Somos un pueblo indefenso, resignado y sin esperanza. Nos estamos convirtiendo y nos estamos dejando convertir en un pueblo así. El hecho resulta penoso y preocupante. Un pesimismo generalizado se ha ido adueñando del ánimo de los dominicanos de todos los rincones del país. Pareciera que caminamos “hacia ningún lugar” y que la esperanza nos ha sido boicoteada por los que nos gobiernan.
El gobierno y los políticos tienen en vilo a la ciudadanía. Sus trucos, alianzas tóxicas, componendas, maquinaciones y “acuerdos”, realizados a espaldas de los ciudadanos y con un “secretismo” cínico e intencionalmente excluyente, están creando desconcierto, desorientación, desesperación y hasta serios padecimientos emocionales y mentales en una gran mayoría de los dominicanos.
El gobierno es el gran comprador, los políticos los grandes vendedores y los grandes beneficiados. Unos y otros han convertido la actividad política, la participación de los ciudadanos, el voto, el derecho a opinar y otras manifestaciones democráticas en “productos chatarras pero generan riquezas amasadas a la sombra de la indelicadeza y el descaro. Se burlan del pueblo o creen que lo logran.
El país vive una profunda crisis que se manifiesta en lo económico, lo ecológico, lo educativo, lo social, lo político y en las instituciones y los procesos democráticos. Ante la falta de inteligencia y de voluntad de los gobernantes para prevenirlas y afrontarlas, el pueblo deberá tomar conciencia de sus sufrimientos, de sus necesidades y de sus penurias, y deberá también denunciarlas y apelar a su dignidad desoyendo las voces destempladas de los que reparten promesas ridículas e insultantes que hieren el honor individual y colectivo de la ciudadanía. Frente al clientelismo político indecente y humillante adoptemos el honor y el orgullo cívicos a los que nadie puede ponerle precio.
Pareciera que gobernantes y políticos juegan a crear crisis y desesperanza para aparecer luego como mesías de las víctimas tratadas por ellos como desesperadas e ignorantes. Pero esto es un juego peligroso. Más que comunidades y masas de ignorantes encontrarán ciudadanos con sus inteligencias insultadas y su honor y su decencia desafiadas. Las crisis también pueden despertar la rebeldía, la denuncia, la conciencia crítica, la resistencia, el rechazo y hasta la desobediencia civil –si fuese necesario-.
Son muchos, los que cobijándose bajo la sombra del gobierno o participando en el reparto del poder, realizado con poco pudor político, han construido su propio, aunque indecoroso, paraíso económico, pero son muchos más los que en nuestro país viven situaciones asfixiantes, frustrantes, agobiantes, desesperantes y desalentadoras. Y nada pasa. Pareciera que “hemos aprendido la desesperanza; tan cercana a la impotencia; tan parecida a la resignación”.
A veces la ciudadanía asfixiada por los problemas que le impactan profundamente, protesta, se moviliza, vocifera, realiza paros o llora ante las cámaras de televisión. Pero casi invariablemente pasa lo mismo: las cosas siguen igual o empeoran, desmoralizando a los que en nombre de sus derechos democráticos demandan respeto y atención a sus demandas ciudadanas, recibiendo en cambio calculadas respuestas represivas y de fuerza o perversas indiferencias y negación de las demandas, inquietudes y derechos de los ciudadanos. ¡Lecciones domesticantes que nos “acondicionan” para el aprendizaje de la indefensión, la resignación, la exclusión y la desesperanza!
Pareciera que somos víctimas de un caos y una anomia social programados. Nos someten la desesperanza, nos hacen aprenderla y padecerla. Mediante una desbordante manipulación mediática el gobierno coloca permanentemente a los dominicanos en una situación de “shock” para que distraídos, paralizados y atemorizados no reaccionen frente a las grandes problemáticas sociales y decisiones públicas que terminan siendo impuestas, adquiriendo muchas veces la forma de abuso de poder.
Somos un pueblo indefenso, resignado y sin esperanza. Por ahora. Así han pretendido hacernos los últimos gobiernos y los políticos “que profanan el templo de la democracia” Así nos quieren ver. Han atentado contra nuestra autoestima ciudadana. Quieren hacernos indefensos para imponernos sus “programas salvadores” y clientelistas mediante los cuales pretenden “regala” al pueblo lo que le corresponde por derecho.
¿Qué le queda al pueblo dominicano? Mientras el país camina “patas arriba”, narigoneado, pareciera que por “una mano oculta, con un plan oculto” sólo nos queda “despertar, indignarnos, denunciar, no conformarnos”. Conformar una opinión pública vigorosa, con la voz de todos; impulsar la denuncia, lograr la manifestación y la acción de todos los movimientos sociales del país para exigir en voz alta nuestros derechos en el marco de una política democrática incluyente. Debemos apelar a nuestra “genética libertaria” tantas veces demostrada.
Decidamos no ser un pueblo indefenso, resignado y sin esperanza. Apelemos a la valentía cívica de las comunidades y los movimientos sociales de todo el país, a las comunidades eclesiales de bases y a los grupos que luchan contra la corrupción, por la verdad, la justica la transparencia. Rescatemos nuestra autoestima ciudadana. Neguémonos a ser tratados como borregos. No permitamos que representantes orgánicos que no nos representan decidan por nosotros. Rescatemos la esperanza y la fe en el futuro. No permitamos que unos pocos se apropien y se repartan lo que nos pertenece a todos. Hagamos valer nuestra voz, nuestra voluntad, nuestros derechos y nuestro voto.
Frente a la situación de indefensión política que estamos viviendo los dominicanos, convirtámonos en artífices y gestores de nuestro propio futuro individual y colectivo. No deleguemos en el gobierno, en los políticos, ni en los defensores orgánicos que no nos representan, la defensa de nuestros derechos y nuestra dignidad. Vivamos con pasión la convicción de que la transformación social es posible a través del movimiento colectivo. Como lo expresara Bertolt Brecht: “Sólo los pueblos con convicciones tienen esperanza”.