Quizás los dominicanos no hubiésemos conocido a Manuel Armando Bueno Pérez, si no fuera por el ingente esfuerzo que Negro Veras ha dedicado para preservar su memoria. Sacar de las sombras del pasado a este valioso y valiente luchador antitrujillista y ubicarlo en el contexto de su vida adolescente a fines de los años cincuenta, para destacar su decidida y arriesgada participación como combatiente clandestino, ha sido un aporte fundamental de Negro Veras para aquellos capítulos de la historiografía nacional que aún no han completado el análisis que merece la resistencia local a la ignominiosa tiranía. No conforme con esta contribución, Negro Veras se ha encargado también de difundir ampliamente, a través de todos los medios y formas posibles, el importante ejemplo de Manuel Bueno para las generaciones actuales, al igual que el de sus compañeros de lucha que recibieron el nombre de Los “Panfleteros de Santiago”.

-I-

Es importante comprender en su justa medida el rol desempeñado por los frecuentes movimientos que se opusieron a Trujillo desde sus inicios hasta el final. A pesar de investigaciones objetivas y buenos textos difundidos, luce que aún no se entiende cabalmente la verdadera importancia que tuvieron las luchas de resistencia al régimen. Quizás no se han encontrado fuentes primarias suficientes o puede ser que se hayan borrado o eliminado muchas pruebas fehacientes de la existencia y permanencia de un espíritu combativo a lo largo de todas esas décadas.

La situación antes descrita puede que también haya provocado la coexistencia de una forma de interpretación histórica que subvalúa o pretende ignorar (consciente o inconscientemente) la lucha antitrujillista. De hecho, hay narrativas, discursos y textos no bien documentados que solo resaltan la habilidad de Trujillo para conseguirse el apoyo norteamericano, militar, eclesiástico y de la élite empresarial e intelectual, con tal de mantener, durante más de treinta años consecutivos, la más sangrienta y cruel dictadura que se haya conocido en Latinoamérica. Esta forma de interpretación, consciente o no, deja implícita una aquiescencia o resignación del resto de la población ante el régimen.

El joven Wenscelao Guillen de los Panfleteros de Santiago

Lamentablemente, a los sectores antidemocráticos dominicanos les conviene el discurso antes mencionado ya que contribuye a anular la concientización ciudadana en cuanto a su capacidad para organizar, participar y ejercer reclamos reivindicativos y de transformación social. Es más, muchas veces encontramos voces autorizadas, o legitimadas por alguna forma de poder, que siguen repitiendo e inculcando en muchos sectores de nuestra propia población la triste idea de que fuimos un pueblo cobarde, sumiso o incapaz de articular una forma de acabar a tiempo con esa espantosa forma de control y dominación trujillista de todo el país, de todos los pueblos y hasta de todos los hogares. Por eso, el fantasma de Trujillo sigue asomándose de vez en cuando en la vida nacional, ya sea para justificar la supuesta necesidad de volver a la represión, ya sea para ejercer el autoritarismo en familias, empresas e instituciones, ya sea para imitar o reproducir maniobras corruptas y conductas ególatras, machistas o racistas, y hasta, increíblemente, para admirar o añorar alguna que otra de “las obras realizadas por el Jefe”.

También es lamentable observar la repercusión de estas ideas en analistas y escritores de otros países. Un caso concreto se evidencia en la famosa y justamente laureada novela de Mario Vargas Llosa titulada La fiesta del Chivo. Reconozco la calidad literaria de esta obra y su fascinante potencia narrativa, pero no puedo dejar de observar que en el libro no hay referencias suficientes en relación a la resistencia que el régimen trujillista tuvo que enfrentar de parte de la población local.

