Los intelectuales existen. Son indispensables ya que no hay democracia efectiva sin verdadero contra-poder crítico. En una sociedad pluralista como la actual, su desaparición será mucho más que improbable. No tienen que justificar su presencia. Tienen  que ser lo que son, que producir, defender y debatir su visión del mundo social.

Hablando de su responsabilidad pública –dirá Bobbio- “el modelo ideal de conducta del intelectual debería estar marcada por una fuerte voluntad de participar en las luchas políticas y sociales de su tiempo que no le permita volverse tan ajeno a éstas como para no oír el fuerte clamor de la historia del mundo”. Y nosotros agregamos: “el clamor doloroso de los dominicanos”.

Se les reconoce como un grupo que toma posición respecto a una prevaricación del poder político y que combate la razón de Estado en nombre de la razón, defendiendo la verdad de la que se consideran depositarios y guardianes contra la "mentira útil".

En situaciones en las que los gobernantes concentran todos los poderes, el único contra-poder eficaz que queda es la crítica intelectual. Los intelectuales están en derecho, como todos los ciudadanos, de ejercer una vigilancia crítica -no necesariamente negativa-  de la realidad en la que viven.

Cuando los intelectuales hablan, se pone el grito al cielo. Lo que puede entenderse, en buena lógica, que no se reconoce otro derecho a los intelectuales que no sea el de hablar a favor del gobierno. Cuando no responden a esta sumisión, se les considera como "sospechosos", detractores y desestabilizadores del orden público.

Pero esta crítica resulta profundamente debilitada pese a que los intelectuales son realmente "verdaderos sospechosos", sin que por ello sean considerados detractores ni contaminadores sociales. Pero lo son en el sentido  que el filósofo francés Paul Ricoeur (1903-2005) dio  al término "sospecha" al referirse a Marx, Nietzsche y Freud como "los tres maestros de la sospecha".

Los tres fueron fundadores de un discurso crítico capaz de poner "bajo sospecha" las corrientes de pensamiento social, político, económico y ético de su época y más allá de ésta.

Estos "pensadores de la sospecha" o "filósofos de la sospecha", como los llaman otros, produjeron un cambio de paradigma epocal por su capacidad de transformación de la sociedad a través de su pensamiento desafiante y retador.

Colocar bajo sospecha significa deconstruir, es decir, demoler lo que estaba edificado: desmontar el discurso político y económico falseado o demagógico pieza por pieza, para obligar, posteriormente, a elaborar uno nuevo de manera colectiva e incluyente utilizando el debate público mediante el uso de los medios masivos impresos, televisivos y digitales.

El verdadero intelectual es un "creador de sospechas", de interrogaciones y cuestionamientos. Es un "despertador" y un testigo de las rebeldías y demandas sociales que avivan la reflexión y el debate para que otros piensen, se expresen  y  practiquen la sospecha, siendo que por la capacidad de pensar los seres humanos se vuelven "sospechosos" y comprometidos con ideales movilizadores.

Pero también existen los intelectuales domesticados. Los que se niegan a sostener la práctica de la sospecha por temor a perder privilegios.  Aquellos que, al decir de Gramsci, "han renunciado a ser creadores de conciencia para la transformación social para convertirse en justificadores ideológicos del orden establecido".

O los que simplemente han adoptado el camino del silencio rentable o el del pragmatismo asalariado en complicidad con los mandatos del poder. Los que han puesto su  capacidad al servicio de lo que El Estado quiere hacer creer.

Son intelectuales domesticados los que teniendo  la oportunidad de denunciar las incertidumbres nacionales, el sufrimiento social, las corrupciones y desatinos políticos y económicos no lo hacen; los que adiestran a los hombres para no pensar, imaginar ni sentir en forma moral y políticamente adecuada.

Lo son también aquellos "que se incorporan a la conspiración pasiva destinada a matar el disenso y el debate público” a que obliga la democracia. Los abanderados de la falsa politización que presenta a los políticos como los nuevos filósofos que pretenden dictaminar lo que debe entenderse por real y cuáles son los límites de la verdad.

El país requiere de intelectuales “despiertos” y “sospechosos” Tal vez no debamos esperar tanto de los intelectuales dominicanos. Quizá no debamos esperar que todos asuman la pasión por la práctica de la sospecha.  Será suficiente  con que hagan suya aquella profunda reflexión de Sartre: "El intelectual tiene una situación en su época; Cada palabra suya repercute. Y cada silencio también”.