Cada vez que la naturaleza desata su ira, su furia a través de un huracán, una tormenta tropical o una vaguada, en nuestro país se manifiesta crudamente la cara de la pobreza, la marginalidad, la exclusión social y la inequidad.

Cuando asoma uno de estos fenómenos de la madre naturaleza las medidas preventivas, las orientaciones e informaciones se dirigen, por supuesto, a todos los ciudadanos y ciudadanas que puedan ser afectados, no importa su nivel, estatus o clase social a la que pertenezca.

Mientras para unos, su preocupación es abastecerse de comida, combustibles, implementos y materiales en supermercados y ferreterías y podar sus árboles más cercanos a sus casas, para otros, que viven en cinturones de miseria, a orillas de ríos, cañadas, arroyos, callejones y precipicios su tensión, nerviosismo y preocupación están cifradas en si perder su endeble albergue, perder la vida, o dejar los ajuares, siempre con la duda y sospecha de si los ladrones los dejen después del fenómeno a la intemperie.

Muchos de estos ciudadanos que habitan en esos inhóspitos lugares al momento de las autoridades anunciarles e informarles que se harán las evacuaciones, traslados y reubicaciones, se resisten a obedecer el llamado y, no es para menos; temen que, si desaparece y pierden su frágil vivienda, los enviarían a albergues masivos, pestilentes y llenos de inmundicia, llamados barracones; por lo menos, la mayoría de los albergues hoy día son escuelas, capillas, funerarias, clubes o cualquier edificación pública o privada que no esté en uso. La desconfianza de estos excluidos de la sociedad es tal que piensan que el tiempo en esos albergues puede ser por tiempo indefinido, como por ejemplo los evacuados del ciclón David y la tormenta Federico, una parte de ellos siguen alojados en barracones.

Como rio crecido el desmadre de la pobreza nos inunda con sus nocivos efectos colaterales como en insalubridad, brotes epidémicos, violencia, inseguridad, hogares vulnerables y desigualdad.

Cuando por nuestro país llega e impacta uno de estos devastadores fenómenos naturales, vemos cómo, “los pobres asoman por doquier. Ahí están niños y niñas desamparados, abusados, violados, en trabajo esclavizante. Jóvenes con la autoestima en el suelo y la rabia en el techo, miles sin estudios y empleo, con alto riesgo de caer en la delincuencia y el microtráfico de drogas. De ellos se llenan las cárceles, solo de ellos, porque la delincuencia que deja millones goza de impunidad. No hay duda el gobierno, los líderes políticos y económicos no están escribiendo derecho en los renglones torcidos de la desigualdad” (Minerva Isa. Trabajo de investigación sobre la pobreza; Periódico Hoy, 24/10/2016, Pag. 12ª.

Algún día, que no será para siempre, los desarropados y excluidos, los marginados, los desheredados de las fortunas del Estado, los que los poderosos han encasillado en la lista de pobre, en calidad de destinados y predestinados hacerlo, alzarán vuelo, tomarán conciencia de su propia condición de pobres y se convertirán en una “bomba de tiempo” y en protagonistas y autogestionarios de un nuevo modelo económico, político y social en donde aniquilarán y erradicarán la inequidad, la injusticia el asistencialismo, el clientelismo, la marginación, el mesianismo, presidencialismo, la impunidad y la corrupción. 

Los esclavos no fueron esclavos para siempre; los pobres no serán pobres para siempre. Es necesario e indispensable que de forma horizontal y vertical se precise de una estrategia de desarrollo integral y de una inversión social que supere las inclemencias de la vulnerabilidad y podamos dignificar al sujeto o ciudadano frente al Estado, posicionarlo no en relación al favor, limosna, dádiva o simple asistencialismo sino al Estado Social, Democrático y de Derecho consagrado en el Artículo 7 de nuestra Constitución.