(Al coronel Lorenzo Sención Silverio, hombre impoluto)
La Academia Dominicana de la Historia estaba repleta de amigos durante la presentación del libro “La Academia Militar Batalla de las Carreras”, de la autoría de Lorenzo Sención Silverio y Abelardo Freites Báez. Fue una noche de remembranzas y abrazos conciliadores entre el cadete que llegó a general y el compañero que no pasó de teniente porque ofrendó su carrera a la Constitución de la República.
El Licenciado José Chez Checo, amigos y yo hicimos un aparte para hurgar en el pasado histórico y un hecho llamo la atencion: mis contactos con el general Rafael Trujillo hijo, Ramfis, a quien esa noche se citó no pocas veces por ser el fundador de la Academia Militar. Me animaron a contarlo ayer, y hoy, otros también me lo reclaman. En síntesis, esto fue lo que ocurrió.
El 20 de mayo de 1965 aterricé en la Base Aérea de San Isidro en un avion de la 82ª División Aerotransportada de la Marina de los Estados Unidos, que el presidente Bosch solicitó para que yo estuviera en el sepelio de Rafael, muerto la tarde anterior en el frustrado intento de tomar el Palacio Nacional. Pero debía volver cuanto antes a Puerto Rico porque allí dejé a mis hijos. Era necesario obtener un salvoconducto de la OEA para viajar.
Rafael y Don Luis Amiama Tió fueron amigos y a él me dirigí. Evocamos los buenos momentos que pasaron juntos y dijo sentirse comprometido con la familia del amigo. Me tomó del brazo y junto a su familia me mostró su espaciosa casa para que a mi regreso me alojara en ella hasta resolver mis problemas. El se ocuparía de la educación de los niños y de todo lo demás; yo no debia preocuparme. Joven e inexperta, me encontraba sin casa y sin dinero, con cinco hijos, el mayor de casi ocho años y el menor un poco mas de 2, que junto a mi familia, constituían mi tesoro.
A los pocos días, Don Luís me entregó el salvoconducto. Llegué a Puerto Rico aterrada. ¿Cómo explicar a mis hijos el porqué no verían más a su papá? Vivíamos en la casa de la madre de Rafael, en Río Piedras y estando allí recibí la visita del general ® Andrés Rodríguez Méndez, quien me entregó una carta del general Trujillo. “El sacrificio de Rafael Tomás será recordado por todos los oficiales dignos de la República Dominicana, y la bala extranjera que acabó con su vida, lo pondrá en un pedestal de honor, como un verdadero dominicano que amó su patria y defendió su honor y su dignidad”.
Rodríguez Méndez, me explicó las instrucciones que recibió. Debía proporcionarme lugar donde vivir, casa, colegio para los niños y todo lo demás que pudiéramos necesitar. Tuvo la delicadeza de tratar de disimular la chequera que tenia en sus manos. Enfatizaba que no podia regresar sin cumplir las órdenes recibidas. A pesar de su insistencia y múltiples motivaciones, el general Rodríguez Méndez regresó a Madrid sin cumplir la misión encomendada.
En el transcurso de no más de 10 días, estos dos hombres, enfrentados por la historia, Luis Amiama Tió y Ramfis Trujillo, me ofrecieron exactamente lo mismo.
El general Trujillo volvería a establecer contacto al enviarme copia de una carta que dirigiera al Herald Tribune de New York, rechazando la imputación de comunista que se le hiciera a Rafael en su edición europea. “Ahora espero que con los nuevos acontecimientos, las cosas tomen un curso diferente y que las personas que solicitaron con tanta bajeza de espíritu la intervención extranjera en el suelo patrio, desaparezcan del país, y… ¡qué gran cosa sería, si desapareciesen de la faz de la tierra! ¡Traidores!”
El 25 de septiembre de 1965 acompañé a don Juan en su histórico regreso al país. El trayecto del aeropuerto a la ciudad transcurrió entre ovaciones y disparos.
Mis hijos y yo fuimos acogidos por mis tíos Mercedes Fernández y Silvestre Alba de Moya, Ministro de Agricultura del gobierno de Garcia Godoy. De esa casa, ubicada en el Ensanche Alma Rosa, nos mudamos tres semanas después luego de que una noche, “desconocidos” con nombres y apellidos la ametrallaran, atentado del que milagrosamente salimos ilesos. Fue una experiencia positiva porque, a pesar de la falta de Rafael, probé que mantenía intacta mi templanza y me resultaba normal diparar un arma para defender a mis hijos.
El general Ramfis Trujillo escribió: “El atentado de que fuera objeto usted y su familia no es más que una demostración de la cobardía y falta de hombría de vuestros adversarios, que son los míos. Sépalo, porque así lo siento”.