Esta observación no surge como un reclamo a la fidelidad de los hechos, sino que ella se basa en el potencial impacto que esta obra puede tener en los lectores. Por un lado, si los que la leen son dominicanos, y más si son jóvenes con pocos conocimientos de lo que realmente sucedió durante la tiranía, esta novela puede causarles efectos deformadores de la imagen y de la valoración de su propio pueblo. Por otro lado, si los lectores son de otro país, este texto puede sugerirles que el régimen tiránico descrito en gran parte se pudo perpetuar por la cobardía de la gente sometida a la dictadura.

Externé públicamente esa preocupación en una tertulia literaria que se celebró en Santiago, con la participación del reconocido escritor nicaragüense Sergio Ramírez, quien contestó que mi observación no estaba bien fundamentada debido a que yo debía examinar esa novela como una obra de ficción y no como un libro de historia. Ya esperaba esa respuesta basada, quizás ingenuamente, en la total libertad creativa que debe tener un escritor. Pero resulta que aun en el ejercicio de dicha libertad, el escritor es quién decide el argumento de su obra y sabe qué temas incluye y cuáles deja fuera. En este caso, desde que terminé de leer la novela, me llamó la atención que el tema de la resistencia antitrujillista había sido excluido o subvaluado por este escritor y aún creo que eso puede causar una imagen incompleta de la forma como reaccionó nuestro pueblo durante esa dictadura.

El mes pasado confirmé nuevamente cómo se valora a nuestro país a partir de lo que se escribió en esa novela de ficción que tiene un fuerte fundamento histórico. Resulta que leí, como siempre hago, la columna “Crónicas” que mi admirado filósofo Fernando Savater, escribe periódicamente en El País. El primer párrafo dice textualmente lo siguiente: “Considero La fiesta del Chivo una de las mejores novelas de Mario Vargas Llosa, nada menos. La egolatría demente del sátrapa, el envilecimiento sumiso y rencoroso de la población, la conspiración imposible de los asesinos, la fatalidad histórica de un país y la magistral gradación dramática en su polifonía narrativa… hacen este libro imborrable”. Así nos están viendo desde fuera: sumisos e históricamente fatales… y así puede seguir condicionándose la visión de los propios dominicanos acerca de su país.

-II-

La principal responsabilidad para revertir esta conceptualización es nuestra. Querámoslo o no, debemos aceptar que el intento de destrujillizar las mentes, las instituciones, las empresas y los gobiernos, es todavía una tarea pendiente de todos los dominicanos y, sobre todo, de quienes debieran educar, administrar y conducir democráticamente a la nación.

Ahí es que cobran relevancia e importancia los aportes que Negro Veras, hace al revelar hechos o al conectarnos con textos originales de situaciones pasadas que son claves para construir un mejor conocimiento de nuestra historia. En esta ocasión, Negro me ha solicitado un comentario de un artículo escrito a principios de la década de los ochenta por Manuel Bueno y que se denomina “Wen Guillén y Los Panfleteros de Santiago”. Agradezco sinceramente la motivación que he recibido para reexaminarlo con la finalidad de expresar mi opinión sobre el mismo.

Homero Herrera Velásquez entrevistado por Darío Nicodemo en la plaza valerio, antiguo parque Ramfis sobre la fundación del grupo de Revolucionarios de los Panfleteros de Santiago.Fotógrafo Pedro Jiddu Caba

Antes de entrar en el artículo específico a comentar, debo decir que siempre me han calado profundamente los textos de Manuel Bueno, tanto los escritos por él, como aquellos que sobre él han sido producidos por Negro Veras y, a instancia suya, por otros autores interesados en que su vida quede perpetuada en la memoria histórica de los dominicanos. De todos esos textos, he podido apreciar dos aspectos fundamentales de la personalidad de Manuel Bueno:

La valoración de los buenos sentimientos:

Tres situaciones confesadas por Manuel Bueno en forma de testimonios demuestran cómo él obtenía fortaleza a partir de reconocer la bondad en los demás:

(1) A pesar de las crueldades a las que fue sometido por sus carceleros, Manuel siempre recordó en sus escritos la compasión y distinción que uno de ellos le mostró.

