El tema género se ha convertido en un vocativo contraparte de la racionalidad y la lógica de la domesticación milenaria de la mujer; género en una contrafigura de la opresión patriarcal recurrente para reconciliarse con la identidad fragmentada de ese sujeto.
Las leyes burguesas no desenmascaran la antinomia masculino/femenino, ni evidencian la diferencia y diversidad de la identidad sexual de los opuestos, sus luchas de autoridad, las ambivalencias de los contextos sociales y políticos en los cuales se desenvuelven esos discursos imaginarios, estereotipados (excluyentes) de esa ficción de la igualdad que se asume como la jerarquía de toda norma para la “convivencia” de y entre los otros.
La palabra “justicia” es una voz hacedora de doblez; doblez, porque quien la enuncia es el Estado opresor patriarcal y sus aparatos ideológicos, y es desde allí –desde el Estado- desde el cual, esa voz de la “justicia”, construida como ejercicio de hegemonía de fuerza, debilita y lanza a un laberinto a ese sujeto culturalizado.
“Justicia” no es sinónimo de mujer, aún cuando la muestren a través de una figura femenina con peplos;”justicia” es una subordinación pronominal, contaminada, que representa los infortunios que acosan al sujeto mujer cuando se pone en evidencia el drama y la banalidad de vida que le asigna el Estado.
¿Acaso se cree que la “justicia” es andrógina? Aquí es una Medea que no se reprime en ocultar desde la memoria oficial el destino que le asigna a la mujer: el confinamiento a través de la desprotección y resquebrajamiento de su identidad, identidad que no permite que ella construya.
Mientras la identidad de la mujer esté en relación a su cuerpo, y no en relación a su intelecto, la muerte seguirá rondando como un monstruo callejero en este abominable “Estado de derecho” y los llamados feminicidios se escribirán capítulo tras capítulo ganando enloquecedoramente de manera asfixiante la batalla a las “autoridades” cómplices de no hacer visible las contradicciones del poder masculino/femenino.