En la filosofía siempre nos movemos en el plano de lo inmanente. Esto significa que a través del pensamiento organizado y racional no podemos salir del mundo, hablar de cosas que se encuentran fuera del mundo. No podemos hablar de algo que esté situado fuera del mundo, como sería hablar sobre el ser o la existencia de un ser hacedor del mundo. Este tema es parte del discurso de la Fé, no de la ciencia ni de la filosofía.

El mundo no es un hecho, es el conjuntos de todos los hechos que percibimos y edificamos desde los sentidos y jerarquizamos desde una construcción de sentido.

El mundo constituye el horizonte de lo que tiene sentido. El sentido aparece en la palabra, entendido este termino como el manifestarse de toda forma y construción simbólica que oriente hacia privilegir una dirección en el todo o contextualice algo con respecto a algo. En pocos términos dicho, en la palabra se manifiestan las relaciones múltiples de lo que hay. El sentido es y se revela siempre como una relación o conjunto jerarquizado de relaciones, que se ordena por ámbitos o dimensiones. En el mundo no hay cosas sino relaciones. El mundo se constituye como edificación arquitectónica de sentido.

El plano que sirve de contexto para articular el discurso filosófico es el trascendental, es decir, en este no se habla apropiadamente de lo que hay, ni de cómo se origina, sobre lo funje como su principio o fundamento, o cómo se crea el mundo, sino que se expresa este tipo de relación metafóricamente, desde una fábula –como por ejemplo, de los arcáicos pensadores griegos, la filosofía de Platón, Aristóteles, Descartes, Leibniz, Kant, Hegel o Schopenhauer. Nietzsche descubre que filosofar es una determinada forma de fabular[Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula. Historia de un error.]–.

¿Cómo se configuran las relaciones que posiblemente lo constituyen? El mundo –desde la elaboración de una fábula filosófica desde mi perspectiva– se compagina desde el modelo de una sintaxis histórica en un conjunto organizado y complejo, desde el orden que se crea y establece al contextualizarlo en un plano simbólico, es decir, en una arquitectura de sentido. En el pensamiento contemporáneo casi todo el filosofar articula de esa manera, sea en la obra de Wittgenstein, que pasa por la de Ortega, Heidegger, Foucault, Deleuze, hasta la de Jean Baudrillard, quien plantea magistralmente esta problemática en un texto titulado, El intercambio imposible.

Desde un posible fabular es en los orígenes de los tiempos, cuando (respecto al humano) se produce el Evento que abre el espacio metafórico del sentido, o dicho de manera más apropiada, al hablar de los que los arcáicos filosofos griegos denominaron como la physis, esto es, la fuerza imperante que surge, brota, permanece y abre la posibilidad de la presencia abierta a si misma, en palabras de Heidegger, o desde mi balbucear, cuando se abre, refulge y ciega la fuerza que hace posible que se despeje la revelación de la presencia de lo presente en el des-velarse (aletheia) del acontecimiento de la copertenencia el ser y pensar, que es el ahí donde florece, brilla, resplandece el aparecer de lo des-cubierto (verdad), considerado todo esto desde la hermenéutica heideggeriana–. Esto quiere decir que el sentido aparece con la manifestación de la diferencia desde la aparición del sentido de identidad, que es la revelación de lo propio desde la diferencia y constituye el origen del sujeto como consciencia, y no solo como sustancia, es decir como naturaleza muerta, como es, por ejemplo, la oscuridad de una piedra para si misma.

Otra posible hermenéutica que permite a la filosofia moderna determinar como se produce el Evento de la copertenencia de ser y pensar, la constituye Hegel en La fenomenología del espíritu, quien en el prólogo señala: Así, pues, hay que dejar atrás el punto de vista crítico y, como ha hecho Schelling, partir de entrada de la absoluta identidad de lo subjetivo y lo objetivo en el saber. El saber de la identidad es lo primero y lo que constituye la base de todo verdadero saber filosófico.

Como se puede ver, Hegel en vez de explicar el modo en que se constituye el Evento, lo da por una realidad y su filosofía parte tratando como un hecho, la validez y vigencia del principio de identidad de ser y pensar.

Como señala pulcramente Jean Hyppolite, gran pensador francés del siglo XX y un agudo estudioso e intérprete del pensamiento hegeliano, en su hoy clásico e imprescindible  texto: Genesis y estructura de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, muestra como Hegel en esta obra maestra juvenil,  vuelve al saber fenoménico, es decir, al saber de la consciencia común, como punto de partida del pensamiento filosófico, a diferencia de la filosofía de Schelling y de Spinoza quienes partían desde un punto de vista metafísico, e inician su pensamiento describiendo las cualidades o atributos de la sustancia, que consideran el Absoluto.

Hegel señala que de esa manera se inicia una nueva era en el pensamiento filosófico, y esto lo relaciona y simboliza con lo que estima es la muestra de este fenómeno la historia del mundo, que se produce con el triunfo del ejercicto francés bajo el mando de Napoleón contra el ejército prusiano comandado por Federico Guillermo III de Prusia, que tuvo efecto en la aldea de Jena, en octubre 1806, batalla que de la que el filósofo fue testigo desde la ventana de su celda de estudioso, en una pensión de ese lugar donde impartia clases de secundaria en un liceo de la localidad.