La Revista “Ahora” publicó un reportaje de la autoría del periodista Miguel Hernández en el que destacaba el liderazgo de Rafael, reproduciendo cartas y testimonios que resaltaban sus cualidades. El general Ramfis Trujillo se molestó:
“En días pasados leí un articulo sobre Rafael Tomás (q.e.p.d) en el que se decía: “Su inquebrantable celo por la justicia y su rebeldía contínua contra el despotismo, comenzó a germinar en él cuando recién ajusticiado Trujillo, se negó a aceptar el cargo de Subdirector del SIM, para el cual había sido designado por el hijo mayor del tirano. Esta acción cobra todavía más carácter de osadía, por cuanto su negativa fue expresada directamente a Ramfis Trujillo, en ese entonces Comandante en Jefe de todas las Armas”.
Conociendo el hombre responsable que fue Rafael Tomás (q.e.p.d.), sé que estas frases le hubiesen causado repugnancia, pues las cosas no sucedieron así. Primero lo nombré subdirector del SIM, y luego, por su propio bien, a los pocos días, después de reflexionar, lo trasladé del cargo, presentándose él ante mi en solicitud de que lo dejase en el mismo, a lo cual me negué, no sin antes darle un sinnúmero de razones, que el acató y comprendió perfectamente. Comprenda que el incumplimiento de una orden, como hubiera sido este caso, tal y como lo narra la revista “Ahora”, hubiese sido un acto de indisciplina e insubordinación, que hubiese merecido el castigo consiguiente. Tanto usted como yo, que conocíamos a Rafael, sabemos que siempre se distinguió por ser un conspicuo soldado, disciplinado y consciente de sus deberes. El articulo en sí, es abrumadoramente empalagoso y ni en la época en que mi padre regía los destinos nacionales y se escribían artículos con ese estilo, estuve de acuerdo con este modo de hacer resaltar las virtudes de una persona. Tampoco creo en las groserías y en los insultos para criticar los defectos o diferencias ideológicas que existen entre las personas”.
Su versión era insólita; el debía saber que este caso era ampliamente conocido en las filas militares. Dí una tímida respuesta a su carta. Me sentía disminuida y cobarde y a escondidas de mi tío Silvestre que me exigía ser respetuosa, le escribí otra vez con evidente disgusto. Nunca recibí respuesta y la comunicación entre nosostros se fue diluyendo. Un día me llamó por teléfono. Capté que Victor Sued, su fiel y atento asistente trató de hacer conmigo un trabajo de ablandamiento antes de pasar el teléfono al general. Sin corresponder a su gentil saludo, “¿Cómo está usted, señora?”, obvié la más elemental educación y le espeté lo que sentía. Alterada como estaba me puse a llorar. Mis lágrimas parecieron desconcertar al general que se excusó. Le dije que había una forma de reparar el daño, pero la carta con la única demanda que le hice nunca llegó.
El 19 de mayo de 1979, en el primer acto organizado para dar a conocer la vida del coronel Fernández Domínguez, Juan Bosch, el doctor Molina Ureña, José Azcárate y otros compañeros, resaltaron su efímero paso por el SIM y confirmaron que fue Rafael Tomás Fernández Domínguez quien solicitó al general Ramfis Trujillo su relevo como subdirector del SIM, al que había sido asignado el 24 de julio de 1961 SOE. # 82-1961.
Jose Azcarate fue quien lo contó: “Hay un episodio muy importante que quiero contarles de la vida de Rafael. Una mañana fue a visitarme al sitio donde yo trabajaba. Lo vi desde mi oficina paseándose con su bastón de mando debajo del brazo mientras esperaba que yo lo recibiera. Cuando entró estaba pálido y me dijo que tenía un grave problema. Lo acababan de nombrar Sub-Jefe del SIM. Le pregunté que pensaba hacer y, escuetamente, me respondió que no aceptaría. Entendí que no me estaba pidiendo consejo, que ya había tomado una decisión y no iba a ser fácil que se echara para atrás. Cuando se lo hice saber, me contesto: Así es. No es buscando consejo que he venido. Solo quería que lo supieras”.
En viaje de vacaciones a Madrid visité a Montes Arache y a su valiente compañera Anita. Montes me dijo que la viuda de Ramfis queria conocerme. Lita Milán me recibió con estilo y altivez. Al instante adopté la misma postura. No me intimidó su belleza, tampoco su aparente dominio de si misma. En ese entonces yo poseia las dos cosas y mi ego se “revoltió”. “Senora, yo queria conocerla, mi marido la admiraba”, dijo. Le pregunté si ella sabía porqué. “El decía que nunca había conocido a una mujer como usted”. Lita Milán pudo saciar su curiosidad y al despedirnos la situacion era radicalmente opuesta a mi llegada. La abracé, le hice una carantoña en el pelo y la miré compasiva, como a una pobre niñita, ignorante de los avatares y los goces de la vida.
Es todo.