Durante los últimos veinticinco años, José Mármol (1960), ha venido desarrollando una intensa labor artística y literaria, que abarca la poesía, el ensayo, el aforismo y el fragmentarismo breve y reflexivo. En esta oportunidad, José Mármol, brinda a sus lectores dos versiones diferentes del pensar: Torrente Sanguíneo (poesía) y Maravilla y furor (Aforismos y fragmentos), donde ejerce una visión esencial del poema.

Lo mejor de esta poética, parte, precisamente, de estas reflexiones. En su libro Torrente Sanguíneo (2007), el logos y la palabra se transforman en imaginación dolorosa del deseo. En efecto, la experiencia poética, empieza por el acto imaginario del desgarramiento y el hastío.

Poesía inteligente, sino simplemente intelectual. Lo abstracto en ella (como cuando se habla de pintura) está lejos de todo simbolismo conceptual. Ya en uno de los poemas iniciales de este libro, José Mármol dice:

Me suplica que acabe de lanzarme al vacío./Ese ardor, es cielo nublado, de aguacero./ Es de horror el instante, aunque no acontezca nada.

Aun me pregunto si lo que Mármol quiere revelar no es, en definitiva, una materialidad original, más pura o más real, no una mera significación de esa materialidad. La poesía de Mármol ¿no será el intento por encontrar la auténtica pasión, por hacer que esa búsqueda rescate su fundamento inicial? ¿O se tratará de algo todavía más radical y desmesurado, como en toda la poesía contemporánea: hacer que la carencia de esta alegoría esencial, contrariando toda casualidad, sea la que origine el deseo, y lo invente y al inventarlo lo haga de nuevo original?

De ahí que este libro se presente como una indagación ontológica, no sólo de las cosas, sino, también, de lo que rige a las cosas. Lo sensible y lo inteligible.

Se trata, más bien, de la concentración de todo sentir que, por ello mismo, se convierte en una visión (Voy de lo soñado a lo imposible); esa visión busca transparentar lo sensible. Es, también, por tanto, una forma de imaginación (Voy de lo imposible a lo imposible, sin encontrar rastro siquiera de que he sido). Además, es un modo de conocimiento interior, de autocontemplación, espejo de sí mismo; hay un punto, dice Mármol, en que el ser comienza a descreer de sí mismo y del mundo.

En efecto, la obra de Mármol está escrita desde y para el escepticismo, el desarraigo y la muerte. Sólo que Mármol nunca se adaptará al orden que habría abandonado; es un ser desgarrado, que nunca regresa porque lo ha perdido todo.

Este poeta será siempre el inconforme errante de la vida. Su memoria no es una simple evocación del paraíso perdido, sino, una suerte de intensa vigilia (Vengo del porvenir incierto./Estoy tan lejos hoy./Y sin embargo son premoniciones los recuerdos./Tiempo que no atina en el tiempo a suceder).

Ni siquiera es nostalgia. La memoria es un nuevo rito ceremonial, y su poder mágico, lacerante, se instala como una peste real en la médula del poeta. En definitiva, es otra forma—no menos radical—de la presencia del poema como crítica de sí mismo y la realidad. De ahí que Mármol hable del pasado como un tiempo vivo, como un tiempo sin tiempo.

El universo atormentado de José Mármol en Torrente Sanguíneo, no es ahora más que otro, o el mismo viaje de otros libros del autor, tales como La invención del día (1989) , por el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía 1987; Lengua de paraíso, galardonado con el Premio de Poesía Pedro Henríquez Ureña (1992), entre otros.

Por tanto, José Mármol, es el poeta de nuevo en ruta, hacia el primordial mundo de la imprecaciones, las rabias y la paradojas:

Llegué del porvernir;/sediento y en harapos./ Caí en un pasado ceñido a tu vivir./No llevo reloj, misterio y asombro destejen mi concierto.

Ese viaje por el mundo no es más que el viaje por la memoria y el cuerpo: la apoteosis de éste, no sólo como reto del destino ante el porvenir y la muerte, sino, como discurso rebelde del deseo.

