Asistí la semana pasada a una charla ofrecida a los miembros del International Women Club (IWC) por la señora Juli Wellisch, autora del libro Sosúa, páginas contra el olvido. Fue una intervención amena y aleccionadora que tuvo lugar frente a un público de mujeres de catorce naciones diferentes radicadas o de paso por la República Dominicana y que forman parte de esta activa asociación.
La oradora, de padre austríaco y de madre dominicana, nació y se crió en la comunidad judía de Sosúa. Al igual que todos los descendientes de los que primero llegaron a esta localidad, hoy esparcidos en distintos países, ella mantiene un fuerte lazo emocional con este lugar, único en el mundo, que tanto le aportó a sus moradores al igual que a la sociedad dominicana.
Cuando el dictador Rafael Trujillo autorizó, en la Conferencia de Evian en 1938, la inmigración de judíos de Europa del Este perseguidos por los nazis, se preveía la instalación de 100,000 personas en la República Dominicana. (1)
Por problemas administrativos, circunstancias debidas al conflicto bélico mundial, consideraciones de orden político y de otra índole, llegaron solamente 642 personas a nuestro país y eso sucedió casi dos años después del inicio de las gestiones.
El “tiempo” no era el mismo para los burócratas y políticos que vivían pudiérase decir, más o menos en la normalidad, que para las personas que tenían que salvar su pellejo.
A causa de esta dilación muchos candidatos a la emigración acabaron siendo asesinados por los nazis.
La charla de Juli Wellisch planteó, en trasfondo, la cuestión de los problemas migratorios frente a circunstancias catastróficas, guerras o hambrunas, sucesos que no han parado de ocurrir en el mundo después del final de la Segunda Guerra Mundial.
Oyendo a Juli, no pude impedirme pensar en la angustiante situación que atraviesa nuestro vecino haitiano, en su diáspora, en sus terremotos y en las imágenes del violento y humillante rechazo ocurrido recientemente en Texas en contra de migrantes haitianos.
Como país vecino, hoy más que nunca debemos hilvanar fino (no para satisfacer ONGs u organismos internacionales como lo quiere hacer creer cierta propaganda), sino sencillamente porque compartimos la misma isla que Haití, quien es nuestro primer socio comercial y proveedor de mano de obra y porque somos una nación profundamente católica y solidaria.
Es deber de nuestro gobierno proteger nuestra frontera de la presión migratoria, lo que se esta haciendo con hombres y tecnología de punta; proteger también los dominicanos y sus negocios en Haití.
Estemos alerta y preparados para cualquier eventualidad pero recordemos que no estamos en guerra contra el “pueblo” haitiano y que, como bien se ha señalado, “no hay riesgo de una intervención militar haitiana”.
Por eso parece completamente fuera de lugar el llamado de un legislador en favor de que "todos los que vivan en la frontera tengan armas a mano para asegurar la defensa en caso de invasión".
Nuestras autoridades deben velar porque no se atice el fuego. Una cosa es el interés nacional y otra es fomentar la xenofobia. La chispa del anti haitianismo prende casi sola, estimulada por unos cuantos fanáticos que, dicho de paso, existen a ambos lados de la frontera.
La no renovación automática de los visados a los más de 6,000 estudiantes haitianos inscritos en las universidades dominicanas que pagan por este servicio es la puerta abierta a un desorden administrativo por más organizada que sea la República Dominicana.
El argumento de que, por esta vía, podría infiltrarse el terrorismo en nuestra tierra no nos parece plausible. En un caso como este, y en otros similares que pudiesen presentarse, no nos parece justo hacerle pagar a la juventud del país vecino por una crisis de la cual esta también es víctima.
De la misma manera, estimo fuera de lugar prohibir, en este preciso momento, los partos de mujeres haitianas indocumentadas en los hospitales dominicanos.
Asimilar el pueblo haitiano solamente al caos y al desorden es caer en explicaciones simplistas y tendenciosas. Lo grave del caso es que estas circulan sin contrapeso.
Lo cierto es que la gran mayoría del pueblo haitiano es rehén de bandas que fueron apoyadas por un poder sostenido por las grandes potencias y armadas en su mayor parte con armas provenientes de los Estados Unidos.
Se lee en los periódicos y en las redes sociales, y se oye por radio y televisión, una propaganda enardecida que revela al mismo tiempo un gran desprecio y una descomunal ignorancia sobre nuestros vecinos.
Los contenidos reductores, que asimilan los haitianos a esclavos, todos adeptos del vudú y que se comen entre ellos están hechos para asustar a los dominicanos.
Por más absurdos que sean estos planteamientos ellos pueden, sin embargo, llevar a desbordamientos y a crímenes de odio en contra de ciudadanos haitianos residentes en República Dominicana. También pueden conducir a una cierta insensibilidad respecto al vía crucis de nuestros vecinos.
En todo caso, este cañoneo permanente, sin filtros ni treguas, de mentiras y prejuicios, es una bomba de tiempo. Denigrar y disminuir al supuesto enemigo con manipulaciones y propaganda generalmente ha precedido grandes desgracias y masacres.
Así lo hicieron los nazis con los judíos y los hutus con los tutsis antes de los genocidios que fueron perpetrados en estos casos.
Cuidemos y defendemos nuestra frontera, hagamos respetar nuestras leyes migratorias con ecuanimidad, demostremos solidaridad con el pueblo haitiano, ofrezcamos lo que podamos para ayudar a resolver la crisis haitiana y que la sociedad civil haitiana pueda organizarse para hacerle frente a la violencia.
Calmemos el juego, promovamos una cultura de paz y recordemos que la incitación a la violencia y los crímenes de odio deberían estar debidamente tipificados y castigados en nuestro nuevo Código Penal.
Esperamos, en esta difícil coyuntura, que florezcan muchas iniciativas como el Programa de cooperación binacional que, con apoyo de la Unión Europea promueve, desde el mes de agosto, la buena convivencia, el desarrollo social y el intercambio cultural de los dos lados de la frontera, alcanzando a más de 500 jóvenes de ambas naciones con los lemas CONVIVENCIA con harmonía y respeto y ANNVIVANSANM nam amoni ak respé.
Como bien lo dijo Juli Wellish en su charla: aunque hubiera sido para salvar solo una persona, Sosúa habría valido la pena.
(1) En la Conferencia de Evián, en 1938, el presidente haitiano Stenio Vincent había propuesto también abrir su país a 50,000 judíos de Europa del Este pero su propuesta fue rechazada por el subsecretario de Estado de los Estados Unidos, Sumner Wells.