Jean es un menor de ascendencia haitiana,  de 12 años,  que no tiene acta de nacimiento. Es huérfano de madre y fue abandonado por su padre. Vivía con su hermana de 6 años y su hermano de 18 años en un cuartucho, dividido por cartones, expuesto a todo tipo de peligros: abuso físico, sexual, venta y uso de drogas y prostitución tanto en los alrededores del hogar como en el mismo hogar donde pasan sin parar amigos del hermano. Vendedor ocasional en el Mercado de la Duarte, el muchacho a duras penas puede sufragar los costos de su propia alimentación, ni hablar de sus hermanitos. No sabe cómo deshacerse de la carga imposible que heredó. No aprendió a ejercer otra disciplina que la de los insultos y de los golpes.

Jean llegó a la Fundación Abriendo Camino a principio de octubre del año pasado con un amiguito dominicano cuya madre buscaba una escuela dónde inscribir los dos niños que no tenían cupo en las escuelas públicas de Villas Agrícolas.

La Fundación no es una escuela básica; no obstante, para no dejar los niños  desamparados, aceptó integrarlos provisionalmente en un grupo de transición en su programa de nivelación escolar en la espera de poder resolver su situación con las autoridades del Ministerio de Educación. Ambos niños fueron orientados hacia una escuela pública de Capotillo. Jean desertó inmediatamente, la escuela estaba muy lejos de su casa, no tenía dinero para el transporte ni comida en la barriga para estudiar. Volvió a la Fundación, su nuevo punto de anclaje.

Sin embargo, Jean pasaba la mayor parte de su tiempo en La Zurza, sector de mucha delincuencia donde se quedaba para dormir escapando al control y a los golpes de su hermano, bañándose a veces en el agua de la cañada. Pasaba muchos días sucio y utilizaba la misma ropa toda la semana. Para suplir a su alimentación tenía que robar. Pertenecía a una pandilla de niños en la que uno robaba mientras los demás debían distraer al vendedor. Operaban en centros comerciales de Villas Agrícolas como en Plaza Lama, Supermercado Olé, Supermercado Potente y algunos colmados. Estas pandillas de niños también consumen drogas.

Su integración a la Fundación fue siempre vista como una solución provisional: Jean  empezó a adaptarse a algunos horarios y reglas de disciplina y a aceptar algún tipo de relación con la autoridad. Sin embargo, por un incidente totalmente fortuito y sin ninguna mala intención, un tropiezo en la cancha de básquet con otro niño, se creyó  agredido y se volvió totalmente incontrolable y peligroso para él mismo y los demás. Salió afuera, tirando botellas para que nadie se le acercara, bajo los comentarios  avispados de los vecinos gritando que había que darle una lección a este maldito haitianito que al final temblaba de miedo y desesperación.

Después de este incidente, el equipo de trabajo social de la Fundación decidió que el niño estaba en peligro, ya que no podía lidiar con los riesgos de la calle. Para preservar su integridad física fue ingresado en un hogar de paso de CONANI en espera de una solución que se buscó de manera conjunta con su hermano y con la fiscalía de menores. Su futuro era de lo más incierto, extranjero, indocumentado, con una abuela desconocida en un monte lejano de Haití y un hermano incapacitado para atender niños.

Jean pasó 5 meses en el hogar de paso hasta que se vislumbró una solución positiva  para él en un hogar para varones en Boca Chica.

A la salida del hogar de paso,  Jean se veía en buena salud pero ausente, perdido, triste, con la mirada apagada. Contó  las experiencias por las que había pasado precisando que no quería regresar nunca más a ese lugar. Refirió como los grandes abusaban de los pequeños y como nadie les decía nada y no los corregían. Los grandes los ponían a hacer “cosas malas”, a decir “malas palabras”, “lo único bueno que  había allá era mucha comida, jugábamos a la guerra  de  comida y yo vendía mi merienda por 10 pesos casi todos los días”.

En su brazo derecho tiene algunos símbolos que le tatuó uno de los adolescentes del hogar. Nos contó que el muchacho cogió un alambre de los de tender ropa y con la punta lo marcó, “y me dolió pila pero llore solo un poco pa’ que no me digan palomo”.

Increíbles y hasta inimaginables son las experiencias que viven nuestros niños y adolescentes vulnerables en  los hogares de paso,  donde se espera que los protejan y les forjen hábitos positivos y valores.

Mientras tanto la hermanita de Jean sigue viviendo con su otro hermano, ella es más dócil, no sufre golpes pero en cualquier momento su integridad de niña puede ser violada.