“El hombre, ese animal político” (Platón).
Miro las protestas de la Plaza de la Bandera y me cargo de preguntas. Muchas de ellas sin respuestas. Entonces, recuerdo con pasión mi época de estudiante del Instituto Politécnico Loyola en San Cristóbal. La figura del padre Tomás Marrero S.I, sobrevive llamándonos en cada accionar nuestro a la reflexión de la utopía: “ese ideal, ese sueño de sociedad en donde la realidad que aspiramos alcanzar no se ajusta a las presentes circunstancias”.
Aprendimos de Marrero a preguntarle a la fe para que no fuera vacía ni una emoción febril ni un arrebato de la edad y de las circunstancias, traducidas en coyunturas. Casi a punto de llevarnos ante la inquisición, aprendimos a tener una percepción de la realidad (sentir). Nos hicimos conscientes en que las circunstancias sociales, políticas y económicas modelan la atmósfera donde nos movemos. Nada es coincidencial. La sociedad no es neutra. Existen clases sociales: ricos (popis) y pobres (wawawa) que las redes sociales y los medios de comunicación de masa no pueden negarnos ni tampoco anular a Marx y la existencia de las contradicciones, frutos de las estructuras sociales y el statu quo establecido para favorecer a los más pudientes.
Era un mandato cristiano la Indignación ética (protestar) contra lo inaceptable de la situación y contra los privilegios de pocos como insulto contra la mayoría de la población. Odiaba la indiferencia, una forma sutil de echarle leña al fuego para favorecer a los favorecidos de la sociedad casi por decisión divina.
Percepción e indignación sin Práctica solidaria (hacer) era ingenuismo-empirismo. No podemos quedarnos en murmurar Padre Nuestro, ave maría y ser ricos buenos con buenas intenciones. No podemos quedarnos en slogans y pancartas para inundar las redes ni los videos como películas de cine, tampoco en los selfies. Nada de “vanguardismo”. Es lucha seria no figureo. Nadie figurea cuando se juega la vida por otros. La percepción de la realidad como macabra y la protesta contra esa trama incitan a la acción. La respuesta no debe coincidir con aliarse con aquellos parte creadora de la realidad perversa y deshumanizante, que urge cambiar. No, hay que asociarse con quienes sufren y padecen la realidad para unir fuerzas en el proceso de transformación. No basta representarlos, ni creernos sus mesías.
Dándonos cuenta o no, asumimos una de tres opciones como La parábola de los tres hermanos de Silvio Rodriguez:
La Conciencia ingenua (empirismo), sentirnos impresionados por la descripción de los hechos macabros de la realidad, y percibirlos tales cuales se presentan sin interesarnos en las causas más profundas, no sirve para nada. Es como ver desde lo alto, en una nave en pleno vuelo (empíreo=cielo) o la mirada primera de dos enamorados.
Conciencia crítica (funcionalismo) es como un paso de un hombre ciego y manco: Aquí “vemos la sociedad -dice Leonardo Boff- como un cuerpo en el que existen muchas funciones que deben trabajar orgánicamente, creando la armonía social. Si hay disfunciones, como en el caso de la brecha tan tremenda abierta entre los ricos y los pobres, hay que crear reformas o desarrollar la parte menos evolucionada o subdesarrollada hasta la recuperación del equilibrio social. La conciencia es crítica, ya que se da cuenta de la interrelación que tiene todo con todo dentro de la sociedad. Así, la función del estado es administrar bien la cosa común, la función de la iglesia es rezar, la del trabajador es trabajar, la del empresario es garantizar los beneficios, la del profesor es enseñar, etc. Si todo funciona bien, los problemas dejan de existir”. Entra en juego el concepto y el papel del sistema como algo complejo, espacio de relaciones, inter-relaciones, dependencia, inter-dependencia, conexiones, inter-conexiones. Si algo falla en el sistema optamos por el reformismo (pequeñas reformas en el sistema para que permanezca y no se afecten las funciones básicas que le dan sentido y estabilidad), curar las heridas, ponerle esparadrapos y analgésicos a las heridas sin buscar las causas.
Conciencia crítica radical: irse a las raíces de los acontecimientos y hechos. Buscar las causas en la contradicción de los intereses que tiene la sociedad, entre quienes sustentan los privilegios de la estructura y quienes padecen la organización de la misma. Mirar más allá de lo que se ve y de las apariencias. Usar la cabeza, los sentidos, la imaginación y el corazón. Caminar en la opción de compromisos históricos y sociales que nada tiene de “aséptico y apolítico”. Todo lo que el hombre hace es político.