A Julín Ramírez y Freddy Rodríguez, pintor, en Nueva York

Una de las características del neoliberalismo y la globalización es la construcción de un vocabulario común y populista, prêt-à-porter (listo para usar) a escala mundial en el momento oportuno, alejado del vocabulario técnico reservado a los teóricos de la economía de mercado.

Este vocabulario común y populista ha sido asimilado sin crítica y como algo natural por periodistas, usuarios de Facebook, Internet, Twitter, Instagram y demás redes sociales e, incluso, por una porción significativa de profesionales, escritores y expertos en cibermundo, cibernética e informática. De ahí el éxito de semejante vocabulario legitimado también por los gerifaltes de la cultura light o frívola, la única que toleran el neoliberalismo y la globalización.

Aníbal de Castro

En Santo Domingo comenzó a generalizarse el vocabulario del neoliberalismo y la globalización a partir de la caída del muro de Berlín. Los primeros voceros de esta ideología fueron integrantes del equipo del programa televisivo Triálogo de Andy Dauhajre, Pedro Delgado Malagón, José Israel Cuello y Aníbal de Castro. Incluso Dauhajre llegó a presidir un partido político llamado Moderno, cuyos lineamientos teóricos y programáticos se encuentran en un libro titulado MODERNO. Propuesta para el fortalecimiento de la institucionalidad democrática. Santo Domingo: Taller, 1990. A todo lo cual hay que agregar el arsenal de artículos publicados en periódicos y revistas por el equipo ideológico del neoliberalismo y la globalización en nuestra cultura-sociedad.

Andy Dauhajre

Luego, siguiendo estos lineamientos calcados de los teóricos de esa doctrina (austríacos, norteamericanos, franceses, etc.), se sumaron a semejante ideología los discursos, talleres y seminarios llamados de calidad, o calidad gerencial, que se han impuesto hasta hoy en empresas, industrias, universidades, medios de comunicación, denominaciones religiosas con su clásica declaración de principios reducida a MISIÓN, VISIÓN, OBJETIVOS, etc.

Este vocabulario ideológico circula en Santo Domingo, como en el resto del planeta, sin que haya sido sometido a una rigurosa crítica a partir de una crítica epistemológica  del discurso neoliberal y su teoría del signo que abrasa su teoría del lenguaje, de la historial, del sujeto y del discurso y su ausencia total de una concepción  de la literatura y el arte, para cuya doctrina económica las humanidades son un estorbo, pues no entran en el circuito de la producción de bienes y servicios.

El uso de este vocabulario común del neoliberalismo y la cultura frívola se ha convertido en clichés o estereotipos vacíos de historicidad, pero permite privar de moderno a quien lo emplea y a la empresa que lo promueve, darse ínfulas de eficiencia, competitividad, transparencia, consenso, diversidad, calidad, excelencia y cuantos epítetos convengan al mercadeo y publicidad de los productos que se ofrecen al público consumidor.

Pedro Delgado Malagón

Un vistazo sintético a mi experiencia de más de cuarenta años bregando, como cliente, consumidor, usuario, etc., de empresas dominicanas y extranjeras de bienes y servicios me permite aseverar, sin asomo de equivocación, que los términos de ese vocabulario común del neoliberalismo y la globalización son un mito. No se cumplen las tareas de la misión, visión  y objetivos ; no son tales empresas eficientes ni competitivas ni excelentes; no les rinden cuentas al consumidor por los fallos y errores en que incurren, ni se disculpan ni resarcen; siguen el mismo patrón de conducta del Estado clientelista y patrimonialista donde operan; calcan  el mismo despotismo fabril que reproduce el despotismo político; mimetizan los mismos procedimientos de destrucción de competidores a través del espionaje telefónico o de otro tipo; emplean el procedimiento de sustracción de ejecutivos de una empresa o banco a otra que les paga más más dinero y atractivos sociales; incurren en los mismos procedimientos de fraude al fisco y de lavado de activos o de contrabando en las aduanas (hubo un tiempo, en el balaguerato, en que algunas grandes empresas tenían oficinas en Aduanas y bufetes en el Registro de Título de la propiedad inmobiliaria. Ignoro si esta práctica continúa viva hoy). Y la misma explicación para todo: si no violo la ley, quiebro o me hunde mi competidor.

José Israel Cuello

De modo y manera que si el lenguaje no cambia, la historia tampoco. El neoliberalismo y la globalización han sido la buena conciencia y la excusa para la transacción de la vieja ideología de los principios y valores a cambio de posiciones en este mundo del capitalismo salvaje unipolar y sin contrapeso. ¿No es acaso el concepto de «principios y valores » uno de los clichés más utilizados por los políticos, las Academias y los usuarios de la jerga neoliberal? Los términos «consenso, tolerancia cero, diversidad, transparencia, misión, visión, objetivos, competitividad» y el arsenal pegagógico de clichés transmitidos por la escuelas, colegios y universidades públicas y privadas sirven solamente para reproducir la falta de criticidad al mismo modelo neoliberal que engendra esa terminología vacua.

Byung-Chul critica algunos de los términos-chiclés más usados por la jerga neoliberal. La noción de lo igual es violenta e invisible, «pero a partir de un determinado momento, la producción ya no es productiva, sino destructiva; la información  ya no es informativa, sino deformadora; la comunicación ya no es comunicativa, sino meramente acumulativa.» (P. 10). Esto se muestra con «los atracones de series» que nos brindan los canales de televisión, Netflix, etc : «Eso designa el consumo de vídeos y películas sin ninguna limitación temporal. A los consumidores se les ofrece continuamente aquellas películas y series que se ajustan por entero a su gusto, es decir, que les gustan. Se los ceba como a ganado de consumo con lo que siempre vuelve a resultar igual.» (Ibíd).

Acota Byung-Chul que «la proliferación de lo igual no es carcinomatosa, sino comatosa.» (Ibíd.). Lo igual expulsa lo distinto. Lo distinto es igual a lo múltiple y contradictorio. Contrariamente a la diversidad. «Como término neoliberal, la diversidad es un recurso que se puede explotar. De esta manera se opone a la alteridad, que es reacia a todo aprovechamiento económico.» (P. 39). Al neoliberalismo le interesa, para su éxito, una sociedad deprimida, porque así expulsa lo distinto, que es el conflicto: «Según Alain Ehrenberg, el éxito de la depresión se basa en la pérdida de la relación con el conflicto. La actual cultura del rendimiento y la optimización no tolera que se invierta trabajo en un conflicto, pues tal  trabajo requiere mucho tiempo. El actual sujeto que se ve obligado a aportar rendimientos solo conoce dos estados: funcionar o fracasar. En ello se asemeja a las máquinas. Tampoco las máquinas conocen ningún conflicto: o bien funcionan impecablemente, o bien están estropeadas.» (P. 45). En la lógica universal del neoliberalismo, «la expulsión de la negatividad de lo distinto acarrea un proceso de autodestrucción.» (Ibíd.).

Otro término neoliberal criticado por Byung-Chul es el de autenticidad, equivalente al de deseo de singularidad en Gracián : «El imperiativo de autenticidad fuerza al yo a producirse a sí mismo. El último término, la autenticidad es la forma neoliberal de producción del yo. Convierte a cada uno en productor de sí mismo. El yo como empresario de sí mismo se produce, se representa y se ofrece como mercancía. La autenticidad es un argumento de venta.» (P. 38-39). (Continuará).