No deja de sorprender la estrategia utilizada por un grupo autodenominado “Coalición Patria” para manifestarse en ocasión del 168 Período Extraordinario de Sesiones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que tuvo lugar del 3 al 11 de mayo de 2018 en Santo Domingo, a invitación del Estado dominicano.

En medio de esta jornada, que se desenvolvía normalmente, los llamados patriotas interrumpieron la actividad en el momento en que debían ser escuchadas las opiniones de la sociedad civil, tal como se estila en este tipo de foros, en los que el análisis de los casos relativos al país anfitrión se posterga para la sesión siguiente.

El boicot funcionó. La reunión se desbarató. Los representantes de la CIDH debieron ser evacuados por una puerta trasera. Lo que resulta difícil entender es cómo los estrategas de esta desafortunada actuación pudieron diseñar y ejecutar una estrategia tan contraproducente para sus propios intereses o puntos de vista.

Los airados protestantes hubiesen podido aprovechar el escenario que se les ofrecía para exponer sus posiciones de manera ordenada, como todos los demás participantes en la reunión. No lo hicieron así. Vinieron preparados, con pancartas y fotografías, para hacer lo que hicieron. Prefirieron sembrar el desorden al diálogo ordenado y civilizado.

Primaron las desconsideraciones, las vituperaciones y la falta de educación. En vez de actuar con la fuerza de las ideas, la claque que protagonizó el deplorable espectáculo, histérico y virulento, dejó demostrado, de sobra, frente a los ojos atónitos de los presentes, los efectos dañinos que pueden producir el odio y la intolerancia.

No obstante, lo que sucedió en la abortada sesión pública de la CIDH no es casual. Se ha observado en muchos países un comportamiento común en las organizaciones extremistas nacionalistas agresivas empeñadas en sembrar el odio: aprovechan casos extremos de conductas antisociales de determinados individuos del grupo social discriminado y los extrapolan al conjunto de este grupo social.

En nuestro caso, explotan los actos más sórdidos realizados por algunos ciudadanos haitianos, como si cada país no tuviera su cuota de enfermos mentales, asesinos, ladrones y delincuentes. El intolerante trata de convencer mediante actitudes y actos de unos pocos, para que otras personas no reclamen lo que les corresponde en derecho.

Considero que la inmigración puede y debe ser regulada de manera eficaz y que la creación de sistema de gestión de la migración que funcionen bien es posible en un pequeño país como el nuestro. Para ello es indispensable que el gobierno tenga la determinación de actuar con justicia y eficacia, asegurando el respeto de los derechos humanos. Para lograrlo hay que sacar de la ecuación la histeria y el pánico y hacer un llamado para que todos contribuyamos a resolver, incluso las situaciones más difíciles, dentro del marco del respeto a la ley.