Kevin L.
Fue siempre un niño diferente de los demás, de ojos inmensos, rasgos finos, pequeño, frágil, tímido, reservado, callado en medio del bullicio de la vida de Villas Agrícolas.
Su madre soltera y viuda con 3 hijos, humilde, esforzada, inquieta, preocupada realizaba trabajos domésticos en la comunidad. Ella hubiera dado su vida y lo que no tenía por sus hijos. Una madre “ejemplar”, en un sector donde se procrea sin responsabilidad; una fiera en pro de lo que ella, con su escasa habilidad social, consideraba como los intereses de su crio.
Sobreprotegió al más chiquito de la familia, tan bello y tan frágil. Lo llevaba a una institución, solamente porque le regalaban una cajita de cornflakes de merienda y un bono navideño de 350 pesos de parte de unos padrinos extranjeros. En nuestro país se juega con las dádivas y con la miseria del pueblo.
Kevin siempre fue una joya para sus maestros, gracias a su tranquilidad y sus aptitudes. De sus alegrías y penas nadie sabía nada, pues era el estudiante perfecto y de poco hablar.
Gracias a sus capacidades, consiguió una beca para estudiar ingeniería industrial en la UNPHU. Estaba frente a un mundo infinito de posibilidades, listo para el despegue. Sin embargo, en sociedades donde hay un abismo social y cultural infranqueable para algunos, no fue suficiente ofrecer oportunidades y en el caso de Kevin las proyecciones no se realizaron.
Se sintió mal en su universidad, no por falta de aptitudes sino por falta de autoestima, por sentirse a menos y pobre frente a sus compañeros. Al ver que no había posibilidades de producir dinero rápidamente, perdió pie, oyó otras sirenas; decidió emprender una carrera más corta, quizás con toda la razón.
Después de lo que consideró como un fracaso, se alejó de nuestra institución. Reapareció en búsqueda de trabajo en la Feria de Empleo que organizamos recientemente. Su contrato en un banco por reemplazo se había acabado.
Lucía derrotado, deprimido, con la autoestima por el suelo. Es difícil ser diferente de los demás, ser tímido con las chicas en un mundo de tigres y de machos. Es difícil también no meterse en los líos del barrio. A pesar de evitarlos, uno no escapa a la violencia y Kevin tiene los líos dentro de su propia casa, donde el hermano mayor, uno de esos mismos tigres violentos metidos en “problemas”, lo abruma con malas palabras por ser diferente. En fin, “es difícil ser pobre”, dice el chico.
Ramón P.
Era un niño con una sonrisa que podía comprar a cualquier. Flaco, ágil, nervioso, astuto. Vivió un tiempo con su tía en el callejón de “los Chismosos”. De escolaridad no se hablaba mucho ya que ninguna escuela podía con él. Lo habían mandado de Capotillo para regenerarse en Villas Agrícolas a sus escasos 7 años, a ver si la tía podía controlarlo, pero sus golpes y métodos educativos -que consistían en trancar a su hijo y al primito desnudos para que no salieran de casa- no obtuvieron resultado alguno.
El muchachito tenía una sola obsesión: ver a su madre que vivía en España. Hasta que llegó… acabando a Ramoncito y sus esperanzas a puros golpes, el único lenguaje que conocía.
En la Fundación no se integró a ningún grupo, pero pasaba a diario a buscar su dosis de cariño, hasta que la tía -que no podía con sus propios hijos- lo devolvió al Capotillo.
Supimos de él esporádicamente. Nos enteramos que “se metió en líos”. No supimos en cuáles. Ramoncito resurgió años después, igual de flaco, su sonrisa un poco más triste a pesar de sus ojos siempre risueños.
Quería retomar su escolaridad y estudiar “lo que sea” en INFOTEP. “Quiero arreglar mi vida”, decía él. “No quiero estar metido en líos”, insistía. Me lo encontré a los 6 meses como gondolero en Price Smart, orgulloso de compartir su entrada en el mundo del trabajo decente.
Después de algunos meses reapareció con el moco para abajo: ”sacaron personal y me fui con 5 otros; quiero hablar con ustedes”. Ramoncito está fichado por haber participado en un robo donde el compañero tenía arma. Necesita borrar esta huella de su hoja de vida. El quiere dejar atrás este periodo, quiere estudiar, trabajar, mudarse del Capotillo, mantiene el sueño de irse a España con su madre.
Por el momento es voluntario en la Fundación Abriendo Camino. Es tierno, firme, amoroso con los niños, tiene habilidad para cumplir cualquier tarea. Dice que lo bueno que él tiene en lo sacó de nuestra institución. Esos jóvenes que vuelven, a pesar de los tropezones que hayan tenido, a un lugar que los ha amparado merecen ser acompañados y apoyados para poder salir adelante.
La realidad de ambos niños ha sido diferente, con oportunidades distintas. Sin embargo, los dos quedaron marcados por la falta de familias funcionales y por carencias emocionales.
Con una madre o sin madre, nuestros dos chicos no fueron dotados de habilidades para la vida y terminaron los dos en el mismo asiento sin cumplir sus sueños. Jugaron mal sus cartas.
Aunque diferenciados, podemos sacar conclusiones de estos dos casos sobre la necesidad del acompañamento psicoemocional de la mayoría de los niños, niñas y jóvenes de nuestros barrios vulnerables, muchos de ellos sin apoyo familiar adecuado.
Esos niños y niñas han sido privados de una gran parte de sus derechos y se les ha violado, ignorado o abreviado el proceso de su desarrollo infantil provocando atajos en las etapas de su desarrollo.
Por eso nos encontramos más tarde con adolescentes sin herramientas y habilidades sociales, que se comportan como autómatas, que no se conocen ni se comprenden a sí mismos. Experimentan dificultades para actuar adecuadament y evitar conflictos en la interacción, pero con la necesidad imperativa de integrarse a la vida activa para resolver, a las buenas o a las malas, sus problemas de sobrevivencia y para acceder a la sociedad de consumo.
Para controlar la violencia y la inseguridad imperante en nuestro país, se necesita invertir en la salud psico emocional de nuestra niñez con reforzamiento de la auto confianza y la auto estima, así como desarrollar la perseverancia. Es preciso trabajar de adentro hacia fuera, atacar de frente la gran variedad de problemas psicológicos y conductuales provocados por las carencias familiares, la pobreza extrema y el medio que los rodea.
No basta con ofrecer una gama diversa de formaciones técnico profesionales y ferias de empleos; es preciso acompañar los alumnos desde el plano emocional para que estos se puedan integrar y permanecer en la vida activa.
Con el apoyo de profesionales de la conducta los jóvenes de sectores desfavorecidos deberían tener la posibilidad de crear un proyecto de vida o de cambiar un proyecto muchas veces apegado a lo irreal, a fantasías y sueños por uno aterrizado a su realidad. Con ayuda, se logra desmontar las experiencias negativas, los patrones de crianza, los abusos a los cuales fueron expuestos.
De lo que se trata es de romper paradigmas, porque inconscientemente muchos de nuestros jóvenes terminan repitiendo las mismas historias de sus padres o tutores. El mejor regalo que se les puede ofrecer es la posibilidad de desarrollar su capacidad de resiliencia para poder superar obstáculos, a pesar de las heridas de la vida.