Me ha tocado últimamente hacer sucesivas estadías en Nueva York y descubrir lugares como Washington Heights donde se desenvuelve una enorme comunidad dominicana. Circular por estos sectores con mi esposo ha sido sorprendente para mí. Lo han interpelado decenas de veces: “Max Puig, ¿por quién vas a votar?” “Max Puig, ¿qué tal?, ¿qué haces por aquí?” “Como que lo conozco a usted. Sale en la tele”.

Interrogando a varios dominicanos sobre sus experiencias de vida en la Gran Urbe he podido sacar algunos rasgos comunes. La vida es difícil para el dominicano en el exterior y particularmente en Nueva York, una ciudad cara y extendida.

El dominicano trabaja muy duro para lograr un techo y adquirir los bienes necesarios para una vida decente. Muchos de los recién llegados viven durante un tiempo arrimados a familiares, lo que genera tensiones.

Los aceptados como residentes en los Estados Unidos tienen ventajas importantes y acceso a múltiples servicios. Muchos se han encarrilado en los servicios, como Uber, Lyft, delivery de comida por Internet, etc., que no requieren de una formación especial. Sin embargo, todos sin excepción apuestan a la educación para sus hijos como motor de inserción social y de desarrollo.

Mantienen lazos muy estrechos con la República Dominicana donde una parte de ellos viaja a menudo. Sus principales quejas hacia su tierra de origen es la inseguridad ciudadana y jurídica, alimentada por sus propias experiencias en sus comunidades de origen y por relatos de las vivencias de amigos y familiares que la han sufrido en carne propia.

Se destaca, en paralelo, el sentimiento generalizado que Manhattan se ha transformado es un lugar seguro y que la seguridad se puede lograr con voluntad política.

¿Qué me dijeron algunos de los conciudadanos con los que me encontré? 

Carlos, 21 años Bronx.

“No vuelvo ni loco “pallá”. Demasiado violencia e inseguridad. Aquí ya tengo un carro y hago delivery de comida. Si trabajo bien y tengo buenas aprobaciones con mi aplicación voy a seguir subiendo. Me puedo hacer un buen dinero y soy mi jefe. Aquí todavía hay oportunidades que no había en mi barrio. No necesito seguir mis estudios para ganar dinero. Voy a progresar y pronto podremos alquilar un apartamento. No podemos seguir arrimados”.

Orlando, 35 años. Obrero. Bronx.

“Aquí tengo de todo, nevera llena, agua, luz, pero hay que trabajar como un loco para sobrevivir. Aquí todo es un bill y todo es taxes. Si usas el 911 tienes que pagar caro, hay que pensarlo dos veces. Según tu seguro, tienes que pagar diferenciales en los servicios de salud. Aquí hay que ser vivo y saber cómo encarrilarse como migrantes y dominicanos, pero los bills y los taxes hay que pagarlos, no se juega con eso. Lo que no me gusta en mi país es la inseguridad. Si en Nueva York pudieron resolver eso, ¿cómo que no lo pueden hacerlo en un paisito?”

Bernardo, 50 años. Chofer de Uber. Bronx. 

“Me duele mi país. Tengo inversiones allá y ha sido un desastre. Nos engañaron con un problema de títulos de tierra. Quiero recuperar mi dinero. Pero mi abogado estaba de compinche con el que me había vendido la tierra. No hay seguridad para los dominicanos ausentes, nos estafan. Tengo pena de decirlo, pero mi jubilación será en los Estados Unidos. Todos nuestros gobiernos han sido malos y corruptos. Apoyo el cambio en Santo Domingo. Mis hijos son todos profesionales americanos, ganan bien y no quieren volver ni ir de vacaciones a un país inseguro… ¿A buscar qué?”

C… 55 años. 109th Street. Uber.

