Unos de los elementos nodales para determinar el progreso y desarrollo de una sociedad lo constituye, de manera sustancial, la Calidad de las Instituciones. En efecto, la efectividad de un gobierno no viene dada en sí mismo por el crecimiento de la economía, sino de cómo articula puentes para generar la confianza social en todo el tejido social, de una formación social determinada.
Si bien es cierto que la acumulación de capital (Humano, Financiero y Físico) son fuentes protagónicas para el crecimiento y desarrollo, estos no son suficientes; son necesarios, empero, no dan el salto sistémico que nos ubica en el rompimiento y nacimiento de un nuevo paradigma. De un nuevo parto que es en sí mismo, la dialéctica social, la conjugación del crecimiento con el desarrollo: la calidad de las instituciones.
La calidad de las instituciones no viene dada por el número de leyes; ya lo decía con mucha propiedad Tácito, quien nació en el 58 después de Cristo “Cuanto más corrupto es un Estado, más leyes tiene”. Justamente, no bastan, son necesarias, pero no suficientes. Es la calidad de quienes las administran, de quienes las gestionan, de quienes tienen el compromiso de darle sangre y vida. Regularla, en gran medida, responde a la reciedumbre ética de los actores políticos, de los funcionarios y de las consecuencias que se derivan de la aplicación de las inobservancias de las mismas.
La falta de la calidad de las instituciones públicas, a mediano y largo plazo, quiebra, ruptura todo el tejido institucional, que ha de ser el soporte que mantiene unidos a los miembros de una comunidad, de una sociedad. La capacidad de interactuación, su fluidez de manera expedita, se decanta por la confianza social y ésta es un corolario inexorable, el preludio de la credibilidad, de la autoridad de un gobierno. Dicho de otra manera, la calidad del gobierno es el determinante más importante del nivel de confianza social en un determinado espacio, tiempo y territorio.
La calidad institucional puede contener una política macroeconómica sana, pero la trasciende. Aborda los paradigmas de la desigualdad, a la comprensión y asunción del medio ambiente, a la salud, a los niveles de felicidad y la cotidianidad en el bienestar. No es el PIB como canto de sirena que nos llama al bienestar. Es la calidad institucional que construye puentes solidificados para una verdadera integración y armonía en los espacios públicos, donde los seres humanos son tratados con justicia.
Los actores políticos de los últimos 13 años, sufren de una deuteranopia crónica; cuasi petrificado y anclado, no logran distinguir los nuevos conciertos de la historia. En su accionar, con ceguera y miopía, al mismo tiempo, viven calcinados con parálisis paradigmática. Miran, pero no ven; oyen, pero no escuchan. Es que su visión, al final, no es para construir el puente del desarrollo social, sino para anhelar y auspiciar su desarrollo personal, su bienestar particular y corporativo.
Dentro del conjunto de las dificultades para el logro de la calidad institucional en la sociedad dominicana, es el pecado original del Partido en el poder: Una visión del Estado, que no aparece y una selección de los ejecutivos que no obedece a la meritocracia, a las competencias, en función de los puestos. Lo principal es que tiene que ser del Comité Político, Comité Central, allegados al Presidente, etc., etc. De ahí la poca efectividad gubernamental. Todo ha de estar subordinado a la agenda del Presidente, no a la agenda del país. Todo viene en función de una coyuntura determinada y no en la óptica de los aspectos cardinales, estructurales de la sociedad.
Miremos algunos cargos:
- Rubén Jiménez Bichara, es Contador y es el Vicepresidente de la CDEEE.
- Bautista Rojas Gómez, es Médico y fue Ministro de Recursos Naturales y Medio Ambiente.
- Carlos Amarante Baret, es Abogado y fue Ministro de Educación y de ahí fue a “parar” a Ministro de Interior y Policía, sin ser Experto en Seguridad ni en nada.
- Andrés Navarro, Arquitecto, fue Ministro de Relaciones Exteriores y ahora, Ministro de Educación. Es serio y decente. Hablo de competencias para los puestos. Uno no es bueno en todo.
- Miguel Vargas, Ingeniero. Lo nombraron Ministro de Relaciones Exteriores. Un puesto que debe ser para una persona con una formación intelectual, cultural y conocimiento profundo de la Globalización y de la Geopolítica.
Como vemos, 5 ejemplos. En cada uno de ellos, hay doctores en esas aéreas. Hay seres humanos dominicanos que tienen el know how, la experticia, para responder con agregado de valor. Ellos podrán ser los seres más dotados de inteligencia, empero, se buscan a los talentos en función de las competencias que amerita cada cargo. No se busca a la persona y luego el puesto.
La efectividad de un gobierno tiene como punto de partida la calidad de los agentes públicos, desde el conserje, el policía, el guardia, el médico, la enfermera, los maestros… hasta llegar a los funcionarios. Es la puesta en escena. Es el apuntalamiento de cómo las ideas y los valores, expresan hoy, una nueva dinámica social, donde un gobierno efectivo no deriva por la cantidad de publicidad y la visibilidad permanente de la figura del Ejecutivo en la pantalla chica y los periódicos tradicionales. Eso, no es agenda de país. Es la calcomanía del hiperpresidencialismo en el tejido de la sociedad dominicana.
Un gobierno efectivo, que aúna la gobernanza democrática, es como un dron que lo capta todo y catapulta el andamiaje de los emprendimientos en el conjunto de la sociedad. Su confianza brota y repercute como un espejo social en todo el cuerpo. La credibilidad, la autoridad moral, la confianza social constituyen las credenciales para el puente de la calidad institucional. ¡La corrupción y la impunidad son sus enemigos más crueles! La actitud más pergeñada de los ejecutivos públicos ha sido la cristalización sin par del deterioro de las instituciones, que se verifica en una anomia institucional y en consecuencia, en una ausencia de la calidad institucional.
Veamos lo que nos dijo el Foro Económico Global en el 2015-2016 en su Pilar Institucional:
- Confianza del Público en los políticos (125/140).
- Favoritismo en las decisiones de puestos gubernamentales (126/140).
- Malgasto del Fondo Público (116/140).
- Comportamiento ético de las firmas (130/140).
- Confianza en servicios policiales (137/140).
- Crimen organizado (112/140).
- Manipulación de Fondos Públicos (134/140).
- Independencia.
El promedio del país fue de 98/140. Sin embargo, la desviación negativa del Pilar Institucional fue de 123/140.
La democracia nuestra es una etiqueta que necesita llenarse de contenido y el tamiz crucial es la calidad institucional, que no siga agrietando los puentes rotos, que anulan el bienestar social. Como nos diría Fernando Savater, en su libro Los Diez Mandamientos en el Siglo XXI “…El problema no es el hábito de jurar, sino la pérdida de los valores. Estamos en un mundo donde las cosas que se dicen no tienen valor. Vivimos en la cultura de la falsedad y entonces es muy probable que el juramento se utilice para respaldar la mentira, que es lo habitual”.