Aristóteles afirmó que el miedo (phóbos) constituye una aflicción de la imaginación (phantasía) acompañada de una sensación de impotencia ante el advenimiento de algo que se percibe como un mal. (Retórica 1382a 21-25).
Martha Nussbaum retoma esta definición en La monarquía del miedo. Quiero subrayar un aspecto fundamental de la referida conceptualización. El miedo se configura partiendo de las sensaciones y percepciones de los seres humanos, no tanto a partir de procesos intelectivos. Si es así, el miedo opera a un nivel muy visceral de la corporalidad humana y por tanto, difícil de “encarrilar racionalmente”.
Como señala Nussbaum, el miedo tiene un marcado sello narcisista. Cuando lo sentimos, nos centramos en nosotros mismos. Como mecanismo de nuestra evolución biológica ha contribuido a nuestra sobrevivencia al activar el estado de alerta. Pero, inflamado, es una fuente ingente de daño colectivo a pesar de las restricciones de la cultura.
Inflamar la emoción que ocupa nuestra reflexión es lo propio de la política del miedo. Nussbaum nos recuerda tres aspectos señalados por Aristóteles como marco conceptual para reflexionar sobre la misma. Los líderes que aspiran a fomentar el miedo entre sus seguidores:
- a.Describen un acontecimiento apremiante como fundamental para la sobrevivencia de la ciudadanía.
- b.Convencen a los ciudadanos de que el suceso está cercano.
- c.Transmiten la sensación de que la población está en una situación de indefensión que les impide tomar el control de la situación por sí mismas.
Cuando un líder populista logra transmitir las sensaciones señaladas, estamos a un paso de la constitución de un entorno político polarizado y violento que socava las bases de la coexistencia democrática.
Nussbaum nos recuerda un claro ejemplo sobre el problema, relatado por el historiador ateniense Tucídedes, en sus Historias del Peloponeso (III. 25-28; III. 35-50). Como consecuencia de la revuelta de algunos hombres, un orador populista, Cleón, defendió la necesidad de ejecutar a todos los varones adultos de la colonia de Mitilene, esclavizando a todas su mujeres y niños.
A pesar de la desproporcionalidad del castigo, Cleón convenció a la asamblea ateniense del peligro inminente que representaban todos los habitantes de Mitilene, y las consecuencias inevitables e inmediatas que se cernían sobre Atenas si no daba un escarmiento a todos sus habitantes.
Una embarcación zarpó para ejecutar el veredicto, pero en el proceso, otro orador, Diódoto, convenció a la asamblea de lo desmesurado de la decisión. Refutó la tesis del peligro inminente, agregando que la decisión sería odiosa para los aliados de Atenas.
Convencidos por Diódoto, la asamblea ateniense revocó su resolución y una nueva embarcación zarpó para impedir la empresa de la primera. Por fortuna, llegó primero.
El suceso descrito por Tucídides retrata las debilidades de las democracias cuando sucumben a la política del miedo. Los individuos pueden tomar decisiones violentas contra otras personas, no porque decidan infligir daño de manera intencional a favor de una causa injusta, sino por considerar que el objeto de su agresión representa un peligro inminente contra ellos y todo lo que aman.
Es una lección que no deberiamos olvidar en este tiempo donde la violencia estimulada por la política del miedo, en sintonía con la estructura de las emociones humanas, se percibe simplemente como extremismo ideológico, megalomanía personal, o anomalía democrática.