledad. Para la gran mayoría, el hacinamiento, el hambre, la rabia no les permite tiempo para el aburrimiento o las reflexiones filosóficas.

En el marco de la emocionalización del confinamiento catastrófico, se redefinen relaciones familiares y sociales: las parejas se pelean/reconcilian, negocian los papeles tradicionales de género, la sincronía o anacronía del deseo sexual hace su aparición y las discusiones pueden llegar a la violencia física. Madres y padres, hermanos y hermanas dirimen, entre sí, sus diferencias, se agudizan las discrepancias de personalidad; los padres tienen que lidiar con la tristeza/aburrimiento de niños y adolescentes. Por el contrario, para los individuos que viven solos, la separación de sus seres queridos y, por tanto, la soledad, es el afecto que más cobra resonancia. Junto a los afectos individuales, hace su aparición lo que el filósofo portugués Antonio Damasio denomina emociones sociales, que incluyen la compasión, la vergüenza, el desprecio, la culpa, los celos, la envidia, el orgullo y la admiración (Damasio citado por Ott 7). Habría que agregar el perdón, o los afectos que impulsan al perdón, en las relaciones entre los individuos.

Las emociones engendran el movimiento de los cuerpos, una teatralidad, o si se prefiere el término en inglés, una performance. Durante la cuarentena, han surgido con más fuerza los videos, en diferentes medios sociales, que “teatralizan”, escenifican emociones. En los espacios sociales se han incrementado los Webinar y coloquios profesionales, los conciertos, la pornografía, las tertulias, los happy hours entre amigos, los recitales de poesía, los chistes, las comedias y las imitaciones, con el uso de diferentes plataformas como Zoom, o aplicaciones como Tiktok etc. En Facebook, las fotos se han vuelto más explícitas, como en el caso de una chica que publicó una foto desnuda, sólo cubierta por algunos objetos, en el patio de su casa. Ha resurgido, también, con mayor fuerza el cuerpo actuando en el inconsciente: los sueños que, luego, se cuentan entre amigos y, de alguna manera, se interpretan. El afecto demanda una acción del cuerpo, frente a una amenaza real e invisible. Asimismo, la digitalización que ha surgido como consecuencia de la pandemia permite una mayor espontaneidad, teatralidad, de las emociones. La imagen está ahí, se puede ver, pero no se puede tocar.

A manera de conclusión, me pregunto ¿cómo seremos después del coronavirus?, ¿dónde quedarán el arrepentimiento, el miedo, la tristeza, la angustia, la pesadumbre, la incertidumbre, la esperanza, la resignación, el terror pánico? La novia que perdimos, el amigo que jamás volveremos a ver, el abuelo, la madre, el sobrino, habrán desaparecido en una bruma digital, devorados por el coronavirus. No existe una única conclusión posible o una receta acerca de los afectos en el tiempo del coronavirus, sólo la propuesta de una bioafectividad que nos permita explorar y reflexionar acerca de los afectos que embaten el cuerpo del animal humano que habitamos.