(2) Aun dentro de las terribles vicisitudes experimentadas en la cárcel La 40, le tomó un notable afecto a Francisco, uno de sus vecinos en la prisión, a quien solo conoció por su voz.

(3) En aquellos momentos de desesperación total, siempre venían a su mente el valor y el consuelo que le daba el vívido recuerdo de la más querida de sus tías.

En estos tres testimonios se puede apreciar cómo las manifestaciones de la bondad humana fueron estímulos esenciales para motivar su deseo de sobrevivir y combatir. En ese sentido, Manuel fue un precursor del tipo de luchador social que posteriormente el Che describió en su libro El socialismo y el hombre nuevo con esta frase inmortal: “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”.

La coherencia de sus ideales y la fidelidad a los mismos durante toda su vida:

Es realmente admirable la manera como un adolescente asimiló por su propia cuenta una serie de objetivos, conocimientos y principios de transformación social. La mejor prueba de que estos pensamientos políticos no fueron solo un simple sueño o resabio juvenil es que, a pesar de todos los acaecimientos sufridos, mantuvo en el resto de su vida una trayectoria de superación profesional con honestidad y compromiso social. Otra prueba de la profundidad de sus convicciones es que, a dos décadas de salir de la cárcel, Manuel continuaba demostrando una lealtad inquebrantable a sus ideas originales y a los planes de acción revolucionaria que Wen Guillén había concebido a fines de los años cincuenta.

-III-

El texto que vamos a comentar, “Wen Guillén y Los Panfleteros de Santiago”, es uno de los artículos testimoniales más impactantes de Manuel Bueno y fue publicado originalmente en el periódico El Sol del 5 de febrero de 1981. Reconoce Manuel que se sintió motivado a escribirlo porque Negro Veras, a quien identifica como “integrante de ese grupo de jóvenes y valientes intelectuales” (Pg. 93), había roto el silencio por medio de un artículo inicial que publicó un mes antes en la prensa nacional “ponderando una serie de cualidades y virtudes del desaparecido líder (Wen) y algunos detalles de su lucha infatigable por derrotar la tiranía” (Ibidem).

El silencio sobre Wen, según refiere Manuel, había sido motivado por dos razones: una de índole personal, en el sentido de que Manuel no quería perturbar más a la madre de Wen quien no había dejado de estar atribulada desde la desaparición de su hijo; y otra de índole sociopolítico, debido a que Manuel consideraba que su memoria “ha querido ser mantenida, al igual que muchos otros que cayeron en la lucha antitrujillista, en el más recóndito de los anonimatos por los beneficiaros y continuadores de ese régimen de oprobio conocido como Era de Trujillo” (Ibidem).

Además de las motivaciones antes señaladas, Manuel se decide a escribir sobre Wen Guillén (ese “descomunal héroe nacional -mártir a sus veinte años-”) para explicar cómo desarrolló su actividad revolucionaria en medio de tantas vicisitudes y, sobre todo, “para ofrecerle a la presente generación la oportunidad de conocer la magnitud de las crueldades padecidas de parte de quienes cumplían las órdenes de infundir el terror… (entre) quienes se levantaron valientemente para enfrentar (la dictadura) y convertir a la República Dominicana en una nación verdaderamente libre y democrática” (pg. 94).

En adición a la consagrada dedicación al estudio que caracterizó a Wen mientras cursó la secundaria en un liceo público de Santiago, Manuel destaca de manera especial su pertenencia a un ambiente urbano enmarcado por la pobreza y su increíble formación autodidacta en el área del pensamiento social mediante la lectura de libros que encontraba en la biblioteca de la Sociedad Ateneos Amantes de la Luz. A pesar de la situación imperante, Wen se familiarizó con lecturas de Marx, así como de otros autores que eran catalogados como “liberales radicales” porque criticaban el conservadurismo eclesiástico y el imperialismo estadounidense. Muchas de esas ideas libertarias llegaban a ser afines al anarquismo, lo que explica la opción de lucha que definió al grupo que fue fundado por Wen con la metodología de crear células individuales que se relacionaban con dos o tres miembros y desconocían a los demás involucrados mientras movilizaban acciones de desestabilización social. De ahí surgió la Unión de Grupos Revolucionarios Independientes (UGRI).

