El viernes próximo será  otro ocho de marzo más, en el cual veremos cómo se mediatiza esta  fecha del calendario a través de  mensajes publicitarios de empresas, así como de salutaciones gubernamentales, columnas en los medios de comunicación escritos y virtuales, entrevistas, reportajes, etc.; escucharemos que las  mujeres aspiran a una re-invención del sistema, que tienen su propia agenda y diseñados los mecanismos para su implementación y medición de resultados; que ellas piden rendición de cuentas y evaluar el desempeño de las autoridades gubernamentales.

Sin embargo, no ha dejado de ser una realidad palpable que las mujeres políticas no representan un segundo sector en la  toma de decisiones de poder en el sistema, aún cuando comprenden que la modernización, descentralización y reorganización de la burocracia gubernamental continúa siendo  un  discurso de promesas electorales. No obstante, ellas siguen insistentemente  reclamando la transformación del Estado y la creación de un conjunto de instituciones eficientes;  desean reafirmar su presencia en la cosa pública, fortalecer los procesos decisorios, fiscalizar la economía y la administración pública, reduciendo el tamaño del Estado, y, por otro lado, reclaman un cambio en el modelo de los partidos políticos tradicionales, el costo de las campañas electorales, y el financiamiento de los partidos.

Atrapadas en la cuota, la “paridad” y la “equidad”, hoy no tienen voces vitales para la democracia. Sus propuestas de una reforma  de la constitución desde una auténtica  perspectiva de género aún no se han alcanzado; desean desarmar de manera radical el modelo presidencialista,  sus responsabilidades y funciones, y que se cumpla con la rendición de cuentas, puesto que como ciudadanas de segunda clase cada día ven reducirse su posibilidad de participar activamente a través de los representantes (senadores/as, diputados/as, síndicos/as) en la planificación de la gestión pública. Ellas exigen constantemente sus derechos humanos, la aplicación de una justicia social, transparencia en las ejecutorias del gobierno, la erradicación de la corrupción administrativa y de la nomina parasitaria, ya que el Estado no puede ser sólo un ente  para el  lucro personal y el clientelismo.

Pero siempre estará presente en la “agenda setting” de las mujeres preguntarse si ¿es la violencia “obra” de hombres mediocres?, ya que la muerte de tantas mujeres  a manos de los hombres no ha logrado provocar  una crisis real de la  “conciencia nacional”, un estallido, una alerta del Estado más sincera ante esta tipo de barbarie. El asesinato de las mujeres dominicanas es una especie de  genocidio que a diario se vive, y que no hace posible que pueda afirmarse  que el Estado protege sus derechos humanos. Cada día se vive en una extraña atmósfera de tragedia, violencia e inquietudes; al parecer la violencia de género no encuentra resistencia en el Estado burgués y patriarcal, porque este Estado machista es una especie de Estado dentro de otro Estado.

La dictadura de las leyes y los estereotipos  machistas continúan destruyendo a las mujeres, y no vale (por más movimientos y activistas que surjan)  luchar (y aquí vale correctamente el uso de la palabra luchar), porque el poder está en manos de viejas estructuras patriarcales y se ha convertido en la única realidad política ante la cual una revolución genérica, social y humana no es posible.

¿Pueden acaso las mujeres víctimas de feminicidios  cambiar con su muerte el ritmo de la historia presente? ¿Pueden sus muertes instaurar una nueva sociedad, y ser ellas heroínas anónimas que renacen constantemente en una nación en la cual no se forma políticamente en la “democracia”, en la igualdad y la equidad,   donde  las mujeres no son dueñas de su libertad, ni se protegen sus derechos humanos? Me temo que ésta continuará siendo este ocho de marzo la “agenda setting” de las mujeres.