Y ahora estoy acá y tú sigues allá. Yo vivo hace años la experiencia del retorno, mientras tú te debates en interminables dudas. Lo entiendo, después de más de veinte años de ausencia, se hace difícil regresar. Uno termina acostumbrándose al nuevo entorno que llega a conocer bien, aunque le sea hostil, y teme volver al lugar de origen.

Por eso aún no te decides a volver, vacilas, quizá por miedo a lo que puedas hallar a la vuelta, mientras pasas tus mejores años en un país en donde ya no quieres vivir y añoras una patria que ya no reconoces como tuya porque en todo ese tiempo ha cambiado demasiado. Y vives escindido, desgarrado, dudando entre el acá y el allá, sintiéndote de ninguna parte, harto de todo, harto también de mendigar patria en otros suelos.

Tu país

El retorno es una apuesta en la que arriesgamos todo nuestro ser. La vida misma es una apuesta. Vivimos apostando por algo o por alguien. “Estáis embarcados”, escribe Pascal, a quien releo en estos días. Estamos embarcados, Ibar. Podemos escoger libremente, es cierto, pero también estamos obligados a escoger. Y hay que apostar. La apuesta por el retorno es algo impostergable. Tienes tantas razones para retornar al país como para permanecer en el extranjero, pero creo que las primeras son más fuertes y determinantes y pesan más en ti.

Cuando me preguntan por qué he vuelto, respondo que este es mi país y que aquí nací. Cuando me objetan que critico mucho, contesto que ejerzo mi derecho soberano a la crítica y la disensión. Por eso a veces escribo sobre cosas que no me gustan, porque pienso que no vivimos en el mejor de los países posibles y que esta patria maltratada sería mejor para todos, si de verdad lo quisiéramos. Pero nos falta voluntad de mejoramiento, de orden, de justicia.

Vivimos en la cultura del robo, del fraude, de la mentira y el engaño, de la impunidad. Vivimos arrastrando la herencia de un pasado nefasto y de una tradición autoritaria bajo la cual hemos consumido las mayores fuerzas y los mejores años. Vivimos, como aquella metáfora de Silvio Rodríguez, “arando el porvenir con viejos bueyes”. 

No todo es malo aquí, Ibar, pero el mal se nos ha convertido en presencia constante y no nos atrevemos a llamarle por su nombre, ni a encerrar a los culpables, y esto es una tremenda irresponsabilidad moral. No tenemos otro país, y nos duele tanto.

Considera ahora tu situación existencial. Considera los años que tienes y los que te restan por vivir. ¿Qué quieres, a dónde vas, qué piensas hacer con tu vida única, irrepetible? Sopesa los pros y los contras. Allí es el orden, la disciplina, las instituciones sólidas, los buenos servicios, el tranvía y el metro a la hora exacta, el tránsito “por el librito”. Aquí, el desorden y el ruido, la basura, la carencia o la deficiencia de servicios básicos, los apagones, el tránsito caótico.  Allí, la frialdad y la distancia, la soledad y el desarraigo, la falta de amigos, el racismo, la xenofobia, los skinheads. Aquí, la calidez, la solidaridad, los buenos amigos de siempre, la alegría espontánea, el buen humor.

Como verás, esta carta es una invitación al retorno. Los muchachos y yo estamos convencidos de que te vendría bien. Los que hemos retornado, mal que bien, seguimos dando la batalla y no tiramos la toalla.  Y aunque el mundo sea ancho y ajeno como se dice, sentimos ser más de aquí que de cualquier otro lugar.

Pájaros

No te escribo para convencerte de que retornes. Te escribo para que lo medites seriamente.  Pero sí debo ser sincero, y te convido a que lo hagas, a que después de tantos años de ausencia retornes al país y pruebes suerte, como lo han hecho otros, como lo he hecho yo mismo.

Te perdono aquella ofensa, hermano. Te perdono haber herido mi orgullo intelectual. Te perdono haber ofendido a los muchachos. Sé que aquella noche en Plaza España no estabas en tus cabales, que todos andábamos un poco exaltados y que el alcohol también hizo lo suyo.

No voy a incurrir ahora en el lugar común de decirte que “el país te necesita” (bien sabes cómo detesto los lugares comunes). Sólo te diré que sería una lástima que perdieras todo este precioso tiempo en un país y un continente en donde no tienes ningún futuro. Estoy casi seguro de que aquí tendrías éxito y te sentirías mejor contigo mismo. Los muchachos, que siempre te recuerdan bien, te animan a volver. Si te decides a hacerlo, puedes contar con nosotros. Te queremos mucho y esperamos tu retorno. Recibe de mí un fuerte abrazo, hermano. Siempre tuyo,