Es evidente que cuando los directivos de la ADIE piden al Gobierno que se limite al rol de regulador y deje al sector privado las inversiones en generación eléctrica, lo hacen convencidos de que la magia del mercado sería suficiente para atraer los capitales necesarios para construir el número y el tipo de plantas eléctricas que necesita el sistema.

Son tareas muy grandes para un mercado, y especialmente para el eléctrico.

Ahora bien ¿cuáles son las plantas eléctricas que se necesitan?

En estos momentos la capacidad de generación disponible en el país es de 2036 megavatios, mientras que la generación realmente despachada es de 1822 megavatios para un “excedente” de 214 megas.

La demanda real del mercado  excede los 2000 megavatios, pero no se abastecen porque obligaría a encender plantas eléctricas que operan con combustibles que dispararían el precio del kilovatio hora hacia las nubes.

Esas plantas antieconómicas producen con combustibles derivados del petróleo y son diseñadas para trabajar durante algunas horas al día, cuando la demanda se extrema. Son plantas “pico”.

De su lado, las plantas térmicas utilizadas durante todo el día son las llamadas plantas base y semibase, que   producen a bajo costo, como las de carbón y las que utilizan gas natural en ciclo combinado.

No obstante lo indicado, desde el 2003 hasta la fecha el sector privado ha hecho muy limitadas inversiones en generación eléctrica y casi todas en plantas basadas  en derivados del petróleo.

La razón es simple: la banca internacional es renuente a prestar dinero para la construcción de plantas de carbón, y para instalar una planta de ciclo combinado que utiliza gas natural habría también que construir una terminal gasífera. La banca internacional y los inversionistas privados prefieren invertir en plantas basadas en derivados del petróleo cuya construcción cuesta menos y se logra en dos años o antes.

Esa contradicción entre las inversiones en las plantas eléctricas que convienen al país y las otras que les convienen al sector privado, no la resuelve el mercado. Eso explica la riesgosa, incómoda, intervención del Estado.