La creación y el desarrollo de UGRI fue una labor de mucha inteligencia estratégica y, aunque se relacionó de manera táctica y puntual con uno o dos grupos de la resistencia (como el “14 de Junio”), Manuel relata que el liderazgo de Wen siempre evitó la posibilidad de que su organización se dejara instrumentar por otras organizaciones locales o extranjeras. En unos cuantos párrafos de este artículo, Manuel describe los componentes esenciales de la actividad de resistencia que Wen sabiamente integró en una especie de plan de acción: (a) mantenerse ejercitados y con plenas capacidades físicas para movilizarse y resistir agresiones personales en caso necesario; (b) desestabilizar “desde dentro” por medio de sabotear actividades públicas donde se podía concentrar una cierta proporción de la población; (c) difundir mensajes contrarios al régimen utilizando todo tipo de formas encubiertas que permitiesen su diseminación en espacios públicos muy frecuentados; (d) preferir la fabricación de bombas caseras (más que la obtención de armas) aun considerando los riesgos que esta actividad implicaba.

De todos estos componentes, el más factible y utilizado fue el de la diseminación de mensajes por medio de volantes o panfletos que se tiraban debajo de las puertas aprovechando la nocturnidad; otros sigilosamente se soltaban de día en algunos lugares públicos; también se dejaban caer desde los automóviles cuando estos pasaban por algún lugar sin vigilancia; algunos se escondían en los maletines de visitadores a médicos y otros vendedores para ser distribuidos en ocasiones propicias; en fin…

Pero más que la distribución de los volantes en sí, “fue el contenido de la literatura de esos panfletos -acción que determinó el sobrenombre de “Los Panfleteros de Santiago” a nuestro grupo de UGRI- lo que realmente provocó “la condena a muerte” por Trujillo, de todos sus participantes” (Pg. 96). Llamarle “mierda” a Trujillo, mencionar palabras como “revolución” y completar con el slogan “libertad o muerte”, era demasiado para que los mecanismos de represión policíaco-militar no llegaran a ubicarlos o para que no ocurriera alguna forma de delación de parte de servidores civiles fieles a la dictadura.

Y así comenzó el calvario. Los detenidos fueron llevados a las peores cárceles donde los matones (“asesorados por expertos ex-agentes nazis”) torturaron a estos jóvenes desnudos con los más crueles métodos jamás imaginados. Manuel Bueno subraya la valentía de Wen a quien “no había forma de arrancarle una confesión que delatara a sus colaboradores…y por sus muchos gestos de valor los matones a sueldo de La 40 le apodaron “el célebre Wen”… quien en la sala de torturas me indicó: “Escribe tu declaración tal cual te estoy diciendo, cuidando de no involucrar a nadie más, léela bien antes de firmarla, no te vayas a manchar pidiéndole perdón al hijo de puta ese… Él tenía entonces veinte años, y yo quince” (Págs. 96-97).

Luego de explicar esos horripilantes tormentos a que fueron cada uno sometidos, Manuel Bueno llega al final de su artículo diciendo que no quiere seguir detallando “esos pormenores que todavía me revuelven el estómago y me hacen asomar lágrimas… si ahora he traído algunos a colación es para honrar la memoria de ese gran luchador y héroe nuestro que se llama Wen Guillén…” Y además, concluye Manuel, “porque considero que nuestras juventudes de hoy no deben ignorar las atrocidades cometidas por los secuaces de la funesta Era de Trujillo, para que no permitan que nuestro país regrese jamás a épocas de tanto oscurantismo… y no se dejen confundir por los eternos apologistas del trujillismo, charlatanes tumbapolvos e inescrupulosos lisonjeros, defensores de esa nauseabunda manera de pensar y hacer las cosas que Trujillo nos dejó como una lacra, y que hoy, gracias a Dios y a visionarios como Wen Guillén, ya hemos superado bastante” (Págs. 97-98).

