“…Cumpliremos y haremos cumplir la Constitución y las leyes que nos gobiernan; y decimos con propiedad que nos gobiernan, porque en una democracia no debe haber más gobierno que el de las leyes y los hombres, cualesquiera que sean sus posiciones están llamados a ser solo ejecutores de esas leyes”.
(Prof. Juan Bosch: Discurso Toma Posesión, 27 Febrero, 1963)
Asistimos a la más conspicua degradación del poder, a una degeneración ética política en la sociedad dominicana. Hay, si se quiere, una crisis de la legitimación de las instituciones políticas, medularmente visibilizada en los partidos políticos. Estos, sobre todo los cuatro que ostentan la categoría de mayoritarios, sobreviven, en gran medida, uno porque está en el poder y los otros, por el financiamiento público.
Lo que estamos viendo es cómo una empresa internacional copó por completo las instituciones públicas y capturó el Estado. El compromiso de los actores políticos con funciones públicas no era defender los intereses del Estado dominicano y con ello, el conjunto de la sociedad. No. Era la búsqueda de “donde está lo mío”. Todavía el acuerdo de homologación con ODEBRECHT, constituiría más una defensa y un cuido a esa empresa delincuente que la defensa por resarcir a la sociedad. ODEBRECHT sigue operando y cobrando, a pesar de que existe una ley que lo impide, pues lo que hizo conllevaba su inhabilitación.
La inmensa mayoría de los actores políticos que han gravitado en el escenario del Estado, propiamente dicho, no tienen sentido de la historia, no tienen conciencia moral, no proyectan su vida aun después de muertos. No se instalan, ni siquiera un segundo como lo van a ver las generaciones posteriores; no conciben pautar su existencia de hoy, conjugando el presente en una perspectiva de futuro. Su vida es ahora; sus sueños: la materialidad que le da el confort del consumismo. Su dilema ético: todo es relativo; hacemos todo lo necesario para mantener la opulencia del poder.
Como decía Martin Luther King “Un hombre no mide su altura en los momentos de confort, sino en los de cambio y controversia”. La sociedad dominicana se encuentra en esa nueva etapa de transición. ODEBRECHT, como curvatura, trajo consigo: crisis y oportunidad. En medio del estupor y dolor del grado de putrefacción, ella haría despertar el resorte y la rabia de ver tanta corrupción y la grotesca impunidad. ODEBRECHT nos capturó, nos tomó como el ejemplo y la cuna del paraíso de la depravación, de la llave segura donde podían trasladar “sus operaciones estructuradas”. ¡Nuestra estirpe era la estrella de la protección en la ruta de lo pútrido. ¡Cuánto escarnio!
Sund Land no condujo a imputados; empero, el dispositivo de la sentencia de la Suprema fue claro. FUNGLODE no condujo a una incriminación formal en los tribunales, sin embargo, retumba lo dicho por la Fiscal. “¿Dónde están los casos de corrupción? Que me los señalen”. El símbolo del poder, días después, se abriría como un telúrico de 9: CEA, CORDE, INAPA, Darío Contreras, OISOE, Tucano, etc. etc.
El poder sin autoridad moral, sin la debida legitimidad, sin la necesaria confianza, se fractura y resquebraja. No importa la fuerte relación clientelar que exista. En sociedades como la nuestra, la persuasión del espacio de hegemonía cultural e ideológico se basamenta y cohesiona con la clase media. El PLD, con esta degeneración ética, pierde lo que otrora fue su cemento y varilla de legitimidad. Son esos que hoy, en gran medida están en las calles con la Marcha Verde. Son esos que están construyendo diques de coraje para contener inundaciones de miedo, como nos hablaba el gran líder King.
Son ellos que nos están diciendo que una sociedad más decente es posible. Los que ayer, en medio de la apatía, frustración e inacción, fluyen en un nuevo cauce. Es el despertar de un nuevo parto de esperanza, de cambio, del germen colectivo que configura la creación de una nueva rueda social. En la sociedad dominicana, de manera objetiva, podemos decir que en los últimos 21 años no se ha resuelto ni un solo problema estructural. Hemos crecido, somos diferentes, tenemos más gente, la esperanza de vida al nacer ha evolucionado, pero, ¿qué sociedad que no esté en guerra o sea totalmente estado fallido no es hoy mejor que hace 21 años?
Es como un famélico, crece, está más grande, se mueve y a veces, ríe; no obstante, los signos vitales siguen como la secuela de su escualidez. La influencia política hoy, en nuestro país, está determinada no tan solo por la jerarquía, sino por el peso sustentante del dinero. Es lo que hace que tengamos una competencia ruinosa que nos produce cuasi una parálisis política, donde los actores tradicionales no logran diferenciarse ni en el discurso ni en los valores de la democracia ni en la agenda societal ni en el boceto de su ideología.
Una partidocracia que no tiene el mero sentido de la historia, que no logra dibujarse en la carpintería del juicio de su obra; difícilmente puedan lograr la confianza que ameritan las instituciones para legitimarse. Reinventarse, es su único camino, sin embargo, el síndrome del paradigma de robar, lo atormentan y no lo dejan caminar.
¡El desafío es buscar nuevos caminos que nos permitan concitar el trajinar de la epopeya hacia una gobernanza más efectiva. El deterioro social y político nos convoca para generar las expectativas que crean el puente de una realidad más horizontal. Es democratizar la democracia que atraviesa por poner la justicia al servicio de la democracia y de la ciudadanía!