Esta batalla tuvo como consecuencia la derrota de Prusia y su salida de las Guerras Napoleónicas hasta 1813. Hegel pensador sensible a los acontecimientos históricos, quien vislumbra desde una ventana de su celda de estudioso, y registra en esa obra el hecho y nombra a Napoleón, como la encarnación del Espíritu del mundo. Veía al Emperador francés como el hombre que destruía la vieja Europa feudal, clerical y reaccionaria, y con sus victorias traia a las tierras y paises conquistados los ideales de la clase burguesa que se derivan de los ideales liberales surgidos en las fraguas de la Revolución Francesa.

Hegel en esta obra revolucionaria y novedosa da un vuelco metodológico y sin negar la existencia del Absoluto, que identifica formalmente como la caracteristica de la sustancia universal, empero, muestra que el conocimiento fenomenológico conduce desde el análisis del desarrollo de la conciencia natural hasta la forma más desarrollada de la misma, que se ofrece como la conciencia que cristaliza en el saber filosófico de su tiempo, es decir, en su propio pensamiento, aunque este todavia no haya logrado desplegarse a su más alto desarrollo, lo que acontecerá desde el 1806 hasta su muerte advenida en Berlín en noviembre de 1831.

Para el señalado pensador alemán, la fenomenología conduce necesariamente al saber absoluto, o también se puede afirmar que la misma conciencia natural que constituye el punto de partida de la misma, esta es ya el saber absoluto, es tal sin que todavía esta se reconozca como tal.

Habria que subrayar que este vuelco metodológico, implica, naturalmente, un retorno al punto de vista de la conciencia, punto de vista que es el que asumen tanto Kant como Fichte.

Hegel, que había criticado anteriormente toda propedéutica al conocimiento –es decir, postula la no validez de asumir como inicio de la filosofia una crítica de la razón, tal como lo plantean Fichte y Kant, ahora insiste sobre la necesidad de situarse en la perspectiva de la conciencia natural y de llevarla progresivamente al saber filosófico. Pues desde la perspectiva que asume en la obra de la fenomenología resulta imposible comenzar por el saber absoluto, tal como más adelante lo hará en La lógica.

En el prólogo de la Fenomenología, que fue escrito al finalizar la obra, insistirá nuevamente sobre este punto. En cuanto que la conciencia natural se confía inmediatamente a la ciencia, tenemos un nuevo intento de andar de cabeza, cosa que hace sin saber lo que la impulsa a ello. Es decir se parte de la conciencia natural pero esta no sabe hacia donde se dirige. Es por ello que Hegel en esta perspectiva asume dos planos contemporáneos en que se despliega la obra, uno es la descripción de lo vivenciado por la conciencia natural, y el otro es el del pensador que analiza como su objeto ese plano conciencial, y esto lo hace refiriendose a un nosotros, que para el pensador representa la comunidad de los filósofos.

De esta manera se le impondría al saber una violencia no necesaria y la ciencia por su parte parecería situarse más allá de la autoconsciencia. Pero señala Hyppolite: no hay ninguna duda de que la crítica de Hegel apunta en este caso a Sehelling. No es posible empezar bruscamente por el saber.

Sea desde un punto de partida analítico hermenéutico como lo hace Heidegger o desde una fenomenología que se inicia desde el análisis del contenido y el ser de la conciencia natural como hace Hegel, el Evento constitutivo que marca el principio de identidad en tanto que situa separa y crea el principio de la diferencia entre ser y pensar es la brecha sobre la que se asienta y hace posible la constitución de una realidad experiencial de algo propio frente algo otro.

Es esta diferencia la que constituye el lazo indisoluble e insuperable que actúa como la sustancia oscura constitutiva de toda forma de sentido, que en su modelo más simple actua como modo de relacionar algo conocido con algo por conocer, y que formalmente se expresa en la forma del juicio, como se afirmaba en la Lógica aristotélica, o en el modelo de la proposición, que tiene la estructura de S es P.

El Evento de la diferencia  nos permite apropiarnos del sentido de lo que es, a partir de su constitución desde el Evento fundamental de la diferencia radical de ser y pensar, lo que constituye al mismo tiempo, la copertenencia de ambas diferencias correlativas . En tal sentido, ser y pensar se revelan como la bases de donde emana el sentido del mundo.

Antropológicamente este espacio que separa lo primario como lo instintivo, nos hace capaces de percibir y poder analizar lo circunvecino, y a partir de esta toma de distancia nos hace capaces de enumerar lo diferente que descubrimos en nuestra  cercanía y poco a poco podemos comenzar a enumerar sus propiedades.

En ese momento el humano ha pasado de un estadio de simbiosis con la naturaleza, a  realizar su separación de ella, al crear un entorno comunitario, lazos humanos que trascienden los vínculos inmediatamente naturales, entorno que toma forma a través del lenguaje y del sentido que el hombre le atribuye.