Joaquín Sabina es mi cantautor favorito. Nunca hubiera imaginado que, aquella noche en Talanca, cuando oí por primera vez su voz ronca y desagradable, iba a destronar a Silvio Rodríguez y a Joan Manuel Serrat del pedestal de mis gustos musicales. Nunca iba a imaginar que me acostumbraría a esa voz rota por miles de cigarrillos y trasnoches. Tanto, que me siento incomodo cuando escucho sus canciones de los primeros tiempos, cuando su voz estaba relativamente intacta.
Sabina es un poeta, de los buenos. Las letras de sus canciones no necesitan de su música para ser hermosas. De hecho, Sabina domina las reglas y la técnica de la poesía clásica, razón por la cual ha publicado libros de poemas, incluso de sonetos, como veremos más adelante. Una muestra son estas estrofas que ha declamado alguna vez en algún concierto, sin música que las acompañe:
Este adiós no maquilla un hasta luego,
este nunca no esconde un ojalá,
estas cenizas no juegan con fuego,
este ciego no mira para atrás.
Este notario firma lo que escribo,
esta letra no la protestaré,
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas son las de después.
A este ruido tan huérfano de padre
no voy a permitirle que taladre
un corazón podrido de latir.
Este pez ya no muere por tu boca,
este loco se va con otra loca,
estos ojos no lloran más por ti.
Quien quiera aprender las figuras retóricas, solo tiene que escuchar sus canciones. En ellas abundan metáforas potentes y originales. Así, transforma el plato frío de la revancha en “helado de fresa de la venganza”. Sabina recurre constantemente a juegos de palabras sumamente inteligentes como aquel en el que un pariguayo encuentra a su mujer “en plena orgía con el miembro del miembro (¡que ironía!) más tonto del congreso”. Sabina juega con clichés y formulas hechas: Así como en el imperio de Carlos V, “hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol”. Otra técnica retórica que domina es la de la acumulación, la enumeración de elementos en aparente desorden:
oscuro como un túnel sin tren expreso,
negro como los ángeles de Machín,
febril como la carta de amor de un preso…,
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Más allá de la técnica, lo que más me atrae de las canciones de Sabina son los temas que tratan con mayor frecuencia: El amor a las ciudades:
He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan,
he crecido en La Habana, he sido un paria en París,
México me atormenta, Buenos Aires me mata,
Pero la primavera sabe que la espero en Madrid.
Pero sobre todo el sexo y el amor por las mujeres: “Y yo que nunca tuve más religión que un cuerpo de mujer”, que reitera con un desenfadado “así es”. Sabina no tiene reparos en hablar de la prostitución, en probar los encantos de una Magdalena que es “la más puta de todas las señoras, la más señora de todas las putas” o de una vándala a la que advierte “puedes volver a robarme, pero tendrás que besarme”.
Sabina canta también al aburrimiento en las parejas (“yo no quiero comer una manzana, dos veces por semana, sin ganas de comer”), al desamor, la otra cara del amor, (“pero el lunes, al café del desayuno, vuelve la guerra fría”), a las relaciones fugaces (“lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielos en un whisky on the rocks”)…
Sabina es un hombre de izquierdas. Hay canciones que tratan de temas sociales. En una de ellas habla de la odisea de los extranjeros en España, a la discriminación de que son objetos, donde incluye hasta una referencia a nuestro país:
Pagaron cara la llave
Falsa de la tierra prometida
Pero, en lugar del Caribe,
Con su bachata, con sus palmeras,
La madre patria recibe
Al inmigrante por peteneras.
Y, en plazoletas y cines,
Por un jergón y un plato de sopa,
Con una alfombra y un Kleenex
Le sacan brillo al culo de Europa
Al mismo tiempo, Sabina canta a la vida, pues estos extranjeros la celebran sin tomar en cuenta sus desgracias:
Y cada fin de semana
Con sus caderas dominicanas,
Compadre, una guarachita,
Candomde, samba o rumbita
¿O es que nunca estuvo en la Habana?
Sabina canta lo que vive. Entre el poeta y el hombre no hay diferencias. Sabina canta:
Algunas madrugadas me desvelo
Y ando como un gato en celo
Patrullando la ciudad
En busca de una gatita
A esa hora maldita
En que los bares a punto están de cerrar
Cuando el alma necesita
Un cuerpo que acariciar
Y una amiga madrileña me lo confirma, pues una vez, a las tantas de la noche, Sabina intentó “partirle un brazo” en un bar.
Macarra llaman los españoles a las personas “vulgares y de mal gusto”. Acaso Sabina lo sea. Sabina no duda en usar malas palabras. Una vez, cuando un periodista uso el eufemismo “descomer” para referirse al acto de defecar, Sabina le respondió: “busqué en el diccionario el significado de descomer y me cagué de la risa”.
El rebelde que vive en mí idolatra al provocador que es Sabina. Una vez asistí en París a la puesta en circulación de uno de sus libros de sonetos. Sabina aceptó las preguntas que les hizo el público y las contestó sin ambages Dijo que la cocaína le salía más cara de lo normal, pues era el precio de ser famoso. Sabina nunca ocultó que usaba drogas. Y las dejó cuando casi le cuesta la vida. Cuando un estudiante le preguntó qué sentía por las drogas, contestó: “Nostalgia”. Sabina está claro en una cosa: No hay razón por la cual no aceptarse ni por la cual esconder lo que se es.
Invito a mis lectores a escuchar a Sabina. Una verdadera delicia.