Cuando personas, empresas o gobiernos actúan “brutalmente” o “sin conciencia” frente al medio ambiente, cuando violentan su equilibrio y sus “derechos naturales” se da un doble deterioro: la del medio ambiente y el de las personas que lo habitan. Entonces, Callar, solapar, justificar los daños o alterar la información sobre los mismos equivale a ser cómplice de su exterminio.
La “inteligencia ecológica”, en cambio, en tanto forma de sentir como nuestro cualquier tipo de “sufrimiento” del planeta; como combinación de conocimientos y empatía para apreciar la interconexión que existe entre nuestras acciones y los efectos ocultos que tienen sobre el planeta, nuestra salud y nuestros sistemas sociales, llama la atención de todos para lograr una mayor responsabilidad que agrega al análisis racional de las causas y efectos la motivación para tomar acciones en favor de su cuidado, defensa y protección.
Es este tipo de inteligencia la que nos llama a mirar, sentir y pensar de cerca la tierra que habitamos. Es una invitación a utilizar el talento humano para salir airosos de las amenazas que sufre el medio ambiente y adaptarnos a él sin deteriorarlo ya sea “nombre del desarrollo y de la producción industrial”, ya sea en “nombre del libre comercio” o de necesidades no resueltas de ciudadanos y comunidades.
El tema es ampliamente analizado en el libro “Inteligencia ecológica” de Daniel Goleman. Para el autor la “inteligencia ecológica es la capacidad de adaptarnos a nuestro nicho ecológico mediante la desarrollo de la capacidad de tratar en forma adecuada nuestro medio ambiente”, reconociendo que este tipo de sabiduría y empatía nos ayudará desarrollar una conciencia colectiva para detener los daños causados al medio ambiente y los efectos que tienen sobre cada comunidad concreta.
La inteligencia ecológica no es una competencia personal producto de una experiencia escolarizada. Pueden carecer de ella o poseerla letrados e iletrados sin importar su clase o posición social o económica. Los países con bajos índices de inteligencia ecológica ponen en cuestionamiento su grado de avance económico y cultural y de desarrollo sostenible. Es tiempo ya de que iniciemos también una “revolución ecológica”. Las justificaciones abundan.
La inteligencia ecológica es siempre inteligencia colectiva, concientizadora y generadora de soluciones. Los desafíos ecológicos son demasiado variados, sutiles y complejos para que una persona pueda entenderlos y superarlos; se requiere el esfuerzo conjunto de expertos, gobiernos, académicos, líderes, hombres de negocios, activistas y ciudadanos para reconocerlos y resolverlos.
Nuestras metas ecológicas colectivas pudieran incluir: conocer los efectos, favorecer las mejoras, compartir lo que se aprende, declarar y defender la verdad ecológica razonada, impulsando la transparencia que radica en que las personas informadas transmitan información a las menos informadas. Bien pudiera agregarse la realización de programas de “alfabetización ecológica” para promover una mayor responsabilidad y justicia ecológica.
La verdadera inteligencia ecológica es contraria a las “mentiras vitales”, es decir, a las historias consoladoras que se cuentan para escapar de una verdad más dolorosa, como por ejemplo considerar como aportes significativos a la ecología la “siembra de arbolitos”, el reciclaje y la limpieza de playas, cuando con esto apenas si se tocan los grandes problemas ecológicos del país. El remedio para una mentira vital es siempre hacer frente a la verdad que oculta sin importar quien la defienda, la diga, la repita o la pague.
Deberán fomentarse los “puntos luminosos de inteligencia ecológica” y apoyar aquellas iniciativas que la promueven y la aplican. En tanto generadora de una transparencia ecológica radical, ofrece una vía para que las buenas acciones ecológicas tengan recompensa. También deberá despertar la conciencia y generar mecanismos para que las empresas se responsabilicen y paguen las consecuencias del daño que ocasionan al medio ambiente, aplicando el principio “quien daña paga”.
En nombre de la inteligencia ecológica también deberán elevarse las exigencias y rendición de cuentas a aquellas instituciones gubernamentales que tienen como misión la protección del medio ambiente y la obligación de “actuar siempre con inteligencia ecológica”. En este contexto, llama la atención que en el “organigrama del Ministerio de Medio Ambiente” no exista ninguna dependencia dedicada a la educación y la investigación medioambiental. La omisión asombra.
En medio de tantas “carencias de inteligencia” manifiestas en el país, albergo la esperanza de que el fomento de la inteligencia ecológica se convierta en un reto de las presentes y futuras generaciones y en una meta nacional de desarrollo sostenible, conscientes de que el conocimiento es la más democrática fuente de poder.