Cuando leí el Nuevo Testamento, con los trabajos de los cuatro reporteros que cubrieron los acontecimientos, desde el nacimiento hasta la atroz condena del principal protagonista; desde que leí, en no sé cuántos libros, al montón de articulistas que interpretaron sus palabras a lo largo de escasos 33 años de vida; desde que leí todo eso, digo, he lamentado que Jesús no desarrollara una buena vocación literaria, o le diera flojera dejar sus ideas por escrito. (De haber sido así ¡aleluya!, nos hubiéramos ahorrado por lo menos, ¡gloria a Dios!, mil aburridas peroratas cristianas en la televisión de Semana Santa).