En sociedades carentes de desarrollo, entendido desarrollo institucional, educativo y de buenas costumbres éticas en las familias y por ende expandidas en todas las comunidades de una nación, los procesos para seleccionar los ciudadanos en la Cosa Pública se harían como algo natural y sin mayores inconvenientes. Tal como acontece en los países donde residen estos parámetros históricamente apegados a las leyes, normas e instrumentos legales; validados con preeminencia a la conciencia que soportan los ciudadanos con una sólida cultura de los derechos y deberes que circulan entre los cohabitantes.
Poco tiempo hace que en Estados Unidos de Norteamérica llevó a cabo un proceso electoral con una intensa y desigual controversia alimentada por un controvertido personaje que generaba reiteradamente escándalos y polémicas interminables; en un momento de crisis por desconocer los resultados electorales, no obstante en una nación como USA con gran tradición democrática y respeto a las leyes, aparece ante los Medios de Prensa el Comandante General de las tres fuerzas y sentencia claramente que ellos se deben a las Instituciones y las Leyes del País, no a personalidades. Un mensaje que daba un respaldo al proceso que los tribunales electorales habían decretado en favor del nuevo presidente Joe Biden en la Nación del Norte. Declaración que en lenguaje del General y su Cuerpo Armado representa todo un simbolismo ante la Constitución.
En cambio, en estas sociedades latinoamericanas donde impera la desorganización, ausencia de educación familiar, donde priman las relaciones primarias para resolver las cuestiones de los ciudadanos en función de influencia dañina, y la violación de las normas institucionales; llevan inevitablemente, como en el presente caso, a exponer seriamente una gran parte de la población dominicana su vida y salud por causa de la pandemia, desobedeciendo a riesgos los dictámenes y decretos que las autoridades sanitarias aconsejan para evitar muertes y enfermedades por culpa del Virus.
Inconducta que se convierte en los violadores, generalmente de los barrios populares, como una especie de harakiri que atenta contra su propia existencia, dándose en ese sector de vida alegre, un espejismo surrealista en su mundo de ignorancia. Pero no tomemos a la ligera este comportamiento desviado de una parte de la juventud y ciertos adultos como un juego simple, estamos los sectores pensantes y críticos en la obligación de evaluar lo acontecido en una sociedad que no entiende ni siquiera cumplir con las normas que los protegen. Su proceder lleva el curso desafortunado de un estado de inconsciencia como nunca habíamos visto. Tenemos que revisarnos y no tomarlo a cuento y broma, porque algo anda muy mal, y es materia para estudios de los cientistas sociales dominicanos. Al menos a mi me preocupa hondamente en mi calidad de educador, porque entonces hemos fracasado en términos de la construcción de las nuevas generaciones tanto en ética, educación eficaz, modelación de buenos sentimientos, amor a la familia, a la sociedad que los vio nacer. Busquemos, exploremos las causas complejas de este fenómeno vital.