… Dulce y piadoso nombre que al pronunciarlo trae la esperanza de un mundo mejor. La tradición de orar por un mundo mejor no es una tradición tímida ni un anhelo simple de querer una vida plena. Todas las culturas se refugian para existir en una sola palabra, en una palabra que se escucha en todos los caminos del Señor, a los que somos sensibles. No importa el abatimiento ni el irreprochable sentimiento de culpa: el dolor y la felicidad vienen del lado del amor, del amor-misterio, del amor-virtud.
El amor-virtud y el amor-misterio no se definen dogmáticamente de súbito, lo tienes en ti, sin ser un amor-desnudo carnal. Es puro, y sólo se evidencia para su comprensión en la contemplación, en la gracia del amor-divino que se puede compartir todos los días al reposar la mirada ante la naturaleza y la creación. Ese amor, que es el amor de la Trinidad (amor-virtud, amor-misterio, y amor-divino) “os ha salvado”, y tiene un nombre: Jesús; Jesús crucificado, Jesús Niño, Jesús Mesías, Jesús-Salvador.
Desde hace muchos siglos la memoria religiosa se escribe a través del éxtasis, las revelaciones o las visiones místicas. Los libros reunidos, desde el recuerdo, son libros de inspiración sagrada, libros que las dignidades de la alta nobleza guardaron en los monasterios, porque creyeron que los otros no tendrían oídos para oír, y que solo ellos, llegada la noche, podrían confesar sus pequeños pecados ante la cruz.
No conocían ellos del dolor de la pobre vida; sus estirpes eran tan diferentes al niño nacido en Belén, al que dormía en una cuna hecha de pajas y cubierto con unos paños, llegado al mundo en la más absoluta pobreza y humildad, que hubo que esperar otros siglos más, para comprender que él encarnaba la magnificencia de la devoción en la tierra.
No trajo Jesús consigo ninguna prolija pompa; su corazón era de un tierno niño, venía a expirar por los pecados del mundo, y su mirada luminosa en aquel pesebre, revelaría la redención de los hombres.
La devoción a Jesús la sentimos después del bautismo, e invocamos su nombre en la oración que pronunciamos en la niñez cuando nos enseñaron a implorar su protección. Toda nuestra cultura espiritual gira en torno a Jesús, a su imagen, a su eterna divinidad, en el sentido de su alianza con Dios.
23 diciembre, 2012