La historia del pensamiento occidental y su prodigiosa progresión imaginaria ofrece a través de sus más recientes reflexiones un panorama verdaderamente crítico. Durante la construcción de este proceso, en los años en que la sospecha y el escepticismo se han instaurado como el signo de deconstrucción de un código emblemático del filosofar, todo ha sido sistemáticamente cuestionado, desde el trascendentalismo metafísico hasta la imposibilidad lúdica del texto asumido como fuerza vital y ausente. Precisamente, bajo este influjo, el filósofo francés Jacques Derrida, ha venido a problematizar aún más el panorama. En cada libro suyo (De la gramatología, La diseminación, La escritura y la diferencia, La voz y el fenómeno, Memorias para Paul de Man, Márgenes de la filosofía, La estructura, El signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas, hasta Resistencias del psicoanálisis, Aporías, pasando por Políticas de la amistad, Mal de archivo, La carta postal y Espolones, entre otros), los valores textuales analizados por Derrida definen una particular manera de subvertir la filosofía occidental. Dicha vertiente se configura como una crítica radical de la tradición fono-céntrica de la cultura occidental, por haber privilegiado históricamente un concepto de lenguaje regido por la “phone", que sería el que ha reprimido a la escritura, relegándola a una función secundaria y meramente instrumental; crítica que, en definitiva, busca proyectarse hacia una gramatología o pensamiento de la escritura, como pensamiento postmetafísico.

El vocablo deconstrucción, tal como el mismo Derrida lo piensa, no es de su invención, éste se le apareció como alternativa al concepto de destruktion heideggeriano, rebajándole el sentido de aniquilamiento y la carga negativa -la afinidad con la "demolición" nietzscheana que aquél posee porque, desde luego, Derrida tiene interés en refutar un diagnóstico frecuente acerca de la deconstrucción, que es aquel que no ve en su pensamiento sino nihilismo, escepticismo radical o una complacencia casi lúdica en la aniquilación de los valores, sobre todo en cuanto al valor de verdad (en especial en algunos autores hispanoamericanos y norteamericanos como Jonathan Culler, Geoffrey Bennington, Paul de Man, Geoffrey Hartman, Patricio Peñalver, Iris Zavala, Antonio García Berrio, Cristina de Peretti, David Huerta, Coral Bracho, Gerardo Denis y quien suscribe), aún cuando Derrida no deja de manifestar su relativa incomodidad con el término, no sólo ante la mala fortuna con que éste ha sido recepcionado en algunos ámbitos académicos, habiendo corrido el peligro de ser objeto de frecuentes tergiversaciones (ésta misma podría ser una de ellas), sino también en relación al hecho de que …la dificultad de definir y, por consiguiente, también de traducir la palabra deconstrucción procede de que todos los predicados, todos los conceptos definitorios, todas las significaciones relativas al léxico e, incluso, todas las articulaciones sintácticas que, por un momento, parecen prestarse a esa definición y a esa traducción, son asimismo deconstruidos o deconstruibles, directamente o no. En el marco de varias universidades de Estados Unidos, donde Jacques Derrida cuenta con fervorosos seguidores y críticos como Harold Bloom, Richard Rorty, Ernesto Laclau y Simon Critchley, deconstruir parece significar ante todo desestructurar o descomponer, incluso dislocar las estructuras que sostienen la arquitectura conceptual de un determinado sistema o de una secuencia histórica; también, desedimentar los estratos de sentido que ocultan la constitución genética de un proceso significante bajo la objetividad constituida y, en suma, solicitar o inquietar, haciendo temblar su suelo, la herencia no pensada de la tradición metafísica. Lo cierto es que ya esta descripción mínima del carácter de esa operación, descripción orientada por los conceptos inmediatos de los primeros "usos" de ese concepto por parte de Derrida, tendría que desautorizar la interpretación habitual, y habitualmente crítica, de la deconstrucción como destrucción gratuita y nihilista del sentido o liquidación del buen sentido en el escepticismo postmoderno.

Ahora bien, deconstruir significa más otra cosa y de otro modo que desmontar, dislocar, desestructurar, desconstruir los efectos de sentido del logocentrismo, desde el momento en que se hace jugar el contexto de la cadena trópica de indecibles que lo rodea. La palabra deconstrucción no sólo es insuficiente, parcial, incapaz, como cualquier otra, de capitalizar las energías de un pensamiento que se llamó a sí mismo en un segundo momento diseminación del pensamiento de la escritura, de la différance, de la huella…, sino que es una palabra comparativamente menos adecuada que otras. Así, como ha dicho Jonathan Culler (1984), los textos del propio Derrida, y de algunos otros de sus seguidores, en los que la deconstrucción toma cuerpo, por así decirlo, como motivo explícito, como palabra en una cadena y como estrategia móvil, son ya ellos mismos respuestas, síntomas e intentos de interpretación de esa deconstrucción acontecimiento histórico-ontológico que ya ha tenido lugar.

Por otra parte, parece evidente que en la deconstrucción derridiana han convergido una serie de eslabones teóricos previos, que han concluido por encadenarse en su significado presente. Como una anticipación de lo que en ella se ve reunido, resuenan sin duda los grandes lineamientos conceptuales del pensamiento de Nietzsche, de Freud y de Heidegger principalmente. Sin embargo, la vinculación que debe advertirse entre la deconstrucción y su raigambre histórico-conceptual en los anteriores discursos postmetafísicos, no está definida por una causalidad lineal y un consecuente movimiento de divergencia con respecto a éstos; es decir, no se trata tan sólo de una nueva lectura de los mismos problemas o de los mismos sistemas de ideas.