A un momento donde tuvimos el lamentable paso del Huracán Florencia para sustentar en nuestros recuerdos la atroz imagen del paso de María, a doce meses de impotencia, debates vacíos, señalamientos de culpabilidad, reclamos, mentiras e incertidumbre y más de cincuenta semanas de incompetencia y despecho, sumado a los más de 350 días desde que la politiquería partidista barata se impusiera por encima de las soluciones de penurias de puertorriqueños y la diáspora dominicana, nos hacemos la siguiente pregunta ¿Cómo llegamos a este punto de tanta insensibilidad ante una enorme tragedia humana?

A un año de que el despiadado huracán María arropara y destruyera la hermana Isla de Puerto Rico, aún sigue siendo tema de debate y conjeturas el número real de vidas que se perdieron tras su paso y en las subsiguientes noches de sufrimiento y abandono para el pueblo puertorriqueño y para muchos de los dominicanos que allí residen.

Aunque a finales de agosto surgiera una nueva cifra oficial que, según sus autoridades en Borinquén, alcanzaban en principio a solo a unas 74 víctimas, hemos visto con asombro y dolor que ahora sumarían casi 3,000 muertes, cifra que el propio pueblo que vivió esta pesadilla cree que son otros miles más.

La credibilidad es el más valioso de las dotes que acompaña la esperanza. Es la que puede lograr mantenerla viva o la que podría descartar como ilusión. Los quisqueyanos que optaron, sin otros recursos disponibles, por quedarse a vivir en la denominada “Isla del Encanto”, luego del devastador huracán María, ya no atesoran en su corazón la idea de que la “normalidad” a la que se han acostumbrado termine en ser reemplazada por la que conocieron una vez. Cuando se pierde la esperanza, es difícil ver más allá de lo grotesco del ahora.

Recuerdo escuchar en esos días como algunos ecos desde el gobierno Federal de los Estados Unidos se disputaban el nivel de compromiso que debían asumir, mientras que otros menos responsables, pero más caritativos, desde la nación dominicana, pronunciaban interés en proporcionar ayuda a sus vecinos.

Pero ya ambas resonancias se han disipado y los fondos de emergencia que se aprobaron han sido superados por la incompetencia y el populismo informativo, a la sazón muy por encima de los mudos y el ruido justificante, en que se señala que “la recuperación de la Isla ha sido un ejemplo de eficiencia y compasión.”

Al mismo tiempo, nosotros desde la Florida y otros de diferentes partes en el mundo, estoy seguro de que no salimos de la sorpresa de ver como 38 millones de botellas de agua se encuentran en una pista abandonada en Puerto Rico, quizás a esperas de ser entregadas a la población mientras muchos enferman por tomar agua proveniente de fuentes acuíferas no tratadas por los organismos correspondientes.

Ese es el más breve de los “instantáneas” que puedo ofrecer de esa tragedia. Una población de más de 3 millones y medio que guarda en su seno, una diáspora dominicana oficial de 3% y lo que sin lugar a equivocación me lleva a preocuparme aún más, pues este porcentaje me asegura que allí murieron sino cien dominicanos de los cuales nadie ha hecho referencia, ni en aquel momento, ni a un año de la tragedia y lo me podría ser alguna otra cifra superior.

“El Consulado tricolor hizo lo que pudo”. Excusa literal de toda nación subdesarrollada que pretende jugar a los juegos de grandes. ¿Pero y qué de los Honorables Legisladores, elegidos por el voto depositado quizás por muchos de esos dominicanos que hoy son parte de las estadísticas mortales de María en Puerto Rico y que se dicen, representar a los dominicanos que hacen vida en playas extranjeras?

¿Qué Ley de Creación de Fondos de Emergencia presentaron en favor de socorrer a sus constituyentes? Que fe puede poseer un dominicano envuelto en un réquiem personal donde el silencio de los detalles es importante, pues lo dice todo.

No solo puertorriqueños murieron allí. También fallecieron a causa del María, muchos dominicanos, síntoma que deja huérfano a todo aquel que cree tener voz y justo este momento, puede que el aferrarse al optimismo, no sea tan valioso como seguir disponiendo de la esperanza.

Resulta entonces peligroso ya que el optimismo nubla las periferias. Mientras que la esperanza es capaz de ser el salto imaginativo que nos permite ver más allá de la oscuridad del momento, a la vez que el optimismo, no es más que esas cosas panglosianas que leímos en el “Cándido” de Voltaire.

Lo que fuera una tragedia natural ha pasado a ser una gran crisis humanitaria ahondada en la ruina y en los dolorosos contextos cotidianos complementada por servicios de primera necesidad para cualquier ser humano. Y me pregunto ¿Cómo es que hemos llegado a este punto? A contar que el Huracán Florencia impactó los Estados de las Carolinas, causando destrucción y muerte para estrujarnos ante los ojos el dolor, devastación, miserias humanas, desesperación y el vació familiar que dejó el paso del Huracán María, entre miles de familias puertorriqueñas y dominicanas.

Queremos externar a esos puertorriqueños y esos dominicanos que fueron en ayuda de sus vecinos en medio de tan terrible tragedia, que nos sentimos muy orgullosos de su labor y que estamos seguros de que “Puerto Rico se Levanta” y junto con ellos, la vida de miles de dominicanos que optaron por viajar a la Isla del Encanto y convertirla en su segunda Patria que a todos acogió con amor y hospitalidad. Les instamos a seguir adelante, a no amilanarse y a tener siempre en cuenta que “Cuanto mayor es el obstáculo, más gloria hay en superarlo", como dijo el gran dramaturgo francés, Jean-Baptiste Poquelin, mejor conocido como, “Moliere”.