Precisamente, estas ideas de delirar cuando se escribe acaso nos permitan dilucidar no pocos aforismos inherentes al mismo concepto de sentimiento ontológico. En primer lugar, si tenemos en cuenta que aquí el sentimiento

es más bien una promesa que una posesión, en cada aforismo pierde su fuerza concluyente contra la idea misma de sentimiento de felicidad que la inquietud de Mármol vincula al azar. Lo que nos ofrece el poeta es más bien un anticipo que un donativo en firme. De esa manera, en Mármol todos los sentimientos espirituales son sentimientos de marcha hacia el desengaño. La unidad de estos fragmentos no radica, entonces en lo diverso y pleno de su habla, sino en la reflexión axiológica sobre el destino. Hay un microcosmos autosuficiente que está unido por miles de hilos existenciales. Lo que sugiere que algunos fragmentos de nuestra existencia, y más específicamente, algunas formas de aprehensión en el texto tienen una capacidad mayor para captar la totalidad, es decir, que la totalidad estética puede existir también como fragmento de la vida.

Para Maurice Blanchot , el aforismo es un sustantivo que tiene la fuerza de un verbo ausente. En cambio para José Mármol el aforismo habla desde lo más urgente, maravilloso y cotidiano. Restos de fracciones que se pierden. Hay, por supuesto, algunas constantes en este vasto repertorio: la crítica a lo establecido (del lenguaje común, los sistemas de pensamientos, los valores judeocristianos); el valor de la duda y el escepticismo; la división platónica del cuerpo y el alma (crítica al racionalismo positivista, defensa de la subjetividad, la fuerza cognitiva de la intuición: conocer el mundo para el poeta es lo mismo que conocernos); la creencia en una crítica abierta, sin otro límite que la naturaleza misma (Platón, el rostro humano, un pantalón vaquero o Marlboro son, por igual, temas culturales de su preocupación).

Estos aforismos son la práctica de una perplejidad; el autor escribe para salir del desasosiego y llegar a ideas, frases e imágenes que sólo le pertenecen parcialmente. O como él mismo dice, "para existir por un capricho bajo la planicie arrasada de un tal vez" (pág. 51). La aquiescencia de José Mármol parece tener un tinte provisional. Los remates de muchos de sus párrafos hacen pensar en la sonrisa oblicua que recuerda que todo se puede entender de otro modo. Igualmente asume en forma filosófica la crítica de los valores que encierran las visiones globales del mundo y niegan el reconocimiento de una racionalidad histórica.

La tarea de nuestro autor será por tanto el desmenuzamiento y análisis del pensamiento que lleva implícito el amor, el dolor, el miedo, la soledad, la alegría, el suicidio, la muerte, lo sagrado y lo profano, a través de unos fragmentos de desconstrucción, cuyo resultado último es dejar al descubierto la hipocresía y la plenitud del vacío.

Para Mármol el problema esencial, ontológico del hombre moderno, ha llegado a ser totalmente apariencia: no se hace visible en lo que representa, sino que más bien se oculta tras esta representación. Es la reafirmación de un pathos, el rechazo de algo que tiene cierta coherencia expresiva, en nombre de la vieja mística racional del poema, cada vez más ilusoria e insostenible.

Este vértigo de negación es quizás el precio que debe pagar toda empresa de desmitificación, de manera que a la más grande lucidez corresponde a menudo la más grande demolición o desenmascaramiento. De este modo no es posible ningún sistema de virtudes si no se desciende a las realidades, es decir a la otra cara. A la otredad del vacío, para así morir de vida y no sólo de tiempo. Mármol escribe con energía y aun la exalta y propone el ocio prolongado como ausencia. Su estoicismo nunca se resuelve en la resignación.

La intensidad en el sufrimiento o la confrontación con sus propios límites no lo conducen sino a una voluntad de transfiguración: transformar el mundo o la historia, pero -y este es quizá lo fundamental- para que el hombre se descubra a sí mismo, para que, al fin, revele su originalidad (no para que llegue a ser un "superhombre"). En esta transfiguración, los contrarios se reconcilian; o mejor, se purifican, recobran el sentido de lo que habían dejado de ser, se humanizan. Se tornan más real que lo real, y así rompen con su opacidad de concha inerte. Se trata, pues, desde esta perspectiva, de una participación en el mundo. De la creación de una rigurosa visión de vasos comunicantes con sus reflexiones e invenciones de textos anteriores. De este modo, uno de los recursos estilísticos del libro -la antítesis y la paradoja- se convierte en centro de una visión del mundo. Mármol quiere dar vitalidad al  dolor a través de la salud, cuando en uno de sus aforismos pide al dolor que se convierta en un vicio lacerante y perfecto de salud.

En este libro, sin embargo, no se puede fijar una estructura un habla del laceramiento múltiple de la muerte, de la soledad, de la alegría, de la felicidad, del amor o del suicidio, pues estos fenómenos no son más que valores parasitarios o virtudes negativas (o casi vengativas), que definen el corpus aforístico de Mármol. Lo que esta escritura manifiesta, mediante ciertos aforismos y fragmentos dibujados sobre las cosas mismas, es la misma intencionalidad del deseo, y aún más, la intertextualidad entre el sentir y el conocer: idea angular que genera los hallazgos y aciertos del libro. Vale entonces la pena detenerse en ella. Esta función reveladora que atribuimos al sentimiento en virtud de la cual nos manifiesta los impulsos de nuestro ser y sus conexiones con el mundo.

A primera vista, esta empresa, en la línea de sus correspondientes filosofemas o autores como los Presocráticos, Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, La Rochefoucauld, Porchia, Júarroz, Cioran, entre otros, parece imposible, pues Mármol quiere reencontrar al ser bajo la apariencia, lo real

de las pasiones bajo la coartada de los grandes sentimientos; por eso expresa con escepticismo que sus meditaciones "no revelan el secreto de la muerte; ni presumen de ello". Y añade: "Renuncié a la ventaja de sentir alguna devoción.

“Tengo la soledad el desasosiego. No pido a la vida nada

más. La muerte, en cambio, no es sólo misteriosa, sino,

sorpresiva. Nada le podría sugerir" (pág. 16).

En el discurso, por el discurso y aparte del discurso, invisiblemente el pensamiento fragmentado de Mármol juega siempre a la transformación, a la disolución, a la movilidad de las verdades fijas, a la dispersión de cuanto se congrega, o se traza la línea de demarcación que, al quitarle al discurso todo poder de mistificación, lo asigna en múltiples regiones pulsionales, pluralidad que no tiende a menudo a la unidad (aunque fuese vanamente) y no se construye en relación con la unidad (dualidad platónica del alma), ya sea por debajo o por encima, sino que queda en entredicho. Como en el Budismo Zen, en este virulento libro uno no adquiere verdades y certezas, sino nuevas y renovadas inquietudes, desasosiegos y dolores.

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