El individualismo excesivo es una realidad de estos tiempos. Y como las duras realidades, debo admitir que me ha costado aceptarlo. Ha sido un gran ejercicio de tolerancia aceptar el hecho de que el egoísmo triunfe sobre la colectividad. Y lo peor, que sea la misma sociedad que lo incentive y lo acepte.

En abril pasado entrevistaba a Fafa Taveras como parte de una investigación para mi próximo libro y conversábamos sobre esta nueva realidad social. Entre café y temas, Fafa me hablaba de los grandes cambios que vivimos, el esfuerzo que requiere la vida para no quedarnos rezagados ante tantos conocimientos y sobre todo de cómo la sociedad pasó de ser un núcleo unido al actual repliegue y el abandono de la sociabilidad. Y la necesidad de recuperar esa condición humana.

Un ejemplo vivo es la comunidad. El anhelo de la mayoría es vivir aislados, mientras más apartados de los vecinos, mucho mejor. Eso, sumado a la realidad de que ahora mismo somos capaces de resolver casi todo a través de un teléfono o una computadora.

Una muestra de que la sociedad de hoy ha sufrido una ruptura social y cultural, especialmente con los más jóvenes que vienen subiendo a la vida con la convicción de amarse a ellos mismos, luego a ellos, un poco más a ellos y si sobra un chance a ellos mismos otra vez.

Han echado mano al principio de Kant que dice que el hombre es un fin en sí mismo y han variado tanto su esencia que lo han vuelto un dembow bailable versión discoteca. No voy en contra de esa dosis de amor propio, tan necesaria como saludable, pero el amor propio no puede ser como reza el dicho Cada uno quiere llevar agua a su molino y dejar seco el del vecino.

Existe un afán desmedido por demostrar, por acumular, por dividir, por racionar que en ese afán hemos ido dejando atrás la cortesía, los modales, las formas y muchas veces hasta la educación. Abunda la gente que no retorna los saludos, las parejas que dividen la cuenta del restaurante y otros que prefieren ignorar los problemas del amigo o el hermano para no involucrarse y hacerse los locos.

Hay una alta dosis de insensibilidad que nos ha convertido en seres que viven más preocupados por grabar la tragedia en lugar de ayudar o filmar el concierto en lugar de cantar.

La realidad, lejos del individualismo, es que el hombre es un ser social y que hasta los animales se reúnen en manada para enfrentar lo que venga. Hay que estar claros de que la vida no nos debe nada y toca hacer un esfuerzo porque ese aislamiento no nos mate la felicidad y muchísimo menos para que nuestras vidas las rija el tanto tienes, tanto vales.