Hace un par de días leí un librito llamado "Indignaos" (No es que se me ha pegado el acento español, es que está editado en España) escrito por StéphaneHessel (Editorial Destino), un miembro de la Resistencia Francesa durante la 2da guerra mundial, militante de la independencia argelina y el único redactor vivo de la declaración de los derechos humanos universales que se realizó en Paris en 1948. 

El libro invita a los jóvenes a huir de la indiferencia, a mirar a su alrededor e indignarse con las cosas que les molesten para luego escoger sus luchas. Para él es una capacidad necesaria del ser humano para generar cambios importantes. Él habla de la resistencia francesa contra los nazis aunque entiende que el mundo ha cambiado y que las amenazas son menos francas y mucho más sutiles pero que las herramientas están ahí, los nuevos medios están ahí y prueba de ello son las revueltas iniciadas en Túnez y en Egipto que lograron acabar con regímenes  que parecían inamovibles desde hace muchas décadas. Y lo más importante, él defiende la resistencia pacífica por encima del terrorismo. Cita a Sartre, que llegó a justificar el uso de la violencia terrorista cuando la mano opresora utiliza medios infinitamente superiores de sometimiento sobre los oprimidos, y cómo el mismo Sartre con el tiempo se dio cuenta que esa salida solo traía más violencia hasta el punto de perpetuarla hacia el infinito. Las conquistas de Gandhi, de Martin Luther King, y recientemente las del pueblo árabe en Egipto y Túnez son prueba de que se logra más a través de la resistencia pacífica que a través de la violencia. ¿Qué ha logrado el terrorismo en España, Irlanda o Palestina sino la perpetuación del estatus quo y su fortalecimiento? 

El gen de la indignación fue extirpado de una generación de dominicanos. Después de la Revolución del 63 y la represión de los 12 años se eliminó en nuestro país el contrapeso necesario para controlar el poder establecido. Copiamos el modelo gringo: la ciudad crecería horizontalmente sin plazas que invitaran a sus habitantes a reunirse y confabular. Aislados en nuestras casas nos veríamos obligados a defendernos de los particulares miedos que nos asedian y olvidarnos del sentido colectivo. Así pasaron las décadas de los 80 y los 90, en las que además se adoptó esa tendencia mundial del culto por el dinero y el abandono gradual de los principios sociales a favor de un sistema voraz llamado neoliberalismo que defiende mayores libertades económicas y menor regulación gubernamental aumentando la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen. 

Pero ahora las plazas son plazas virtuales, los facebooks y twitter son los cafés de antes y las tertulias sobre la situación del país se dan en las redes sociales.  Así han surgido movimientos como el que permitió llamar la atención sobre la instalación de una cementera en los alrededores del Parque Nacional de Los Haitises o el que ha servido para denunciar que el Estado lleva 13 años violando la Constitución e invirtiendo mucho menos dinero en Educación que el 4% del PIB que establece la ley. Poco a poco nos vamos dando cuenta que escondida detrás de miles de computadoras está la consciencia social que habíamos perdido. La capacidad de indignarnos no se ha perdido por completo y sobretodo no hemos perdido el compromiso que le sigue. 

En el 2003, yo me paraba en una esquina de la Churchill indignado por la corrupción y la grave crisis económica provocada por del desfalco de Baninter y Bancrédito, pero sobretodo por la incapacidad del gobierno de devolver la confianza ante lo que era claramente una mala gestión. Éramos aproximadamente 25 personas en la primera manifestación y todos estábamos entre los 17 y los 28 años. Llegamos a ser cientos ese mismo año cuando decidimos invitar a la ciudadanía (en su mayoría de clase media) para que firmaran una enorme tela exponiendo los argumentos de su indignación en la explanada de la Núñez de Cácerescon Anacaona. 

En el 2009 participé de las primeras reuniones en las que se daba cuenta de los graves problemas que podría causar la construcción de una cementera, a la que ya le habían otorgado una licencia ambiental en contra de las opiniones de expertos que trabajaban para la SEMARENA. Apoyé el movimiento y lo vi crecer. Desde que empezamos a postear los datos no dejaban de aparecer personas que querían colaborar. Finalmente participé de la organización del concierto Música por los Haitises que reunió a más de ocho mil personas en torno a la causa y que fue fundamental para lograr que se detuviera la construcción del proyecto. 

El lunes amarillo y el posterior concierto de Voces Amarillas son las últimas manifestaciones en las que he participado activamente. El concierto que se realizó el pasado 3 de abril, reunió a más de 15000 personas de todas las clases y escuchando todos los géneros musicales que hacemos en nuestro país, pero sobretodo indignados juntos por una causa fundamental, exigir que se cumpla la ley y que en República Dominicana gocemos de una educación digna para todos los dominicanos. 

Los ciudadanos que no tenemos miedo a la represión del pasado y que decidimos dar un paso al frente somos cada vez más, exponencialmente más. Muchos dudan de la eficacia de estos movimientos a pesar de que con cada acción se siguen provocando reacciones definitivas: en el 2004 Hipólito Mejía perdió con más del 60% de los votos como consecuencia de la indignación ante su gestión. En el 2009 se frenó el proyecto de la cementera avalándose en una investigación del PNUD que destacó la influencia que tuvieron las manifestaciones ciudadanas. En el 2011 ya hemos logrado que los principales candidatos presidenciales a las próximas elecciones pongan la educación como elemento principal de sus discursos. Todavía faltan muchas cosas por cambiar en Rep. Dominicana, muchas causas que defender, muchas razones para estar indignados. Pero tenemos indicios de esperanza y tenemos que seguir sumándonos. La oposición tiene que salir de la ciudadanía. Muchos ciudadanos se dan cuenta de que vivir sin un propósito es pasar por la vida como un espectador. Los humanos nacemos con un hueco que sólo se llena a través de la lucha por la justicia y el bien colectivo.  Así yo también los invito a indignarse y a luchar. Sólo así lograremos un cambio. 

P.S. Cuando escribí este artículo no habían comenzado las manifestaciones del movimiento 15M en Madrid, donde actualmente estoy residiendo. Me sorprende encontrar tantas similitudes en las exigencias de los manifestantes y en la organización de los mismos. En todo el mundo, los jóvenes, abanderados del cambio se están dando cuenta que no pueden seguir con los brazos cruzados. En República Dominicana estamos pasando por un proceso similar de falta de identidad con los líderes y partidos que tradicionalmente han ostentado el poder. La mayoría de los dominicanos estamos hartos de que las promesas políticas no se cumplan y que la pobreza en la que se encuentra una gran parte de los ciudadanos del país no se vea reducida con el paso de los diferentes gobiernos. Como en España, eso es una olla de presión que está echando humo y que se sólo se apaga con una administración y un uso del poder mucho más democrático y sincero. En un siguiente artículo me explayaré un poco más sobre las similitudes y diferencias del movimiento 15M y nuestro país.