El movimiento de estos poemas, por tanto, es un movimiento sin fin, su tiempo es cotidianamente mítico: discurrir de presencias vivas, no sucesión de momentos extintos. En un poema titulado “El bolero de Ravel”, Mármol nos da justamente esa visión: el ilimitado poder del deseo y de la pasión, poder demoníaco en la medida en que nunca tiene acceso a la definitiva posesión.

Aunque con varientes muy peculiares, José Mármol retoma estos y otros temas, en su libro Marravilla y furor (Aforismos y fragmentos), publicado, también, en el año 2007.

Las confrontaciones de la poesía con el aforismo son de muy diverso temple y, por ello, admiten soluciones opuestas entre sí, aunque, finalmente, comunes en su búsqueda. El aforismo, tienden hipotéticamente a “resolver” las preguntas sobre el ser, mientras la poesía, busca acentuarlas.

Nuestro siglo se ha caracterizado, según José Mármol, por una honda complejidad en todos los órdenes. Una complejidad situada en un movimiento con sentido doble: hacia la especificidad y singularización por áreas en el campo del conocimiento, por un lado; y, hacia la totalización y la unificación de las diversidades, por el otro.

Este siglo es, al mismo tiempo, kantiano, hegeliano, nietzscheano, einsteiniano, además de presocrático y tomista. La historia se configura y desarrolla, dice Mármol, trazando “diagonales convergentes y divergentes, devenires lineales y circulares, eterno retornar y eterno pasar irregistrable”.

En el filósofo José Mármol, la escritura aforística y fragmentaria se convierte en el arte de la aproximación a estos conflictos. La primera anotación, en éste, su segundo libro de aforismos (recordemos Premisas para morir, publicado en 1999), se refiere, precisamente, al fundamento ético que comparte esta civilización frente a la “incertidumbre” de la vida. El aburrimiento es la expresión concreta de la más encumbrada capacidad de raciciono, nos advierte en uno de sus aforismos más entrañables y lúcidos.

A pesar de su tendencia al escepticismo, Mármol no es un agnóstico. Esto se sugiere ante todo con el hecho de que, no obstante la distancia que guarda ante el judaísmo dogmático, no ha dudado respecto a que el Dios Oculto, que se reposa en sí mismo, se ha manifestado en la creación. En las sentencias que se refieren a la dialéctica divina, a la manera como surge el deus creator del abismo del deus absconditus, Mármol alude a un Dios hastiado de su propia creación.

La verdad es que Mármol utiliza con frecuencia giros pasivos en los cuales no aparece como sujeto la divinidad actuante, sino, el hombre que es afectado por la actuación de ella.

Mi constante deseo de no agraviar es la ruta que me lleva a Dios, a su nada redonda su perfecto vacío, su lenguaje de silencio.

En los aforismos que hemos comentado, Mármol procura encontrar un acceso a lo indestructible que hay sobre nosotros, a partir de una base, que le parece resistente, para soportar el edificio mental de sus consideraciones sobre las cosas últimas, es decir, a partir de la conciencia de lo indestructible que hay en nosotros

Estos aforismos y fragmentos de los que nos hemos ocupado en parte, dirigen su mirada hacia adentro: hacia lo indestructible que hay en el propio fondo del ser. Pero tan imposible es penetrar en las profundidades del mundo interior como hacer hablar al cielo mudo.

Como en muchas otras ocasiones, Mármol se esconde en el procedimiento tras la queja: Hay en él un dejo de vacío, de sordo espanto privativo de lo humano.

Experiencia radical, que en estos aforismos y fragmentos, el mismo autor asume, como práctica de una perplejidad.

En Torrente Sanguíneo y en Maravilla y furor, José Mármol escribe para encontrarse a sí mismo o salirse de sí, o casi para suprimirse, y llegar a ideas, frases e imágenes que sólo le pertenecen parcialmente.