En la noche del pasado Viernes Negro “viví” unas imágenes patéticas. Te vi bailando sobre una tarima instalada en la calle de un barrio de la parte norte de la capital. La gentuza, apretujada, se movía como moscas convocadas por la podredumbre. Me olvidé del ruido musical que animaba la parada, para contemplarte. A pesar de que tu cintura respondía con pesada cadencia al golpe de la tambora, tu mirada lucía levemente perdida, como a quien le perturba un pensamiento borrascoso. Tu cara, ajada y abatida, rezumaba la humedad salobre del barrio. Nada allí era espontáneo, solo, quizás, la risa de la gente. Sé que fue un evento montado para demostrar que estabas ajeno a lo que pasaba en la Suprema; un golpe de efecto subliminal: mientras la Justicia cumplía con su acreditado papel, tú, hombre magnánimo, estabas con los tuyos inhalando el hedor de su pobreza. ¡Te quedó impecable! No te oculto, sin embargo, que, al verte, me resultó inevitable evocar las clásicas estampas de las familias mafiosas cuando sus padrinos hacen filas para recibir la santa eucaristía mientras sus mercenarios ejecutan macabros mandatos de sangre. El país indignado hasta las vísceras y tú, Leonel, bailando… bailando…

El fin de semana te ocupó una densa agenda proselitista. En Pedernales, bien lejos del epicentro de la sacudida judicial, proclamaste a todo pulmón que “los vientos te arrastran a subir la escalinata del Palacio Nacional”. Lo gritaste con tanta euforia que lo escuchó tu socio Martelly del otro lado; lo hiciste sin tapujos ni sospechas, liberado ya de todo apremio. Y no es para menos, el expediente de tu vasallo era el último escollo para despejarte el camino, un trámite menudo en manos de honorables rendidos. Misión cumplida. Lo único pendiente es negociar con Danilo el reparto de la hacienda para que retire la amenaza de la reelección, y eso está casi armado. Lo que sigue es ganar el tiempo malogrado por las bravuconadas de Quirino, convertidas en un fiasco de vistosos plumajes y rutilantes oropeles. Así las cosas, ya puedes vender un proyecto electoral confiable y seguro a tus empresarios para que puedan hacer sus “inversiones” con la garantía de que esta vez no habrá “tumbes” en mérito a su abolengo y al prudente consejo de la reciente experiencia.  Si queda algún resabio de indignación por aquello de la sentencia del senador, el Listín Diario y El Caribe trabajarán la estrategia del olvido, desempolvando, si es necesario, la locuacidad del cardenal para que salga orondo del silencio y, en nombre del santo establishment, hable de todo menos de corrupción. La artillería de los gladiadores progresistas se calienta para empezar a descargar las metrallas patrióticas en nombre de los trinitarios.  ¡Todo a pedir de boca!

Este apoteósico cuadro seduce a cualquier ambición; sin embargo, Leonel, creo que el precio de tu cuarta oferta de gobierno sigue muy caro. El país te ha pagado todos tus caprichos y cuentas, también ha redimido tus timos y aún así te sigue adeudando. Debes invertir más en este negocio o capitalizar tus dividendos. Ya las cosas no son tan fáciles como antes. A pesar de que has logrado tapar muchas obscenidades, la sábana sigue corta y Washington permanece callado.

Por otro lado, hay cosas que han cambiado. Perdiste fuerza en la clase media; tu nombre ahí es satanizado. Si bien no es mayoría, al menos tiene influencia decisoria. Vas a tener que dejar la piel en los barrios para redimir la dignidad gástrica del voto con sabor a chicharrón y a ritmo de Peña Suazo, quien, al igual que tú, dejó de estar “durísimo…” para “subirse en el palo”. ¡Lo que tiene un hombre que hacer por esa oscura adicción al poder! Tu vicio nos ha arruinado, menos a ti, a tu estrecho círculo empresarial y a tu consentido Comité Político, que, a propósito, ya no es una logia de opulentos resignados, algunos al menos te contradicen con un bostezo, una irreverencia infame a la memoria de Moisés o de Buda, a quienes, por mandato de tus delirios, tú encarnas.

Perdóname, pero me muero de risa cuando te imagino en aquel pasado de gloria pontificando petulantes teorías astrales en magnos foros continentales y verte ahora juramentando a toda suerte de alimañas en los sumideros políticos. Te confieso que disfruté hasta el hartazgo la foto con Víctor Céspedes, el eximio procurador pepeachista, en aquel acto de sumisión a tu honorable proyecto. Caramba, Leonel, creo que debes darle un barniz de glamour a tu equipo con otros rostros menos repelentes; te recomiendo revisar el catálogo de intérpretes urbanos en una de esas emisoras de la calle. Ese tipo de adhesiones tan baratas no te conviene, revela el ocaso resistido de tu liderazgo, o, para usar cliché de nuestros líderes empresariales, “envía señales confusas” a los nuevos inversionistas, esos que quieren ver gente de portada (en Mercado o en Ritmo Social, la misma vaina) en primera línea. Debes elevar la solvencia de tus palabras porque por culpa de tus insulsas peroratas ya la gente está demandado hechos y en esa materia estás reprobado.

De manera que te deseo suerte en este emprendimiento. En otras circunstancias te hubiera aconsejado volver a tu partido para que dejaras en producción aquella ilusa “fábrica de presidentes”. Pero es penoso que después de haberte consentido tanto, esta nación te niegue una nueva oportunidad, esta vez para que repares tu retrato histórico. No importa que en el esfuerzo quintupliquemos nuestra deuda externa con tal de volver a ver el disimulado tinte de tus canas, el delineamiento de tu hirsuto bigote, el remozamiento de tu descuidado afro y el abandono de esa expresión depresiva que cuelga lánguidamente de tu rostro. Cuídate de lo que comas porque te faltan aún muchos e indigestos convites barriales. Recuérdales a los tuyos que no te envidio y menos en circunstancias tan hostiles como las que vives. No es para nada codiciado tener que salir, camisa remangada, bajo el calcinante sol, a los antros suburbanos, inhalar su fetidez, polvo y sudor detrás de un voto grasiento. Prefiero leer una de tus recomendadas lecturas semanales. ¡Suerte!