“No hablo bien el inglés, pero me desenvuelvo. Me muevo siempre con mi gente. Viajo mucho a Santo Domingo y con Uber soy mi propio jefe. Ahora aquí mis hijos son todos profesionales y ganan buen dinero. Tengo dos hijos policías y una hija en el marketing. Cuando vamos a Santo Domingo vamos a un resort y cuando visitamos la familia no salimos de casa para evitar problemas”. 

Dante, 65 años. Botánica en el Alto Manhattan.

“Para mí el cambio se llama Ramfis Trujillo. Es un candidato que habla bien. Es este que va a poner orden en el país. No se puede negar que con su abuelo había orden y no había haitianos. Aquí hay muchos que vamos a votar por él”.

Ricardo, 35 años. Chofer de Uber. Alto Manhattan.

“Es un trabajo chulo. Trabajo Uber y Lyft. Tengo siempre trabajo. Puedo escoger mis horarios y prefiero trabajar en las horas pico. Me siento muy seguro. Si no trabajo un día, trabajo más horas al día siguiente. Le llevo dinero a mi vieja. Quiero que cambie algo en la República. Allá no hay políticas sociales ni seguridad”.

Roberto, 60 años. Constructor.

“Tengo 30 años en la construcción en los Estados Unidos, mira mis manos. Viajo de vez en cuando a mi tierra. Tengo que operarme de cataratas y voy a ver si lo hago en Santo Domingo porque en Nueva York es caro y tengo que pagar un diferencial alto con mi seguro. En Santo Domingo me cuido por la inseguridad y la corrupción. Nunca me gusta llegar de noche al aeropuerto”.

Adela, 40 años. Chofer de Uber.

“Me siento muy segura en Nueva York con Uber. Me encanta este trabajo. Soy mi dueña. Ganó más con Uber Pool que con Uber X. Cuando me canso, paro de trabajar y voy a casa. Pero también hay días que me ganó 200 pesos (US$) en la mañana y me voy de una vez de tiendas; lo gasto en ropa y luego trabajo de nuevo para llevar dinero a casa. Para una mujer es un trabajo ideal”.

Daniela, 14 años. Estudiante. Bronx.

“En mi escuela en el Bronx hablamos de todo. Hemos creado un grupo de apoyo e integración a favor de los niños autistas, contra la discriminación de las personas con preferencias sexuales diferentes y contra el bullying. Nos enseñan lo que es comida sana pero mi mamá no entiende eso. A nosotros nos dan cursos de educación sexual con temas de higiene y salud y luego cómo protegernos. No nos queremos embarazar. Hay que fajarse para conseguir una beca pero aquí hay futuro. Tengo residencia y como menor tengo derechos que mi madre puede reclamar”.

Juan, 60 años. Bienes raíces. Alto Manhattan.

“Aquí las cosas no van tan bien como antes por la crisis y el loco que nos gobierna. Los apartamentos en el alto Manhattan están cada vez más caros para los dominicanos, con más requisitos, nos quieren echar hacia las afueras y gentrificar. Antes conseguía apartamentos baratos pero ahora no trabajo mucho en bienes raíces. Mi gente no tiene los chavos”.

Sofía, 15 años, Estudiante. Bronx.

“Llegamos a Nueva York hace dos años. Desde entonces mi mamá se la pasa donde los médicos. En Santo Domingo no tenía cuartos y estaba muy flaca. Aquí engordó mucho. Bueno, engordamos todos porque allá estábamos mal comidos. Aquí ella nos hace comer de más. A ella le encontraron colesterol, prediabetes, mala circulación, de “tó”, y le dan un buen seguimiento cada 15 días y a mí me ponen braces de gratis”.

Carina, 48 años. Empleada privada. Long Island.

“Aquí se trabaja mucho. Hay mucha competencia. A raíz de mi divorcio me mudé en el barrio de una comunidad judía religiosa donde las madres se quedan mucho en casa, para que mis hijos se beneficiaran de este ambiente familiar. Tengo más de una hora de transporte para llegar a Manhattan y estoy fuera casi 12 horas al día. Mis hijos, sin embargo, han crecido en un ambiente privilegiado. Son americanos y van a la universidad”.