El Estado, la sociedad, el pueblo, son conceptos que se confunden pero en modo alguno significan lo mismo.
En un contexto sociológico, el Estado es el Padre de familia, y sus dirigentes deben actuar como tal, bajo el prisma de la responsabilidad, del ejemplo, de la mas acrisolada de las actuaciones, tomando en cuenta su condición y calidad de ser quienes trazan de manera cabal las directrices hacia las cuales se dirige la sociedad y el Pueblo, tomando en cuenta el “bien común”, del cual son ineludiblemente servidores.
No obstante lo anterior, lo cual es proclamado a los cuatro vientos de manera reiterada, nuestro Estado se ha conformado de manera servil, de personajes y personeros que solo piensan en si mismos, y después en si mismos, y mas tarde en si mismos. Entienden aparentemente que es una heredad concedida por su condición de sangre, culto o partido, de lo cual no esta exento ninguno de los partidos en nuestro amado país, mas aun cuando deben ser y así es, el calificativo de “servidores públicos”.
Servir, obviamente no es servirse. Entender que mientras más dinero tenemos mejores servicios públicos ofrecemos, y nuestra calidad como seres humanos aumenta, sino todo lo contrario, el Poder como tal envilece al ser humano, lo vuelve insensible, porque se creen dioses desterrados, que, no entienden cómo es posible que otros puedan pensar o creer que pueden ocupar los cargos destinados por la divinidad a ellos por su belleza, su inteligencia, habilidad, perspicacia o relaciones.
La estructura del Estado dominicano lo impone, habida cuenta de que, el diputado tiene el cofrecito, el Senador el sobrecito, o viceversa, dando a estos personajes creencias mesiánicas de ayuda a su pueblo, a través del robo de la dignidad a través de dadivas, regalos y hasta “habichuelas con dulce”. Esta grave violación al principio constitucional que todos tenemos de elegir y ser elegidos, impone obviamente un privilegio a favor de aquellos que, a contrapelo de los demás, tienen una asignación del Estado con la cual avalan su mezquindad o su vocación de mesías desarrapados.
La presidencia de la República como institución maneja más recursos que el Ministerio de Deportes y otros Ministerios juntos. El Senado y la Cámara de Diputados lo mismo, sin tener una justificación legal, ni mucho menos constitucional para ello, ya que suplantan a diario las funciones de otros ministerios, “ayudando” discrecionalmente y bajo premisas sumamente comprometedores, y sobre todo sin rendir cuentas.
El Estado dominicano está lleno de “jabladores”, charlatanes e irresponsables, quienes prometen datos y listas y no cumplen. Llegan a pactos de gobernabilidad, les cogen el gusto al carguito y no entregan, ni hacen valer la palabra empeñada, que debe ser y es sagrada.
Luego entonces, se quejan de la “percepción de la criminalidad” de la percepción de la pobreza, de la opinión pública, de las marchas verdes, y en definitiva, de todo aquello que puede nublar el brillante horizonte de su propia estolidez de creerse por encima de los demás, imponiendo la igualdad como un sofisma o irrealidad, nunca como un derecho humano.
Me duele que el modelo sea este, y no la dignidad, la templanza y el saber que solo el trabajo serio, constante y honrado es productor de real riqueza. Reitero si seguimos así, llegaremos muy tarde a nuestro futuro. Manejados como estamos por lo mas taimado, lo mas retorcido y sobre todo, bajo la premisa del engreimiento y el resentimiento hacia todo lo bueno y justo.
En lo sucesivo, trabajar y ganarse el pan con sudor no valdrá la pena, cumplir con nuestra palabra menos, solo triunfará la real cáfila de ladrones que nos gobierna, que se han convertido en un cartel político y económico que arrasa con todo.
Si nos siguen “jodiendo” se pueden caer de su trono, el cual está muy alto, y la caída puede ser muy dolorosa.