Los Panfleteros periódico LI-30-01-1960.

-IV-

Este texto, escrito hace casi cuarenta años, revela la vigencia del presentimiento de Manuel Bueno en cuanto a que si no conocemos la verdadera historia de resistencia al régimen tiránico podemos seguir insuflando el fantasma de Trujillo y así verlo gravitar en la vida de la nación. Para evitar ese desenlace, Manuel recomendaba “continuar rescatando del anonimato a nuestros verdaderos héroes y mártires, dando a conocer sus idearios, sus trayectorias de luchas y afanes revolucionarios, reconociéndoles como nuestros únicos prohombres acreedores de honrar con sus nombres nuestras escuelas, plazas y calles principales, desplazando muchos falsos ídolos de barro que hoy ocupan posiciones señeras” (Pg. 98).

Luego de leer este artículo, uno comprende la necesidad de que esos jóvenes descritos por Manuel Bueno sean debidamente incorporados entre los protagonistas más recordados de la resistencia antitrujillista. Esto no solo sería un acto de respeto por su memoria sino también un acto de justicia. Hoy, gracias a los escritos de Manuel Bueno y de los textos y trabajos de personas como Negro Veras, sabemos que el número de esos jóvenes fue mucho mayor a lo que se ha registrado en algunos textos históricos. También sabemos que esos jóvenes no solo formaron parte de agrupaciones clandestinas de Santiago, sino que también reprodujeron otros grupos parecidos en varias ciudades del país.

Si fuéramos a hacer el perfil de estos jóvenes, tendríamos que destacar que ellos:

1. No eran personas desprovistas de formación, sino que, además de tener una base de escolaridad formal, adquirieron de manera autodidacta o espontánea conocimientos generales de ciencias sociales que les permitieron desarrollar un pensamiento crítico y patriótico.

2. No fueron improvisadores, sino todo lo contrario: creativos, confiados en sí mismos, estrategas, resueltos, audaces y, sobre todo, valientes.

3. No miraron hacia atrás ni solo proyectaron un futuro libre de la tiranía, sino que visionaron una sociedad en la cual se pudieran auspiciar transformaciones a favor de la democratización de sus organizaciones.

Cabe entonces que nos preguntemos:

  • ¿Existen hoy jóvenes que llenen ese perfil?
  • ¿Cuáles factores limitan o inhiben el surgimiento de este tipo de jóvenes?
  • ¿Cómo los docentes, los comunicadores, los políticos y otros actores sociales pudieran auspiciar formas de diálogo intergeneracional con los jóvenes, para encontrar formas originales y creativas de convivencia y para colaborar en la canalización de sus inquietudes y acciones?

Rememorando este artículo de Manuel Bueno, uno coincide una vez más con Negro Veras en cuanto a considerar a Manuel como un inteligente profesional digno de ser imitado porque mantuvo coherentemente sus ideales patrios y su praxis social durante varias décadas después de desaparecida la dictadura hasta el mismo día de su sensible fallecimiento.

Ojalá que la mayoría de la juventud actual conozca más informaciones fidedignas sobre dominicanos que han sabido mantener y desarrollar desde su adolescencia un compromiso social y político con el presente y futuro de su país. Estamos seguros de que si los jóvenes de hoy pudieran tener más acceso a testimonios como los que hemos comentado, ellos generarían una más amplia actitud crítica con mayor conciencia social.

(Este artículo fue publicado en el libro: A los 60 años: dos panfleteros de Santiago contra un régimen tiránico, en la página 492)