Hasta ahora el cambio climático ha gozado de una baja prioridad social y política frente a otros problemas fundamentales como la pobreza, el hambre, la inseguridad o el desempleo.
Cinco años después del Acuerdo de París, primer acuerdo universal y jurídicamente vinculante sobre el cambio climático, casi ningún país está cerca de alcanzar sus compromisos iniciales y los Estados Unidos se retiraron de este compromiso planetario.
Los obstáculos que se interponen a una eficaz lucha contra el cambio climático son múltiples. Por un lado, el conocimiento y la sensibilidad de un tema no siempre se traducen en acciones responsables que contribuyan a su mitigación. Por el otro, las resistencias más fuertes a actuar en gran escala se sitúan en la proteccion de los intereses de las fuerzas dominantes de la economía mundial.
El desafío recae sobre numerosos actores: públicos, privados, sociales, científicos, tecnológicos. Sin embargo, el éxito o el fracaso de las medidas a favor de la mitigación del calentamiento global dependerá́ de cambios de comportamiento orientados hacia otras formas de consumo y estilo de vida que permitan presionar desde abajo.
Para lograr los cambios deseados a nivel de la sociedad, transmitir mensajes no es suficiente. Cada actor, según el lugar que este ocupe en la estructura social, necesita mensajes diferentes y adaptados a su realidad. Conviene diseñar estrategias, programas de comunicación y de educación ambiental, dirigidos específicamente a cada segmento de la población.
Se dice mucho que los jóvenes son el futuro; sin embargo, muchos de ellos están confrontados a incertidumbres, desamparo, desarraigo y temores difusos frente a este futuro.
Una parte de los jóvenes se siente amenazada y sufre un miedo existencial real por la velocidad a la cual la temperatura del planeta está aumentando, lo que se agrega a las preocupaciones de tener mejores oportunidades laborales y una educación de calidad.
Frente a estos temores (que se han visto exacerbados últimamente a raíz de la aparición de un virus minúsculo en una ciudad china), el mensaje de un sector de estos jóvenes activistas a favor del medio ambiente es que la generación anterior ha fracasado en su lucha y que los jóvenes lo van a pagar con su futuro.
Llama la atención que, según el periódico The Guardian, cuatro niños y dos jóvenes adultos de Portugal están persiguiendo frente a la Corte Europea de Justicia a 33 países. Bajo el alegato que estos países deben realizar recortes de emisiones de gases de efecto invernadero más ambiciosos para prevenir la discriminación en contra de la juventud, así como proteger sus derechos a hacer ejercicios al aire libre y poder vivir sin ansiedad.
La acción legal ha sido financiada por crowdfunding. Es algo totalmente novedoso, tanto por el hecho de demandar a varios estados por las emisiones dentro de sus fronteras como por el impacto climático que sus consumidores y empresas tienen en otras partes del mundo a través del comercio, la extracción de combustibles fósiles y la subcontratación.
Los demandantes quieren que el tribunal normativo emita órdenes vinculantes sobre los 33 estados, que incluyen a los estados miembros de la Unión Europea, así como al Reino Unido, Noruega, Rusia, Turquía, Suiza y Ucrania. El sometimiento de este caso se realizó después de la ola de calor que conoció Portugal, la más fuerte en 90 años, y los devastadores incendios forestales que mataron a más de 120 personas en 2017.
Zero Hour, organización ecologista fundada en Seattle por una adolescente de 16 años, Jamie Margolin, que inspiró a Greta Thunberg, sembró la semilla de un movimiento que inspira hoy a millones de jóvenes en todo el mundo a aunar esfuerzos en busca de un futuro más sostenible.
El cambio climático afecta de manera diferente a los distintos estamentos de la sociedad dominicana. Algunos sectores han reclamado, con justa razón, el desarrollo de programas de educación ambiental y climática. La meta central de la educación ambiental debe consistir en priorizar el desarrollo de actitudes positivas, que fundamenten conductas ecológicamente adecuadas y sostenibles, más que la simple transmisión y adquisición de conocimientos ambientales.
Sin embargo, mientras más precaria es la vida de nuestros jóvenes más difícil es para ellos tener las mismas inquietudes existenciales que las de la juventud europea. Vivir al borde de la cañada de Guajimía no favorece la comprensión de las grandes apuestas que conlleva el calentamiento global para el futuro de la humanidad.
Como dice el sociólogo francés Edgar Morin en su libro Cambiemos de vía, las lecciones del coronavirus, estamos en medio de una crisis que nos ha encerrado físicamente pero que nos ha abierto al destino terrestre y nos ha condenado a reflexionar sobre nuestras vidas, nuestra relación con el mundo y acerca del mismo mundo. ¿Sabremos sacar lecciones de esta pandemia que ha revelado una comunidad de destino a todos los humanos, ligada al destino bioecológico del planeta?