Humillar es abusar del poder para herir la dignidad, la esencia misma de la persona. Humillar es etimológicamente  echar por tierra, léase trapear el piso con la dignidad de un semejante, en efecto negando la semejanza al establecer la supuesta superioridad. Humillar es abatir y pisotear la humanidad del individuo, patear por donde más duele. Humillar es agredir y denigrar a un semejante con fines inconfesables, aunque se disfrace la humillación como asunto de Estado,  pues sabemos que es un injustificable abuso de autoridad. La Humillación con “H” mayúscula deshumaniza con sorna, estrujando en la cara una supuesta superioridad.

Muchos poderosos desconocen o desatienden la advertencia de no utilizar la humillación como instrumento de gobierno, creyendo que el ejercicio del poder es una licencia para dominar a los demás por cualquier medio. Con la dignidad no se juega, ni siquiera cuando nos sentimos blindados por el poder, so pena de la ira divina del destino. Humillar no es inteligente  porque puede desatar demonios incontrolables que vendrían a cobrar con creces en la misma moneda. La humillación jamás se olvida, y raras veces se perdona.  “Nunca abuses del poder humillando a tus semejantes…porque el poder termina y el recuerdo perdura”, es el sabio consejo del benemérito Benito Juárez.

La tradición oral atribuye a Lilís gran maestría en el empleo de la humillación como arma contra sus opositores, incluso se sugiere que él disfrutaba con cinismo su calculado artificio, como se evidencia en la anécdota que sigue a continuación:

A Lilís le daba un placer especial el infligir tortura mental a quienes sospechaba ser sus enemigos. Cuando alguien de quien él desconfiara consideraba necesario acercarse a la Presidencia por razón de negocios, mantenía a dicho hombre de pie en su oficina durante horas mientras él tramitaba tranquilamente los asuntos diarios. Luego levantaba la vista y preguntaba, “Dime, ¿tú deletreas ‘humillar’ con una ‘H’?”

En este relato, el detentador del poder se burla intencionalmente de un ciudadano que acude al gobernante en diligencias, utilizando un sarcasmo hiriente, y se alega que era una frecuente costumbre de Lilís “infligir tortura mental”. Esa Humillación con mayúscula no era fácil de perdonar, aun en el mejor espíritu cristiano de la víctima del desprecio.

Es sabido que Trujillo gozaba con la humillación pública de sus colaboradores y opositores, y sobre todo poniendo a terceros a humillar a sus compañeros y servidores. “El Foro Público” fue una manifestación particular del uso del chisme y la mentira en la prensa para humillar intencionalmente desde el Palacio Nacional, utilizando seudónimos y subterfugios, pisoteando honras, lacerando reputaciones y obligando a los atacados a arrastrarse sumisamente para sobrevivir. El Foro Público era una cámara de torturas tan temida por los funcionarios y colaboradores como la cárcel “La 40” por los opositores. Obligados a responder las agresiones verbales contra ellos y sus familias con fingido respeto y formalidad por miedo a sufrir peores vejaciones, el olvido y el perdón nunca fueron una opción para los humillados públicamente.

Los dos tiranos de marras se creían superiores e insustituibles, pero terminaron abatidos como chivos sin ley, a pesar de/a consecuencia de su gran maquinaria de opresión, que tenía como un pilar fundamental la constante humillación de muchos ciudadanos. Ambos dejaron una profunda estela de humillados a su paso por el poder, y sus frecuentes actos de humillación son recordados tanto como la violencia física que desplegaron contra sus opositores.

Humillar no se debe confundir con hacer humilde al prójimo o uno ser humilde en su propia conducta, pues se trata de intencionalmente hacer sentir mal al humillado, despreciable, prescindible. Humillarse a sí mismo es violentar el alma, el equivalente espiritual de la autoflagelación, que era relativamente común en tiempos de oscurantismo, pero hoy agoniza en las franjas de las corrientes religiosas más fanatizadas. Por tanto, Humillarse a sí mismo tampoco es saludable ni provechoso. Agredir la dignidad de una persona (empezando por la propia) es un pecado como es cercenar la vida biológica de un semejante.

¿Si no somos capaces de respetar nuestra propia dignidad, cómo honrar la de los otros? Por tanto, la consigna es: nunca humillar, jamás humillarse. Necesitamos cultivar la Humildad con “H” mayúscula para no  humillar al semejante, ni humillarse a sí mismo confundiendo la humillación con la humildad. Recordemos siempre las palabras del autor de “El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry, sobre todo si algún día nos tocara ocupar una posición de poder:

No tengo derecho a humillar a un ser humano con mis palabras o acciones. Lo que importa no es lo que piense de él, sino lo que él piense de sí mismo. Socavar la dignidad de un hombre es un pecado.   

Si socavar la dignidad de una persona es un pecado, insistentemente humillar con “H” a sus semejantes es un crimen de lesa humanidad.