Después de negar y dar la espalda a la inmensa humildad mostrada por los primeros cristianos, mártires de sus creencias, después de convertirse en un Estado más,  opresor, torturador, conquistador, después de servir de corpus ideológico a la conquista a sangre y fuego del Nuevo Mundo, después de arrollar su cultura avanzada, pacifista, llena de riquezas arquitectónicas, bajo la excusa de que no eran seres humanos ya que no estaban bautizados en su cristianismo truculento, después de negociar esclavos y ayudar en la esclavitud, de apoderarse de grandes extensiones de tierra, de contar historias insólitas como la de que la Virgen de las Mercedes devolvía las flechas de los salvajes hacia su pecho, lanzadas contra los bravos hidalgos, después del historial de papados orgiásticos increíbles y cruzadas sangrientas en busca de poder, después de apoyar dictaduras como la del traidor Santana, excomulgar a Duarte, mirar para otro lado cuando fusilaban a los duartianos patriotas, respaldar decididamente a Trujillo y condecorarlo en Pleno Vaticano, respaldar a Mussolini, facilitar el escape de los verdugos nazis alemanes, respaldar la dictadura balaguerista y mantener que la conquista de América fue y sigue siendo una obra evangelizadora, después de la era oscurantista en que persiguió a la ciencia y quemó científicos como si fuesen insectos, negando hechos harto comprobados, después de tanta ruindad y ruinosa iniquidad, después de tanta opacidad financiera y tráfico de influencia silencioso con el poder, después de los ataques despiadados y criminosos contra los inocentes ¿no le convendría a la Iglesia Católica una cierta introspección honesta, un dejar de seguir a la ofensiva, como si nada hubiera pasado, un examen profundo y profiláctico ante el abismo?