En mis últimos artículos de esta columna, https://acento.com.do/opinion/el-reino-del-miedo-8899370.html; y https://acento.com.do/opinion/la-politica-del-miedo-8901761.html reseño el libro de la filósofa Martha Nussbaum, La monarquía del miedo. En dicho texto, al abordarse el problema del temor, también se analiza la ira, entendida como un deseo de venganza contra el responsable de un daño infligido, y su relación con una sociedad democrática.
El análisis parte de una de las obras emblemáticas del teatro occidental, Las Euménides, de Esquilo. La trama se inicia en Delfos, donde Orestes intenta expiar el asesinato cometido contra su madre, Clitemnestra, en venganza por el asesinato de su padre, el rey Agamenón. Orestes es perseguido por las Erinias o Furias, deidades femeninas que simbolizan la ira y la venganza. Con la protección del dios Apolo, el joven huye a la ciudad de Atenas para pedir clemencia a la diosa de la sabiduría, Atenea.
Ante su estatua, Atenea escucha los argumentos de las Erinias, que quieren castigo inmediato por el matricidio, así como al suplicante Orestes. Acceder al deseo de las Erinias, perpetuaría la tradición ancestral de la venganza; Perdonar por capricho a Orestes, promovería el resentimiento y el ciclo interminable de la furia.
Atenea decide organizar un juicio justo, con ciudadanos atenienses, para deliberar la sentencia y sentar las bases de nuevas leyes en toda la ciudad.
Los votos arrojan un empate, pero Atenea convence a las Erinias de perdonar al acusado, favoreciendo la piedad sobre la rigurosidad.
Existe un consenso entre los expertos que Esquilo ha representado el tránsito de un orden social donde impera la venganza, la retaliación primitiva como acción moralizadora, a una comunidad de derecho, donde las acciones transgresoras se juzgarán a partir de un proceso racional y deliberativo entre ciudadanos libres; quienes tomarán las decisiones con base en la razón, no basadas en el capricho; sensibles a la compasión, no subordinadas al resentimiento.
Pero Nussbaum añade otra lectura de la obra. Subraya la transmutación que sufren las Erinias al final del juicio. No son excluídas de la ciudad. Abandonan su naturaleza cruel y violenta para convertirse en “Euménides”, o diosas benévolas. El hecho de no ser expulsadas implica que la ira, como el miedo, es inherente a quienes conforman una comunidad humana. Pero, pueden destruirla, si no son transmutadas mediante el proceso civilizatorio de la democracia.
Como en el mundo descrito por Esquilo, el nuestro se ve tentado a asociar la justicia con el sentimiento de ira. Parece que sin este no hay indignación social, sino impunidad. La justicia se entiende en términos de “retribucionismo penal”, el espírtitu de una ira ‘justificada” que retribuye al agresor por el daño que ha generado.
La cuestión, desde el punto de vista filosófico es si, como sugiere Esquilo, podemos demarcarlas. ¿Es posible transmutar la ira vengativa en una indignación no colérica, en un sentimiento de justicia no retribucionista? De ser posible, ¿Qué importancia tiene esta transmutación para el desarrollo de las sociedades democráticas actuales? En mi próximo artículo, abordaré las respuestas a estas preguntas, siguiendo las claves de Nussbaum.