La producción del sentido, su significación, siempre es lejana y sólo así, en función de esta lejanía, debe ser interpretada. En este proceso de producción de los sentidos todo es, únicamente, un signo de otro signo, no hay significados ideales garantizados por presencia alguna. Un texto -nos dice Derrida- no es un texto más que si se esconde a la primera mirada, en la composición de la ley y la regla de su propio juego. Un texto permanece además siempre imperceptible (1997). La deconstrucción irrumpe en un pensamiento de la escritura, como una escritura de la escritura, que de pronto obliga a otra lectura, no ya imantada a la comprensión hermenéutica del sentido que quiere decir un discurso, sino atenta a la cara oculta de éste –y en el límite, a su fondo de ilegibilidad y de deseo-, a las fuerzas no intencionales inscritas en los sistemas significantes de un discurso que hacen de éste propiamente un "texto", es decir, algo que por su propia naturaleza o por su propia ley se resiste a ser comprendido como expresión de un sentido, o que más bien "expone" este como efecto -y con legalidad y necesidad específica- de una ilusión para la conciencia.
Si esto es así, habría que reconocer que, como ha dicho Patricio Peñalver, en un principio un programa de interpretación e historia de la deconstrucción que intentase atenerse a que esta ha querido decir o habría querido decir, corre el riesgo de la mayor infidelidad interpretativa. Sólo podría conjurar el peligro de esa infidelidad una retrospectiva o una mirada histórica al "origen" (pero dividido) de la deconstrucción que se esfuerce en leer allí, en las premisas y los primeros pasos o lugares de este pensamiento, el impulso inventivo y afirmativo, realmente poiético, que lo transforma y lo encadena a una serie trópica inclausurable de conceptos y de prácticas de otra interpretación de la experiencia (otra experiencia de la alteridad de lo otro), que la comprendida en y por la comprensión, un entendimiento y una razón autosituados en el centro.
Para Derrida (1975) todo el pensamiento occidental funciona de la misma manera: se forman pares opuestos binarios en los que uno es privilegiado, para luego fijar un juego del sistema marginando al otro componente. La deconstrucción es una táctica para descentrar esa manera de abordar la lectura que, ante todo, nos permite advertir la centralidad del componente central, para luego intentar subvertirlo también, para que la parte marginada pase a ser la central y temporariamente elimine toda jerarquía.
Ahora bien, ¿qué pasa con el otro significado que surge de la marginación y la jerarquía antes vista? Ambas subvierten el componente privilegiado como el significado reprimido, marginado, que también puede ser central. Pero, ¿acaso esto no es un nuevo centro? Derrida sostiene que la deconstrucción es una práctica que no omite ninguna etapa de subversión. Es un estadio de inversión necesario para subvertir la jerarquía original de modo tal que el primer componente pase a ser el segundo.
Ahora bien, con el tiempo debemos darnos cuenta de que la nueva jerarquía es también inestable, por lo que lo mejor es entregarse al libre juego de los opuestos binarios dejando las jerarquías de lado. Este es, precisamente, el modo de pensar derrideano: invertir la jerarquía que favorece al habla como algo natural y central en oposición a la escritura, pervertida y patológicamente marginal.
El pensamiento de este autor define una estructura acéntrica, que en sus propios términos se convierte en un juego que no puede tener sujeto ni centro absoluto. No se puede determinar el centro ni agotar la totalización porque el signo que sustituye al centro, que lo "suple", que ocupa el lugar de la ausencia, ese signo se añade, acude a modo de suplencia o "suplemento". El movimiento de la significación añade algo, justo lo que hace que haya siempre más, pero esta adición derrideana es flotante porque desempeña una función vicaria: la de suplir una "falta" del lado del significado. Enfocada hacia la presencia perdida o imposible del origen ausente, esta temática, como modo de pensar, crea una tensión simbólica del juego de la ciencia con la filosofía, la literatura, la historia y el pensamiento occidental.